Читаем En el primer cí­rculo полностью

No obstante, la conversación derivó hacia la guerra. Alguien recordó la Navidad de 1944, cinco años antes, cuando cada alemán se enorgullecía en la ofensiva de Ardenas y como en la antigüedad, los vencidos perseguían a los vencedores. Recordaban cómo, en esa víspera de Navidad, Alemania había escuchado a Goebbels.

Rubin, tirando de las cerdas de su barba negra e hirsuta, lo confirmaba. Él recordaba ese discurso, había sido efectivo, Goebbels había hablado con profunda angustia, como si hubiese asumido personalmente las cargas que oprimían a Alemania. Posiblemente presentía ya su propio fin.

SS ObersturmbannführerReinhold Zimmel, cuyo largo cuerpo apenas tenía cabida entre la mesa y la cucheta doble, no apreció la refinada cortesía de Rubin. Le resultaba intolerable pensar que este judío osara juzgar a Goebbels. Jamás se hubiera dignado sentarse en la misma mesa, de haber tenido la fuerza de voluntad de renunciar a pasar la Nochebuena con sus compañeros. Pero todos los otros alemanes habían insistido que Rubin estuviese allí, pues, para la diminuta colonia germana, nacida al azar dentro de la jaula de oro de la sharashka, en el corazón de este, frío y salvaje, para ellos, país, la única persona comprensible a mano era este mayor del ejército enemigo que se había pasado durante toda la guerra difundiendo la destrucción y la discordia entre ellos. Sólo podía él, interpretar y contarles las maneras y costumbres de allí, aconsejándoles cómo comportarse y traduciéndoles del ruso, las últimas noticias internacionales.

En un esfuerzo por decirle algo, lo más irritante posible a Rubin, Zimmel declaró que habían habido cientos de inflamados oradores por todo el Reich. Sería interesante saber —agregó—, por qué los bolcheviques preferían leer solamente esos discursos, que estaban preparados y aprobados de antemano.

La acusación era aun más hiriente por el hecho de ser justa. Y uno en realidad no podía explicar las razones históricas á este enemigo y asesino. Rubin experimentó hacia Zimmel una creciente repulsión. Lo recordó cómo había llegado a la sharashkadespués de muchos años de haber estado en la prisión de Butyrskaya, usando un crujiente sacón de cuero que todavía tenía resabios de su insignia civil de SS, habiendo sido la SS civil su peor rama. Ni siquiera la prisión pudo borrar la expresión de crueldad de la cara de Zimmel. La marca del verdugo estaba allí grabada. Para Rubin, la presencia de Zimmel en esta comida era francamente desagradable pero, todos los restantes habían insistido en ello y él los compadeció al verlos solos y tristes; por eso consideró que no podía empañar esta fiesta con una negativa. Aplacando su furia, Rubín citó en alemán, el consejo de Pushkin de tratar de no emitir juicios superiores a la altura de la caña de sus botas.

Max, alarmado, se apresuró a disipar el conflicto que se avecinaba. Contó que bajo la tutela de Lev, ya podía leer a Pushkin en ruso, sílaba tras sílaba. Preguntó a Reinhold ¿por qué había comido torta sin crema batida? Y a Lev ¿dónde había estado esa víspera de Navidad?

Reinhold se sirvió crema batida y Lev relató que había estado en su bunkeren la cabeza de puente de Narew cerca de Rozan.

Y, mientras los cinco alemanes recordaban su desgarrada y pisoteada Alemania, adornándola con los más brillantes colores de su alma, Rubín también recordó de pronto la cabeza de puente de Narew y la selva mojada alrededor del lago Ilmen.

Las lamparitas coloreadas se reflejaban en los cálidos ojos humanos.

Se le preguntó a Rubin acerca de las últimas noticias, pero tuvo vergüenza de contar lo que había sucedido en diciembre. Después de todo, no podría comportarse como un informador apolítico y abandonar la esperanza de reeducar esta gente. Y no podía tratar de explicarles que en esta era compleja, la verdad socialista progresa en curvas y en forma distorsionada. Por eso había que seleccionar para ellos y la historia, (como él subconscientemente seleccionaba para sí) solamente esos acontecimientos corrientes que indicaban el camino principal, dejando de lado aquello que puede oscurecerlo.

Pero ese especial diciembre, aparte de las conversaciones soviético chinas, que habían estado arrastrándose, y del setenta aniversario del Líder del Pueblo, nada positivo había ocurrido.

Y contarle a los alemanes sobre el juicio de Traicho Kostov donde toda la farsa del tribunal había sido una grosera comedia, donde a los corresponsales se les había entregado, a las cansadas, una confesión escrita falsa y atribuida a Kostov, hubiese sido vergonzoso y de muy poco hubiera servido para fines de adoctrinamiento.

Entonces, Rubin hizo hincapié en el triunfo histórico de los comunistas chinos.

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