—Más vale preguntar a quién no tienen aquí en la
—Y, ¿qué hace?
—No le va tan mal, se consiguió ocupación en el laboratorio de fotografía.
—¡Lev, usted pretende ser un materialista pero constantemente atiborra, a la gente con espiritualidad —dijo Valentine Pryanchikov—. Oigan, amigos. Cuando los lleven al comedor, va a haber treinta platos puestos en la última mesa cerca de la ventana. Llénense la barriga, pero no exploten!
—Muchísimas gracias, pero ¿por qué privarse?
—De nada. ¿Quién come arenques de Mezen y sémola hoy día? Es una vulgaridad.
—¿Qué? ¿Sémola vulgar? ¡Hace cinco años que no prueba sémola!
—Es probable que sea
—
—Y ¿qué tal es la comida en los campos de tránsito ahora?
—En el campo de tránsito de Chelyabinsk.
—¿Chelyabinsk viejo o Chelyabinsk nuevo?
—Su pregunta indica que es usted un conocedor. En el nuevo.
—¿Qué tal es eso hoy día? ¿Todavía le prohíben a uno usar los retretes y les hacen usar baldes como letrinas y acarrearlos desde el tercer piso?
—Todavía.
—Usted dijo
—¿Quién no ha comido todavía? — Segundo turno.
—Pan blanco —cuatrocientos gramos— y el pan negro está sobre la mesa.
—Discúlpeme, ¿cómo sobre la mesa?
—Así no más, sobre la mesa, cortado en rebanadas. Si se quiere, se toma, Si no se quiere, no se toma.
—Si, pero por esa manteca y ese atado de Belomors tenemos que rompernos las espaldas durante doce y catorce horas al día.
—¡Eso no es romperse la espalda! Usted no se rompe la espalda si está sentado en un escritorio. El que se rompe la espalda es el tipo que empuña una pica.
—¡Al diablo con eso! Estamos sentados en este
—La manteca asignada a los profesores es cuarenta gramos y para los ingenieros, veinte gramos. A cada uno se le exprime al máximo y se le da de lo que se dispone.
—Entonces ¿usted trabajó en Dneprostroi?
—Sí, trabajé con Winter, y estoy trabajando gracias a Dneproges.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Bueno, fue así: lo vendí a los alemanes.
—¿Dneproges? ¡Pero lo hicieron estallar! ¡Y qué! se los vendí destruido en el acto.
—Sinceramente es como un viento fresco ¡campos de tránsito! ¡coches de Stolypin! ¡Campos! ¡Actividad! ¡Oh, simplemente desplazarse a Sovetzkaya Gavan!
—¡Y volver, Valentulya, y volver!
—¡Si tiene razón! y volver más rápido todavía, desde luego.
—Usted sabe, Lev Grigerich, un recién venido le decía a Rubín, la cabeza me está dando vueltas de golpe por el cambio. Tengo cincuenta y dos años. Me he repuesto de enfermedades mortales. Me he casado con mujeres bonitas. He tenido hijos. He recibido premios académicos. Pero nunca he recibido tantas bendiciones de felicidad como hoy. ¿Dónde he aterrizado? ¿No me llevarían a aguas congeladas mañana? Cuarenta gramos de manteca. Pan negro —sobre la mesa—. ¡No prohíben los libros! ¡Usted puede afeitarse! Sólo los guardias no apalean a los zeks. ¿Qué clase de día extraordinario es éste? ¿Qué clase de cúspide resplandeciente? ¿Tal vez me haya muerto? ¿Tal vez sea esto un sueño? Quizá esté yo en el paraíso.
—No, mi estimado señor —dijo Rubin—. Usted está, como lo estuvo previamente, en el infierno. Pero ha sido levantado a su mejor y más alto círculo, el primer círculo. Usted pregunta ¿qué es un
Pero la conciencia renacentista no podía reconciliarse con la idea de que a hombres sabios se los amontonase con toda clase de pecadores y condenados a torturas físicas.
Entonces Dante imaginó un lugar especial para ponerlos en el infierno. Si usted me permite... Es el Cuarto Canto y dice así:
—¡Mire aquí los viejos arcos!
—Usted vino aquí en el