Cualquier persona normalmente dotada de sentido común, se habría calmado ante la indignada advertencia de Potapov, hombre muy amante del orden, y en vista del silencio que se había apoderado de la habitación, del que recién se percataban Rubin y Sologdin, y por la presencia de delatores entre ellos (aunque Rubin, por supuesto, no tenía ninguna razón para ocultar
Pero estos dos continuaron hablando como hasta ese momento. Su larga discusión, que por cierto no era la primera, ni la décima, no había hecho más que empezar. Se dieron cuenta de que tendrían que abandonar el cuarto, dada la imposibilidad de bajar el dispasón o interrumpir el diálogo. De modo que salieron juntos, tirándose con argumentos en el camino hasta que la puerta que daba al pasillo los tragó.
Casi inmediatamente después que salieron, apagaron la luz blanca y encendieron la azulada luz nocturna.
Ruska Doronin, que había seguido atentamente su debate, era en realidad la última persona que estaría en tren de recoger "material" para delatarlos. Había entendido el significado de las últimas palabras de Potapov, y las entendió, a pesar de no haber visto el dedo acusador que lo señalaba; era víctima del intolerable dolor que sentimos frente a una acusación proveniente de alguien a quien respetamos.
Cuando inició su doble juego con el oficial de seguridad, lo previo todo; consiguió engañar a Shikin; estaba en vísperas de desenmascarar a los soplones que recibirían 147 rublos. Pero se encontraba indefenso frente a las sospechas de sus amigos. Su plan solitario, precisamente por ser tan original y tan secreto, lo condenaba a la ignominia y al desprecio. Lo sorprendía cómo estos hombres maduros y experimentados, no fueran lo suficientemente generosos para tratar de comprenderlo y creer en él o lo suficientemente hábiles como para darse cuenta de que no era un traidor.
Y, como sucede siempre cuando perdemos el aprecio de nuestros amigos, la única persona que nos continúa brindando su amor, nos resulta doblemente preciosa.
Y cuando esa persona, además, ¡es mujer!...
Clara, ¡ella comprenderá! Le contará todo sobre su arriesgada empresa mañana mismo; ¡ella lo comprenderá!
Sin esperanzas de conciliar el sueño, y sin deseos particularmente fuertes de hacerlo, daba vueltas en su catre calenturiento, recordando las miradas interrogantes de Clara, y concibiendo al mismo tiempo con más confianza un plan para escapar por debajo de los alambres de púa, a lo largo de los escollos, hasta la ruta, y de allí en ómnibus hasta el corazón de la gran ciudad.
Clara lo ayudaría de allí en adelante.
Era más difícil encontrar a una persona entre los siete millones de habitantes de Moscú, que en una zona desértica como la de Vorkuta. Sí, decididamente, Moscú era el lugar hacia donde había de escapar.
IDENTIFICARSE CON EL PUEBLO
La amistad de Nerzhin con Spiridon, el conserje, había sido bautizada por Rubin y Sologdin como la "identificación con el pueblo". Para ellos, Nerzhin estaba buscando la misma gran verdad primitiva que antes de él fue buscada en vano por Gogol, Nekrasov, Herzen, los Eslavófilos, los revolucionarios del grupo "La Voluntad del Pueblo", Dostoievsky, Lev Tolstoi, y finalmente, no hacía mucho, por Vasisualy Lokhankin.
Rubin y Sologdin no se preocupaban por buscar la verdad primitiva, porque ellos creían firmemente que poseían la verdad absoluta.
Rubín, además, sabía que el concepto "pueblo" es una cosa artificial, producto de una generalización ilícita; que todo pueblo está dividido en clases, y que hasta las clases cambian con el tiempo. Buscar el sentido más elevado de la vida en el seno de la clase campesina era una ocupación pobre e infructuosa, ya que sólo el proletariado revolucionario se empeñaba con consistencia en el logro de sus propósitos, y sólo a él le pertenecía el futuro. Sólo gracias a la generosidad y colectivización del proletariado podía la vida alcanzar su máximo grado de significación.
Sologdin, por su parte, también sabía que "el pueblo" era un término general y englobaba a una totalidad de personas muy poco interesantes, monótonas, incultas, que vivían preocupadas por mil diligencias necesarias para poder mantener su opaca vida cotidiana. Sus multitudes no constituían la base del coloso del espíritu humano. Sólo personalidades únicas, claras y distintas como estrellas brillantes dispersas a través del cielo oscuro de la existencia, traen consigo el supremo entendimiento.
Ambos estaban seguros de que el interés de Nerzhin sería pasajero, que éste maduraría, recapacitaría y volvería a recuperar su nivel.
Nerzhin, en realidad, había pasado por las dos posiciones extremistas que sostenían Rubin y Sologdin.