El caso era que cualquier delator hubiera abandonado la impenetrable víctima hacía ya mucho tiempo. Nadie hubiera sido tan oficioso como para seguir yendo a escuchar cuentos de caza, domingo tras domingo, durante tanto tiempo. Para Nerzhin, ansioso por solucionar durante su estada en la cárcel todos los problemas que no había solucionado en libertad, Nerzhin, quien al principio iba a ver a Spiridon con una cierta timidez, nunca se cansaba de oír los cuentos de éste. Le refrescaban la imaginación, lo hacían volver a este período de los siete años únicos en la historia de Rusia, los siete años de la NEP., sin parangón en la historia de la Rusia rural, desde los días de Ryurik el Vikingo, hasta la última parcelación de las granjas colectivas. Nerzhin había vivido este período de siete años siendo todavía un niño que no entiende nada de nada y lamentaba haber nacido tan tarde.
Encantado por el tono espeso de la voz de Spiridon, Nerzhin nunca había intentado llevar la conversación al plano político. Y Spiridon empezó lentamente a tenerle más confianza. Él también se complacía en la reconstrucción del pasado. Se distendía. Las profundas arrugas de su frente disminuían. Su cara coloradota se iluminaba.
Su vista arruinada le impedía leer libros en la
—¿Esenin?, — dijo Nerzhin, que esa sí que no se la esperaba—. ¡Magnífico! Tengo un libro suyo en la
Y trajo el librito, que tenía forrado con un papel adornado con hojas otoñales de arce pintadas sobre él. Estaba profundamente intrigado. ¿Ocurriría el milagro? ¿Entendería el semianalfabeto de Spiridon la poesía profunda de Esenin?
El milagro no ocurrió. Spiridon no recordaba una sola línea de lo que había escuchado hacía ya tanto tiempo, aunque le gustaron "Tanyusha Era Linda" y "La Siega".
Dos días después, el mayor Shikin llamó a Nerzhin y ordenó que presentara su ejemplar de Esenin para la aprobación del censor. Nerzhin no sabía quién podía haberlo delatado. Pero habiendo sufrido públicamente a manos del "policía" y habiendo perdido su librito de Esenin por causa indirecta de Spiridon, Nerzhin, finalmente, se ganó su confianza y Spiridon empezó a tutearlo. Para entonces ya se reunían para conversar bajo el arco de la escalera donde nadie los podía oír.
Desde ese momento, durante los últimos cinco o seis domingos, las narraciones de Spiridon, empezaron a brillar con esa profundidad popular que Nerzhin tenía tantos deseos de escuchar. Domingo tras domingo, pasaba revista a aquel campesino que tenía diez y siete años en la época de la Revolución, y más de cuarenta cuando empezó la guerra contra Hitler.