—¡No sólo las he aceptado, sino que he meditado sobre ellas! He estado pensando durante dos meses todas las mañanas. ¡Y tú nunca has hecho una cosa parecida!
—¿Has estado
Sologdin frunció el entrecejo. — ¿La habilidad para aplicar conclusiones teóricas a la práctica? Bueno, eso es lo que es el más material de los conocimientos.
¡Ah, así que también eres un materialista elemental!, — dijo Rubin—. Es un tanto primitivo, pero pasa. Pero, ¿entonces no tenemos de qué discutir?
—¿Cómo? ¿Cómo no tenemos de qué? — preguntó Sologdin indignado—. Si no estamos de acuerdo en algo, no podemos discutir; y si estamos de acuerdo, ¿para que vamos a discutir? ¡Mira! Si no te importa, ¡el que de ahora en adelante sostendrá las discusiones serás tú!
—¿Qué obligación tengo? ¿Y sobre qué discutimos? Sologdin también se puso de pie y empezó a mover los brazos con energía.
—¡Escucha! Acepto la batalla en las condiciones menos ventajosas. Te tendré que vencer con el arma que deberé arrancar de tus garras, vamos a discutir que tú mismo ¡no entiendes esas tres leyes fundamentales! Las has aprendido de memoria, como un loro y nunca has reflexionado sobre su verdadero significado. ¡Te puedo dar diez vueltas en ese asunto, hijo mío!
—Bueno, muy bien, ¡trata de hacerlo!, — gritó Rubin sin querer. Estaba enojado consigo mismo, por haberse dejado envolver en la discusión, pero ya había engranado en ella, así que su único deseo era continuar.
—Por favor, — dijo Sologdin—, toma asiento.
Rubin permaneció de pie, como si todavía abrigara la esperanza de poder irse.
—Bueno, daremos comienzo con algo sencillo, Sologdin hablaba en un tono de satisfacción—. ¿Las leyes de la dialéctica nos muestran la dirección del proceso o no?
—¿La dirección?
—Sí. ¿Hacía dónde nos lleva nuestra dialéctica? — dijo—. Su evolución.
—Sí, claro.
—¿Y en qué lugar, en especial, encuentras esta característica más evidente?, — preguntó fríamente Sologdin.
—Bueno en las leyes mismas. Incluyen el movimiento. Rubin se sentó a su vez. Empezó a hablar con más seriedad y cuidado.
—¿Qué ley en particular incluye al movimiento?
—Bueno, a ver. La primera, no. ¿La segunda?... tampoco. Digamos que la tercera.
—Aja. La tercera. ¿Y cómo podríamos definirla?
—¿Definir qué?
—La dirección del movimiento, por supuesto.
Rubin frunció el ceño. — Oye, ¿a qué viene todo este escolasticismo, después de todo?
—¿Lo llamas escolasticismo? Eso es no tener idea de lo que es una ciencia exacta. Si una ley no nos da correlaciones numéricas y si no sabemos la dirección que lleva el desarrollo, no sabemos nada. Muy bien; empecemos ahora desde el otro extremo. Usas seguido la frase: "Una negación de una negación". ¿Qué entiendes por ello? Por ejemplo, ¿puedes decirme si la negación de una negación ocurre
Rubin se detuvo un momento a reflexionar sobre este punto. La pregunta era inesperada. Generalmente no se planteaba el problema en esos términos. Pero, como se hace de costumbre en el trascurso de un debate, ocultó su desconcierto apurándose a responder. — En principio, sí. La mayoría de las veces así sucede.
—¡Ahí está!, — rugió Sologdin satisfecho—. Conoces al dedillo toda esa jerga: "en principio", "la mayoría de las veces". Confundes las cosas de modo que resulta imposible ver el principio y el fin. Si alguien dice "la negación de una negación", a uno se le representa la imagen de una semilla, de la cual sale una planta, de la cual salen diez semillas nuevas. ¡Qué lío! ¡Marea a cualquiera! — Le parecía como si estuviera manejando una espada, atacando a una turba de sarracenos.— Contéstame en forma directa: cuándo "una negación de una negación" ocurre y cuándo no ocurre. ¿Cuándo es inevitable y cuándo es imposible?
No quedaban ni rastros del cansancio de Rubín. Concentró todas las ideas vagas que tenía al respecto, para utilizarlas en la discusión; ésta no servía para nada, y sin embargo, tenía la sensación de que era importante.
—¿Qué sentido tiene el preguntarse, "cuándo sucede tal cosa" y "cuándo no sucede tal cosa"?
—Bueno, bueno. Con ese criterio, ¿qué sentido tiene una ley fundamental de la cual se derivan las otras dos? ¿Cómo puede uno mantener un diálogo con un sujeto como tú?
—¡Empiezas a construir la casa por el tejado!, — dijo Rubín, indignado.
¡Palabrerío, puro palabrerío! En otras palabras...
—Trastocas los elementos, — insistió Rubín—. Consideraríamos vergonzoso que alguien pretendiera deducir el análisis de un fenómeno concreto de las ya enunciadas leyes de la dialéctica. Y, por lo tanto, no tenemos ninguna necesidad de saber "cuándo sucede" o cuándo no sucede" dicho fenómeno.