Aprendió a clavar un clavo con maestría, a agregar una tabla a la otra, no con el fin de congraciarse con la gente de pueblo, pero para ganarse su semicrudo pan diario. Y después del duro aprendizaje del campo de trabajo, otra de sus ilusiones desapareció. Nerzhin no tenía para qué bajar, ni hasta quién bajar; el pueblo no tenía ninguna superioridad moral primitiva con respecto suyo. Sentado junto a ellos en la nieve por las órdenes de un guardia, escondiéndose con ellos del capataz, en los oscuros rincones de una obra en construcción, empujando carretillas en la helada a su lado, secando sus peales en las barracas en su sociedad, Nerzhin pudo percibir claramente que esta gente no lo sobrepasaba un ápice en cuanto a estatura moral. No resistían el hambre ni la sed con más estoicismo. No tenían mayor coraje cuando consideraban la perspectiva de pasar diez años detrás de una pared de piedra. No eran más hábiles ni previsores en las circunstancias difíciles del trasporte o durante las requisas. Eran más ciegos y confiados frente a los delatores. Estaban más predispuestos a creer en los burdos engaños de los jefes. Esperaban la amnistía que a Stalin le hubiera resultado más fácil reventar que darla. Si algún mandón local de la prisión se sentía de buenas y les sonreía, se apresuraban a contestar su sonrisa. También eran más angurrientos por las cosas pequeñas: las raciones "suplementarias" de 100 gramos de sopa aguada de trigo, los horribles pantalones de la cárcel (siempre que fueran algo más nuevos o de colores chillones,), los hacían tremendamente felices.
Lo que le faltaba a la mayoría de ellos, eso que se torna más precioso que la vida misma, era el
Habiendo dominado un nuevo acceso de entusiasmo, Nerzhin —definitivamente o no—, vio en el pueblo algo nuevo, completamente distinto de lo que había conocido a través de sus lecturas: el pueblo no son todos los que hablan un mismo idioma, ni tampoco aquellos elegidos que llevan estampa en sus frentes la marca del genio. Ni por nacimiento, ni por el trabajo manual, ni siquiera por medio de la cultura, se gana el derecho a formar parte del pueblo.
Es por nuestro yo interior.
Cada uno forja su propio yo interior, año tras año.
Debe esforzarse por templarlo, recortarlo y pulirlo para
En esa forma se habrá convertido en una partícula integrante de su pueblo.
SPIRIDÓN
En cuanto llegó a la
Como fuera, éste no podía encontrar el pretexto adecuado para trabar relación con Spiridon; no tenía nada que decirle, no se encontraban durante el trabajo; vivían en lugares distintos. El pequeño núcleo de trabajadores ocupaba un cuarto aparte en la
Spiridon se consideraba uno de los menos conspicuos habitantes de la
Durante todo el tiempo, los ojos enfermos de Spiridon, inmóviles bajo sus espesas cejas coloradas, decían: —¿Para qué has venido, soplón? Aquí no tienes nada que hacer.