—Quisiera decir, — expresa el profesor de matemática—, que aun antes de ser designado jefe militar, el Príncipe Igor hubiera quedado en descubierto la primera vez que hubiera llenado nuestro cuestionario especial de seguridad. Su madre era Polovtsiana, hija de un príncipe de ese país. Él tenía, pues, media sangre Polovtsiana. Había estado aliado con los Polovtsianos por muchos años y ya había sido un "fiel aliado y leal amigo" de Konchak antes de su campaña. En 1180, cuando fue derrotado por el ejército del príncipe Monomakh, escapó en el mismo bote que el Khan Konchak. Más tarde, Svyatoslav y Ryurik Rostislavich lo llamaron para unirse en la campaña rusa contra los Polovtsianos, pero Igor no aceptó so pretexto de estar la tierra resbaladiza por el hielo. ¿Sería porque en esa época Svoboda Konchakovna, la hija de Konchakov, ya estaba comprometida con Vladimir Igoryevich? En el año 1185, que ahora estamos considerando, ¿quién ayudó, después de todo, a Igor a escapar del cautiverio? ¡Un Polovtsiano! El Polovtsiano Ovlur, a quien después Igor concedió la nobleza. Y la hija de Konchak, oportunamente, dio un nieto a Igor. Propongo que el "autor de la epopeya", por ocultar estos hechos, sea también sometido a la justicia y asimismo el crítico musical Stasov, que pasó por alto las tendencias traidoras de la ópera de Borodin y, por último, el Conde Musin-Pushkin, dado que fue un cómplice indiscutible al quemar el manuscrito único de la "epopeya". Es evidente que alguien borró las huellas para favorecer a alguno.
Habiendo finalizado, Chelnov retrocedió. La misma débil sonrisa permanecía en sus labios.
Estaban silenciosos.
—¿Pero no hay alguien aquí que defienda al acusado? Después de todo, el hombre ciertamente necesita una defensa, — clamó Isaac Kagan indignado.
—¡No merece defensa ese bastardo!, — gritó Dvoyetyosov.
—Esto cae bajo el artículo iB. ¡Al paredón con él!
Sologdin frunció el ceño. Lo que Rubin había dicho era muy divertido y también respetaba la erudición de Chelnov, pero el Príncipe Igor era el orgullo de la historia rusa, una imagen de la caballería en su período más glorioso; por consiguiente, no debía ser ridiculizado, ni siquiera indirectamente, Sologdin sentía. un desagradable sabor en la boca.
—¡No, no, si no les importa, voy a hablar de cualquier forma en su defensa! — dijo envalentonado Isaac, recorriendo el cuarto con una mirada socarrona—. ¡Camaradas jueces! Como un honorable abogado del Gobierno coincido sin reservas con todas las conclusiones de la acusación. — Arrastraba las palabras.— Mi conciencia me indica que el Príncipe Igor no sólo debe ser ahorcado, sino también descuartizado. Es cierto que desde hace tres años no existe pena de muerte en nuestra humana legislación y estamos obligados a reemplazarla por otra. Aun así, resulta incomprensible que el fiscal sea tan sospechosamente indulgente. Es obvio que el Fiscal debe a su vez ser investigado. ¿Por qué se ha quedado a dos pasos de la pena máxima y establecido veinticinco años de trabajos forzados? Después de todo, existe en nuestro Código Penal un castigo que difiere muy poco de la muerte, un castigo mucho peor que veinticinco años de trabajos forzados.
Isaac marcó una pausa, como para causar la mayor impresión posible.
—¿Cuál es, Isaac? — Le gritaron impacientes. Tranquilamente y con fingida inocencia, respondió:— Artículo 20, inciso a.
Ninguno de los presentes, con toda su experiencia carcelaria, había oído hablar jamás de tal artículo. ¿Cómo lo conoce este leguleyo?
—¿Qué dispone? — Le gritaban sugerencias indecentes de todos lados:— ¿Castrarlo?
—Casi, casi, — confirmó Isaac imperturbable—. De hecho, es una castración espiritual. ¡El artículo 20, inciso a, lo condena a ser declarado enemigo de los trabajadores y a ser expulsado de los límites de la U.R.S.S.! ¡Que reviente en Occidente! No tengo nada más que decir, Modestamente, con la cabeza ladeada, pequeño e hirsuto, volvió a su litera.
Una explosión de risa sacudió el cuarto.
—¿Qué? ¿Qué?, — rugió Khorobrov, ahogándose, mientras su cliente saltaba escapando al tirón de la maquinilla—. ¿Expulsado? ¿Exiliado? ¿Existe realmente tal artículo?
—¡Qué sea más duro el castigo! ¡Qué sea más duro el castigo!, — gritaron.
Spiridon sonrió solapadamente.
Todos hablaron al mismo tiempo y luego se dispersaron... Rubin se acostó otra vez boca abajo, tratando de concentrarse en un diccionario Mongólico-Finlandés. Maldijo su estúpida manera de convertirse en el centro de la atención y se avergonzó del papel que había jugado.
CONCLUYENDO EL VIGÉSIMO AÑO
Adamson, apoyado en su almohada, seguía devorando "El Conde de Montecristo". Estaba de espaldas a lo que ocurría en el cuarto.
Ninguna parodia de juicio podía entretenerlo. Sólo dio vuelta la cabeza ligeramente cuando habló Chelnov, porque lo que decía era nuevo para él.