—Analizando la situación, ésta es perfectamente comprensible, puesto que su Yaroslavna era una joven esposa, la segunda, y no podía confiar demasiado en ella. De hecho, el Príncipe Igor parece ser un aprovechador inescrupuloso. ¿Para quién bailaron las danzarinas Polovtsianas, pregunto yo a usted? Para él, naturalmente. Y su repulsivo vástago entró pronto en unión sexual con la hija de Konchak, aun cuando el matrimonio con extranjeras ha sido terminantemente prohibido a nuestros ciudadanos por las autoridades competentes. Y esto es un momento de extrema tensión en las relaciones Soviet-Polovtsianas, cuando...
—Un momento —dijo el hirsuto Kagan desde su cama—. ¿Cómo sabe el Fiscal que existía autoridad Soviética en la Rusia de esa época?
—¡Alguacil! ¡Expulse a ese agente vendido! — ordenó Nerzhin. Pero antes de que Bulatov entrara en acción, Rubín aceptó ligero el desafío.
—Si no hay inconveniente, contestaré. Un análisis dialéctico de los textos lo demuestra categóricamente. Lean lo que dice el "autor de la epopeya": "Rojas banderas ondeaban en Putivl".
—¿Parece bastante claro, no? El noble Príncipe Vladimir Galitzky, Jefe del Comisariato del Distrito Militar de Putivl, estaba reuniendo la guardia popular, encabezada por Skula y Yeroska, para la defensa de su ciudad natal. Mientras que, el Príncipe Igor contemplaba las piernas desnudas de las mujeres Polovtsianas. Aclaro que todos compartimos su interés por este punto, pero después que Konchak le ofreció la elección de "cualquiera de las bellezas", ¿por qué no tomó alguna ese bastardo? ¿Quién de entre nosotros puede creer que un hombre rehuse una mujer?, Y entonces el último cinismo del acusado se revela en su supuesta fuga del cautiverio y el voluntario regreso a su patria. ¿Quién podría creer que un hombre al cual le ha sido ofrecido "el caballo de su preferencia y oro" y asimismo "cualquiera de las bellezas", volvería voluntariamente a su país y dejaría todo eso? ¿Cómo puede ser?
Esta era precisamente la pregunta que se les había formulado a los prisioneros que habían regresado. A Spiridon también se le había preguntado: —¿Por qué volvió a su país si no había sido reclutado por el enemigo?
—Sólo cabe una interpretación: ¡el Príncipe Igor fue reclutado por el servicio de inteligencia Polovtsiano y enviado de regreso para colaborar en la desintegración del Estado de Kiev! ¡Camaradas jueces! En mí, como en ustedes, hierve la noble indignación. Como persona, de sentimientos humanitarios, exijo que este hijo de perra sea ahorcado! Pero como la pena capital ha sido abolida, encajémosle veinticinco años y démosle cinco más por los cuernos. El Tribunal deberá además retirar la ópera "El Príncipe Igor" de los escenarios, por ser totalmente amoral y por difundir tendencias traidoras entre nuestra juventud. Además, deberá ser juzgado el testigo Borodin, A, P., arrestándolo como medida preventiva. También deberán ser traídos a juicio los siguientes aristócratas: (1) Rimsky y (2) Korsakov, porque si no hubieran completado esta mala ópera, ésta nunca hubiera sido representada. ¡He dicho! — Rubín saltó pesadamente desde la mesa de noche. La burla se había agriado repentinamente.
Nadie rió.
Pryanchikov, sin esperar a que lo invitaran, se levantó de la silla y en el profundo silencio dijo vagamente, — ¡"Tant pis", caballeros! "¡Tant pis!" ¿Vivimos en el siglo veinte o en la edad de piedra? ¿Cuál es el sentido de la traición en la era de la desintegración atómica, de los semiconductores, de los cerebros electrónicos? ¿Quién tiene el derecho de juzgar a otro ser humano, caballeros? ¿Quién puede privarlo de su libertad?
—Perdón, ¿esa es la defensa? — dijo con educación el Profesor Chélnov, hacía quien miraron todos—. Quisiera antes agregar a los argumentos del fiscal algunos Hechos que mi estimado colega no ha tenido en vista y...
—Por supuesto, por supuesto. Vladimir Erastoyich, — aceptó Nerzhin—. Siempre estamos a favor de la acusación y contra la defensa, de modo que aceptamos la violación de las normas procesales. ¡Adelante!
Una sonrisa contenida apareció en los labios del Profesor. Habló en voz baja y, sin embargo, pudo ser perfectamente oído porque el público lo escuchaba con respeto. Sus ojos pálidos parecían mirar por encima de los presentes, como si estuvieran contemplando las páginas de las crónicas antiguas. El pompón de lana de su gorra acentuaba la finura de su rostro y le daba un aire concentrado y alerta.