Читаем En el primer cí­rculo полностью

—¡Divertido, muy divertido!, Sologdin se acomodó, buscando una mejor posición. Hoy, como nunca, había ganado su descanso, y quería que fuera entretenido.

El cauteloso Kagan, sintiendo que la diversión que había iniciado amenazaba cruzar los límites de lo razonable, retrocedió despacio hacia la pared y se sentó en su litera.

—Descubrirán a quién vamos a juzgar en el curso de las deliberaciones judiciales —explicó Rubín, que en realidad no lo había pensado todavía—. Yo, si no tienen inconveniente, seré el acusador, ya que esa función siempre me ha despertado especiales sentimientos. (Todos sabían, en la sharashka, que Rubin había tenido fiscales que lo odiaban personalmente y que durante cinco años había peleado, solo, contra el Procurador General y el Procurador Militar) ¡Gleb! Tú serás el Presidente del Tribunal. Elige un "trío" de jueces objetivos, sin conexiones personales —en una palabra, completamente sometidos a tu voluntad.

Nerzhin, dejando caer los zapatos, se sentó en su litera alta. A medida que pasaban las horas se sentía cada vez más alejado de su encuentro matinal y más integrado al mundo de los otros prisioneros. El reto de Rubin encontró su apoyo. Se acercó a la baranda de la cama, metió las piernas entre los barrotes de madera y quedó así como en una tribuna alzada sobre el cuarto.

—Bueno, ¿quiénes serán mis asesores?, ¿Suban aquí!

Había muchos prisioneros en el cuarto todos querían oír el juicio, pero ninguno se animaba a ofrecerse como asesor, ya fuera por cautela o por temor al ridículo. En la litera vecina a la de Nerzhin estaba acostado Zemelya, el especialista en vacío, leyendo el diario de la mañana. Nerzhin le manoteó el periódico.

—¡Basta! Ya es suficiente ilustración para ti. Si no te cuidas, te verás envuelto en la dominación del mundo. Siéntate y conviértete en mi asesor.

Abajo hubieron aplausos.

—¡Vamos, Zemelya, vamos!

Zemelya era afable y no se pudo resistir mucho tiempo. Sonriendo embarazado, sacó la cabeza calva entre las barras de la litera: Es un gran honor ser elegido por el pueblo, pero amigos, yo no he estudiado, soy incapaz...

Se produjo una amistosa carcajada. ¡Ninguno de nosotros es capaz! ¡Ninguno ha estudiado para ello! Y esta fue su respuesta y su elección como vocal.

Del otro lado de Nerzhin estaba acostado Ruska Doronin. Se había desvestido y estaba enteramente cubierto por la manta, con una almohada sobre la cabeza por añadidura. Estaba en pleno rapto de felicidad y no quería oír, ver ni ser visto. Sólo estaba allí físicamente; sus pensamientos y su corazón habían partido detrás de Clara, que había vuelto a su casa. En el momento de partir había terminado de tejer la canastilla para el Árbol de Navidad y se la había dado secretamente a Ruska. Él la tenía ahora bajo la manta y la besaba.

Viendo que era inútil molestar a Ruska, Nerzhin buscó un segundo candidato.

—¡Amantai!; ¡Amantai! — gritó, llamando a Bulatov—, ven a integrar el Tribunal.

Los anteojos de Bulatov brillaron desafiantemente.

—Iría, pero no hay dónde sentarse allí. Seré el alguacil acá en la puerta.

Khorobrov (que ya le había cortado el pelo a Adamson y a otros dos más, atendía a un nuevo cliente, sentado sin camisa en medio del cuarto, para no trabajar luego limpiando el pelo de la ropa), gritó: ¿Para qué quieren otro vocal? Después de todo, el veredicto ya está arreglado, ¿no es cierto? Arréglense con uno solo.

Nerzhin aceptó. ¡Correcto! ¿Para qué mantener un parásito? Pero, ¿dónde está el acusado? ¡Alguacil! ¡Haga entrar al acusado! ¡Silencio!

Golpeó la litera con su larga boquilla. Cesaron las conversaciones.

—¡Que empiece el juicio! — reclamaron a gritos—. Había público sentado y de pie.

Debajo del Presidente del Tribunal, la voz lúgubre de Potapov entonó: ¡"Si asciendo al cielo, estarás allí. Si bajo al Infierno, estarás allí. Y si me hundiera en las profundidades del océano, allí también Tu mano derecha me alcanzaría!" (Potapov había estudiado religión en el colegio y su mente precisa de ingeniero había retenido el texto del catecismo ortodoxo).

Debajo del asesor se oía el tintinear de una cucharita revolviendo azúcar en un vaso.

—¡Valentulya! — Gritó Nerzhin amenazante—. ¿Cuántas veces se te ha dicho que no hagas ruido con la cuchara?

—¡Sométanlo al Tribunal! — bramó Bulatov, y varias manos rápidamente arrastraron a Pryanchikov desde la semioscuridad de su litera baja hasta el centro de la habitación.

—¡Acaben! — dijo Pryanchikov enojado—, ¡estoy harto de los acusadores, estoy harto de sus procesos! ¿Qué derecho tiene una persona para juzgar a otra? ¡Ja, ja! ¡Muy divertido! ¡Te desprecio, amigo! — le gritó al Presidente y a...a ustedes.

Mientras Nerzhin reunía su Tribunal, Rubín había planeado toda la función. Sus ojos oscuros brillaban con la luz del descubrimiento. Mediante un amplio gesto, concedió clemencia a Pryanchikov.

—¡Déjenlo en libertad a este pichoncito! Valentulya, con su amor por la justicia universal, puede ser perfectamente el defensor oficial. ¡Que se le dé un asiento!

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