Corría dentro de la habitación semicircular donde los prisioneros estaban dándose prisa ruidosamente, algunos de regreso del desayuno, algunos camino a lavarse; Valentulya Pryanchikov sentado en ropa interior, después de quitar la frazada sobre su cama, con los brazos extendidos mientras relataba sonriente su conversación de la noche con el jefe nocturno, describiendo cómo más tarde se aclaró que era el ministro. Nerzhin detestaba escuchar a Valentulya. Pero era un delicioso momento de su vida, cuando uno estalla con cantos, cuando cien años parecen demasiado cortos para remoldear todo. Y no podía omitir un desayuno; un prisionero no siempre tiene desayuno. De todos modos, la historia de Valentulya estaba alcanzando su poco glorioso final. La habitación le dictó su veredicto: era
En la tarima más baja, a lo largo del camino de pasaje a la ventana central, debajo de la tarima de Nerzhin y a través de la vacía de Valentulya, Andrés Andrevich Potapov estaba tomando su té matinal. Observando el juego general, reía hasta que las lágrimas le subieron a los ojos, salpicándole los anteojos. Antes de que despertaran los demás, la cama de Potapov ya estaba hecha; como un paralelepípedo regular. En ese momento extendió una finísima capa de manteca sobre el pan; no compraba nada en la tienda de la prisión pues trataba de enviar todo el dinero que ganaba a su "vieja". (De acuerdo al standard de la
Nerzhin dejó caer su saco acolchado en la corrida, lo tiró sobre su cama todavía sin tender y, saludando a Potapov pero sin esperar respuesta, corrió a desayunar.
Potapov era el ingeniero que había confesado durante su interrogatorio, y firmado la confesión, y confirmado en su juicio que personalmente había vendido a los germanos —y muy barato— el ornamento del Plan Quinquenal Stalinista, Dnepreges, la Estación de Poder Hidroeléctrico del Dniéper —aunque había sido demolida cuando él lo vendió a ellos—. Gracias solamente a la merced de una corte muy humana, la sentencia de Potapov por su increíble y sin igual crimen tuvo sólo diez años de prisión, seguidos de la pérdida de sus derechos por cinco años, lo que en el lenguaje de los prisioneros se llamaba "diez, más cinco en los cuernos".
Nadie que hubiera conocido a Potapov en su juventud, y menos todavía el mismo Potapov, hubiera soñado que a los cuarenta y cinco sería arrojado en prisión por
En 1941, mientras construían otra estación, Potapov tuvo una excepción de servicio militar. Pero sabiendo que Dneproges, la creación de su juventud, había sido volada, dijo a su mujer: —Katya, después de todo yo debo ir.
Ella le respondió: —Sí, Andryusha, debes.
Y así fue Potapov con sus anteojos menos tres dioptrías, con el cinturón retorcido, una camisa arrugada, con sus insignias de oficial y la funda de su pistola vacía. En el segundo año de esa buena preparación para la guerra no habían todavía bastantes armas para oficiales. Abajo de Kastornoye, en medio del humo del centeno en llamas y del calor de julio, fue tomado prisionero. Escapó, pero no pudo alcanzar su propia línea y fue apresado por segunda vez. Escapó de nuevo, pero en campo abierto fue tomado por tercera vez por un destacamento de paracaidistas (todas las veces sin armas).