—¿Qué hay en el diario, Andreich? — preguntó Nerzhin. Potapov, miró a Nerzhin con sus apagados ojos estrábicos de ucraniano todavía colgado de su tarima:
Más de tres años habían pasado desde que Nerzhin y Potapov se habían encontrado en la prisión de Butyoskaya en una ruidosa, superpoblada celda, casi a oscuras hasta en el mes de julio. Allí, en el segundo verano después de la guerra, la vida de muchas personas diferentes se había cruzado. Recién llegados de Europa pasaron a través de aquella celda, fornidos prisioneros rusos que habían conseguido trocar la prisión germana por una prisión natal; golpeados y crispados presos de los campos, en tránsito desde las cuevas de GULAG al oasis de la
Y una voz desentonada y cascada le respondió —Cu-cu. Usted se acuesta detrás de mí.
Día tras día, mientras los prisioneros eran sacados de la celda para ser trasportados, ellos se movían bajo los tablones de la cama, "del cubo de la letrina a la ventana"; en la tercera semana retrocedieron "de la ventana al cubo de la letrina"; pero esta vez desde la cima de los tablones camas. Más tarde se movieron de nuevo a través de los catres de madera, a la ventana. De este modo se había creado esa amistad, a pesar de las diferencias de edad, historia personal y gustos.
Fue entonces, en los últimos meses de deliberación después del juicio, que Potapov admitió a Nerzhin que nunca le hubiera sucedido que la política le preocupara, si los políticos no hubieran empezado a destrozarla.
Fue entonces, bajo la plancha de la cama de la prisión de Butyrskaya, que el robot se volvió perplejo por primera vez, algo que está bien reconocido no ser recomendable para los robots. No, no estaba arrepentido de haber rehusado pan germano, ni los tres años muerto de hambre, los tres años mortales de la prisión germana. Todavía consideraba inadmisible que los extranjeros juzgasen nuestras dificultades internas.
Pero la chispa de la duda se había encendido en él y había comenzado a arder. De algún modo, no podía comprender por qué se encarcelaba a la gente cuya única culpa era haber construido Dneproges.
CÓMO REMENDAR CALCETINES
A las 8 y 55 había una inspección en los cuartos de la prisión especial. Esta operación, que llevaba horas en los campos, con los zeks de pie en el frío, mandados de un lugar en otro, contados uno a uno, de a cinco, de a cien, a veces por brigada, se hacía rápido y sin sufrimientos aquí en la