Читаем En el primer cí­rculo полностью

Murmuró que no la conocía. Klimentiev estaba bien aleccionado sobre los estatutos de la prisión para no revelar nunca la verdad a los prisioneros y no esperaba mayor honestidad de ellos. Nerzhin desde luego, conocía la dirección de su mujer, pero no quería decirla, y era claro que no quería decirla por la misma razón que la administración de la prisión no permitía el envío a "poste restante". Los anuncios de las visitas próximas se hacían por tarjetas postales: "Le ha sido permitido una visita con su marido en tal y tal prisión". No sólo eso sino que la dirección de la esposa se registraba en M.G.B. El ministerio hacía cuanto podía para que tan pocas mujeres como fuese posible pudieran obtener aquellas tarjetas; los vecinos debían estar al tanto de cuanto se refería a las mujeres de los enemigos del pueblo; tales mujeres debían quedar en descubierto, aisladas, de la opinión sana de la población que las rodeaba, que era precisamente lo que las esposas temían. La mujer de Nerzhin hasta usaba un nombre diferente últimamente. Obviamente se ocultaba de la M.G.B., Klimentiev le había dicho a Nerzhin en su momento que eso quería decir que no habría visita. Y no envió el anuncio.

Y ahora su mujer estaba parada de manera tan molesta delante de él, mientras la gente en torno los miraba en silencio.

—No les está permitido usar "poste restante", le dijo en voz lo suficientemente alta como para que lo oyera solamente ella en el ruido del coche; —usted tiene que dar una dirección.

—¡Pero yo me voy! — los ojos de la mujer estaban trasformados por la animación—. ¡Me voy muy pronto! y no tengo dirección permanente.

Mentía a ojos vista.

Klimentiev pensó bajarse en la primera parada —y en el caso de que ella lo siguiera— explicarle a la entrada del subterráneo, donde siempre había menos gente, que esa molesta conversación era inadmisible.

La mujer del enemigo del pueblo parecía haber olvidado su irreparable culpa. Miraba fijo en los ojos al teniente coronel con una mirada seca, ardiente, suplicante, alucinada. Klimentiev estaba sorprendido con esa mirada. ¿Qué fuerza, se preguntaba a sí mismo, la obligaba tan terca y desesperadamente hacia una persona que no vería durante años y que sólo podía destruir toda su vida?

Me es muy necesario, aseguraba con ojos muy abiertos, que habían visto el titubeo en su cara.

Klimentiev recordó el papel que tenía en su caja fuerte de la prisión especial. Afirmando "El reforzamiento de la Retaguardia" se asestaba un nuevo golpe a los parientes que declinaban dar sus direcciones. El mayor Myshin había propuesto que el contenido del papel fuera anunciado a los prisioneros el lunes. Si esa mujer no veía a su marido mañana, si ella insistía en rehusarse a dar su dirección, no volvería a verlo en el futuro. Si él le hablara sobre la visita de mañana, ahora, aunque la notificación no hubiera sido formalmente enviada, y no hubiese sido registrada en el libro, ella podría venir a Lefortevo como por casualidad.

El tren se estaba deteniendo.

Todos aquellos pensamientos atravesaban veloces la cabeza del teniente coronel. Sabía que los mayores enemigos de los prisioneros eran los mismos prisioneros. Sabía que el mayor enemigo de cada mujer es la mujer misma. La gente no puede mantenerse callada ni siquiera para su propia salvación. Él ya había manifestado en el curso de su carrera, estúpida benignidad, algunas concesiones y nadie sabría nunca acerca de esto, pero aquellos que fueron favorecidos no supieron guardar el secreto.

No podía demostrar ningún ablandamiento.

Sin embargo, mientras el ronquido del tren aumentaba de volumen al aproximarse a la estación, y entrar en ella y a la vista de sus pálidos mármoles, Klimentiev dijo a la mujer: —Le es permitida la visita. Venga mañana a las 10 a. m. No dijo "Prisión Lefortevo", pues muchos pasajeros ya se apiñaban hacia las puertas parados alrededor de él. ¿Sabe usted donde queda la Pendiente de Lefortevo?

—¡Sí sé! ¡sé! — dijo la mujer asintiendo con gratitud.

Y ahora esos ojos antes secos se llenaron súbitamente de lágrimas.

Esquivando esas lágrimas, aquella gratitud y toda aquella insensatez, Klimentiev salió a la plataforma para cambiarse a otro tren.

Estaba sorprendido de lo que había dicho que haría y se sentía fastidiado consigo mismo.

El teniente coronel dejó a Nerzhin esperando en el corredor de la oficina principal del cuartel a causa de que Nerzhin era un prisionero insolente, que siempre trataba de buscar la manera de salirse de lo que era la ley.

El cálculo del teniente coronel era correcto: Nerzhin, después de estar parado un largo rato en el corredor, no solamente había abandonado toda esperanza de que se le concediese una visita, sino que, acostumbrado como estaba a toda clase de infortunios, esperaba que algo malo le ocurriese.

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