Читаем En el primer cí­rculo полностью

¡Pero cuántos defectos tenía! Él teniente coronel comenzó a reprenderlo. Recordaba en detalle qué omisiones habían habido en el curso de su pasado período de tarea. Se había soltado a los zeks para el trabajo matinal dos minutos más tarde; muchos de sus camastros estaban mal tendidos; Nadelashin había fallado en demostrar la debida firmeza al no hacer volver a estos prisioneros y ordenarles que rehicieran sus lechos. Ya se le había hablado sobre esto en su momento. Pero no importaba cuan a menudo uno hablara a Nadelashin; era como golpear la cabeza contra una piedra. ¿Y qué había ocurrido durante el período de ejercicios de la mañana? El joven Doronin había estado parado sobre el límite mismo del área de ejercicio, mirando fijamente el área de más allá, hacia afuera del invernáculo, que después de todo era un área de quebrada tierra, con una pequeña pendiente, muy conveniente para huir. Y la sentencia de Doronin era de veinticinco años; en sus antecedentes se incluía falsificación de documentos, fue buscado por la policía dos años. Nadie en el destacamento le había dicho a Doronin que siguiese su ronda sin detenerse. ¿Y adonde había ido Gerasimovich? Había salido como si nada en dirección a la tienda de máquinas detrás de los tilos. ¿Y cuál era el crimen de Gerasimovich? Gerasimovich estaba en su segundo término —había sido mandado a la cárcel por el artículo 58, IA, Sección 19—. En otras palabras, intento de traición a la patria. No había llegado es verdad a cometerla, pero había sido incapaz de probar que cuando llegó a Leningrado durante los primeros días de la guerra, no era para esperar ahí a los alemanes. ¿Había olvidado Nadelashin que era obligatorio estudiar y conocer a los prisioneros, ya fuera por observación directa o por sus fichas personales? Finalmente, ¿qué clase de apariencia ofrecía el mismo Nadelashin? Su camisa de campo no estaba tirante —Nadelashin la estiró hacia abajo—. La estrella de su gorro, estaba torcida —Nadelashin la corrigió—. Saludaba como una mujer campesina. No era de extrañar, pues, que los prisioneros hicieran sus lechos incorrectamente cuando Nadelashin estaba de servicio. Camas mal hechas eran una brecha peligrosa en la disciplina de una prisión. Camas mal hechas hoy y mañana se rehusarían a trabajar.

El teniente coronel procedió después a dar sus órdenes. Los guardias designados a acompañar a los prisioneros en sus días de visita se reunirían en el tercer cuarto para recibir instrucciones... Que se dejase a Nerzhin en el corredor entretanto. Nadelashin fue despedido.

Salió hecho pedazos. Sinceramente se arrepentía cada vez que oía a sus superiores. Reconocía la justicia de sus acusaciones y reprensiones y se prometía no repetir sus faltas. Pero su trabajo proseguía y de nuevo debía chocar contra la voluntad de docenas de prisioneros, todos presionándolo en diferentes direcciones, rogando cada uno su pedacito de libertad, que Nadelashin no podía rehusarles, esperando que esas cosas pasarían inadvertidas.

Klimentiev tomó su pluma y cruzó la nota "Árbol de Navidad" sobre el calendario de su escritorio. Había tomado su decisión ayer.

Nunca hubo "Árbol de Navidad" en las prisiones especiales. Klimentiev no pudo recordar tal milagro. Pero los prisioneros, aquellos que hacían peso, habían pedido con insistencia que hubiese un Árbol de Navidad aquel año. Y Klimentiev había comenzado a pensar: ¿Por qué razón, después de todo, no permitirlo? Era obvio que nada malo podía resultar de un árbol; no iba a haber un incendio —justamente aquí donde todos eran profesores de ingeniería eléctrica—. Y era muy importante que en vísperas de Año Nuevo, cuando todos los empleados libres salían para disfrutar de un tiempo feliz en Moscú, se les concediera algo moderado aquí también. Sabía que las vísperas de fiesta eran las más difíciles para los prisioneros; siempre había alguno capaz de hacer algo desesperado o insensato. Por eso la noche antes había telefoneado a la administración de la prisión —a la que estaba directamente subordinado— y había discutido el Árbol de Navidad. Existía una prohibición en las leyes de la prisión sobre los instrumentos musicales, pero no pudieron encontrar nada acerca de los árboles de Año Nuevo. Por lo tanto, no lo aprobaban oficialmente, ni lo prohibían formalmente. Largos e infalibles servicios dejaban constancia y otorgaban autoridad a los actos del teniente coronel Klimentiev. Klimentiev ya había decidido esa noche, en la escalera del subterráneo, camino de su casa, permitir de una vez por todas, que hubiese Árbol de Navidad.

Entrando en el subterráneo había pensado en sí mismo con satisfacción; después de todo, era inteligente, una persona de negocios y no un cerrado burocrático; más aún, una persona bondadosa; los prisioneros nunca apreciarían esto ni sabrían quién había deseado permitirles el árbol de Año Nuevo y quién no.

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