—La está agarrando muy fuerte, advirtió cautelosamente Spiridon. Tome la manija con tres dedos, como una lapicera y déjela andar donde quiera ir, con suavidad... Esta es la manera. Cuando vaya hacia usted, no la tironee.
Cada uno saboreaba su superioridad sobre el otro. Sologdin porque conocía mecánica teórica, resistencia de materiales, y muchos otros puntos científicos; Spiridon porque todas las cosas materiales le obedecían a él. Pero si Sologdin no escondía su condescendencia hacia el portero, Spiridon ocultaba la suya al ingeniero.
Aun cortando por el centro el grueso leño, la sierra no saltó, se puso a zigzaguear, a lo largo, salpicando el amarillo aserrín del pino sobre ambos hombres.
Sologdin se rió: —¡Eres un trabajador maravilloso, Spiridon! me confundes; has afilado la sierra ayer, y ¡lo demuestras!
Spiridon satisfecho, cantaba siguiendo el ritmo de la sierra: "come, come, mastica finito. Ella misma no lo traga, lo da a los otros".
Y con un golpe, rompió el leño antes de que estuviera completamente aserrado.
—No la afilé nada, — dijo, mostrando el filo de la sierra al ingeniero—. Mire usted los dientes. Son los mismos de ayer.
Sologdin examinó los dientes y efectivamente no encontró marcas frescas. Pero el pillo le había hecho algo a la sierra.
—Bien, Spiridon, sigamos aserrando un poco más.
—No, dijo Spiridon poniendo sus manos detrás. Estoy muerto de cansado. Todo lo que mis abuelos y bisabuelos no terminaron lo apilaron sobre mí. Y sus amigos estarán llegando.
De todos modos los amigos no vinieron.
Ya era de día. Una alegre mañana helada se encendía detrás. Toda la tierra y hasta las canaletas de los tejados estaban cubiertas de escarcha gris, que coronaba los tilos lejanos en el patio de ejercicios.
—¿Cómo entraste en la
En sus muchos años de campo Sologdin había tratado solamente con gente educada, y no suponía encontrar algo de interés hablando con alguien sin cultura.
—Sí, — dijo Spiridon, chasqueando sus labios. Siempre se agrupan juntas las gentes científicas y por casualidad caí acá yo también. Mi ficha dice que soy un soplador de vidrio. Y bien, alguna vez fui realmente un soplador de vidrio, un maestro soplador de vidrio de nuestra fábrica en Bryansk. Fue hace mucho tiempo, y ahora he perdido la vista y la clase de trabajo que hacía allí no tiene nada que ver con lo que hago ahora aquí. Aquí necesitan un soplador de vidrios hábil como Ivan. Nosotros nunca tuvimos uno como él en nuestra fábrica, jamás. Pero ellos me trajeron gracias a esta ficha, de todos modos. Así cuando yo llegué aquí, me miraron para ver qué era, y quisieron mandarme de vuelta, pero gracias al comandante me tomaron como portero.
Nerzhin apareció por una esquina viniendo en dirección del patio de ejercicios y del desolado edificio de un piso del cuartel del cuerpo de campo. Llevaba un saco acolchado sobre su guardapolvo desabotonado y una toalla de la dependencia estatal, (tan corta por eso) que casi le colgaba de un lado del cuello.
—Buenos días, amigos, saludó bruscamente, desvistiéndose mientras caminaba, mostrando su guardapolvo y sacándose afuera la camisa.
—Glebushka, ¿te estás volviendo loco? ¿Dónde ves algo de nieve? — le preguntó Sologdin mirándolo de soslayo.
—Allá, — replicó Nerzhin sombríamente, encaramándose en el techo del sótano. Allí había una fina capa de lo que podía ser nieve o escarcha, y tomándola a manos llenas, Nerzhin comenzó a frotarse vigorosamente el pecho, la espalda y los costados. Todo el invierno se frotaba con nieve hasta la cintura, aunque si sucedía que los guardias estuvieran cerca, ellos le impedían.
—¡Te está saliendo vapor!, — le dijo Spiridon, sacudiendo la cabeza.
—¿Todavía ninguna carta, Spiridon Danilich? — preguntó Nerzhin.
—¡Sí la hay!
—¿Por qué no me la trajiste para que te la leyera? ¿Todo anda bien?
—Hay una carta pero no la pude conseguir. La serpiente la tiene.
—¿Myashing? ¿No te la quiso dar? Nerzhin detuvo sus masajes.
—Puso mi nombre en la lista pero el comandante me ha hecho alejar del desván en tiempo del despacho del correo. Así, en un momento dado me llegué hasta allí, pero la serpiente había terminado de repartir el correo. Ahora debo esperar hasta el lunes.
—¡Los bastardos! — rugió Nerzhin.
—Por esto es por lo que hay un demonio para juzgar a los curas, — dijo Spiridon con un gesto, mirando del lado de Sologdin, a quien no conocía muy bien.
—Bueno, sigo mi camino.
Y con las orejas de su gorro de piel volándole cómicamente de cada lado como orejas de murciélagos, Spiridon salió en dirección de la casa de guardia donde ningún zek, fuera de él tenía permiso de entrar.
—¡Eh, el hacha, Spiridon! ¿dónde está el hacha? — dijo Sologdin detrás de él.
—El oficial de guardia la traerá, — contestó Spiridon y desapareció.