En vez de formar parte de la multitud que bajo la escolta de la G.P.U. iba a morir a la tundra, Spiridon Yegorov fue designado con el cargo de "Comisario de Colectivización", siendo su misión el arrear a la gente hasta su respectiva granja colectiva. Usaba un aterrorizante revólver en la cintura. Personalmente echaba a la gente de sus casas y las despojaba de sus posesiones, unos tras otros, "kulaks" o no "kulaks", lo que viniera.
Spiridon no contaba con ninguna explicación fácil ni un análisis de las clases sociales que lo ayudaran a comprender éste y otros cambios en su vida. Nerzhin no le preguntó nada, pero dedujo que la conciencia de Spiridon no estaba tranquila, del hecho de que fue ese el momento en que empezó a beber. Aunque una vez había sido dueño de toda la aldea, comenzó a beber de una manera tan desenfrenada, que todo se arruinó en poco tiempo.
Ostentaba el rango de Comisario, pero era incapaz de dar una orden. No se dio cuenta que los paisanos mataban su ganado y se incorporaban a las granjas colectivas sin siquiera una pezuña o cuerno de vaca.
Todo esto le costó su puesto de Comisario. Pero la cosa no paró ahí. Inmediatamente se le ordenó poner las manos tras la espalda y con un policía delante y otro atrás, con los revólveres amartillados, se lo llevaron preso. En seguida lo juzgaron y como dijo él mismo "donde estábamos, nunca perdían mucho tiempo en condenar a la gente". Le dieron diez años por "contrarrevolución económica" y lo mandaron a trabajar en el Canal del Mar Blanco y, cuando lo terminaron, al Canal Moscú (Volga). Allí Spiridon hacía de carpintero y excavaba fosas. Recibía comida abundante y lo único que oprimía su corazón era pensar en la suerte de Marfa, que había quedado sola con tres hijos.
Le concedieron un segundo juicio, donde cambiaron el cargo de "contrarrevolución económica" por el de "abuso de autoridad". Eso hizo que, de la categoría de los "socialmente hostiles", pasara a la de los "socialmente amigables". Luego lo citaron y le dijeron que le confiarían un rifle y lo harían guardia de prisioneros. Y aunque el día anterior Spiridon, como cualquier "Zek" que se respete, obsequiaba a los guardias con los peores insultos, en los que hacía especial referencia a los guardias de prisioneros, tomó el rifle que le ofrecían e hizo de guardia de sus camaradas de ayer, porque así acortaba su estadía en la prisión y conseguía cuarenta rublos por mes para mandar a su casa.
Poco después, el jefe del campamento, que lucía las insignias de Comisario de Seguridad del Estado, lo felicitaba por su libertad recuperada. Se le dieron sus papeles y su designación para trabajar en una fábrica; no en una granja colectiva. Se llevó a Marfa y a los chicos y, al poco tiempo, figuraba en el cuadro de honor de la cartelera de la fábrica como uno de los mejores sopladores de vidrio. Trabajaba horas extras para tratar de recuperar lo perdido desde el incendio. Ya estaba, pensando en la adquisición de una cabaña con una huerta, y en la futura educación de sus hijos, cuando estalló la guerra. Los chicos tenían quince, catorce y trece años de edad, respectivamente. Pronto el frente había llegado casi hasta su pueblo.
En cada momento crucial de la vida de Spiridon, Nerzhin esperaba en silencio, tratando de imaginar lo que habría hecho después. En este punto creyó que, por resentimiento de haber sido encarcelado, Spiridon esperaría para darles la bienvenida a los alemanes. Pero se equivocaba de medio a medio. En un primer momento Spiridon se comportó como el héroe de una novela patriótica. Lo poco de valor que poseía, lo enterró en el suelo. En cuanto el equipo de la fábrica, fue fletado en automotores hacia el interior y se habían puesto carros a disposición de los trabajadores, colocó a su mujer y a sus hijos en un carro y avanzando "con un caballo ajeno, que gracias a la acción de un látigo ajeno, arrastraba un carro ajeno", sin interrumpir jamás la marcha, se retiró desde Pochep a Kaluga, con miles de Otros que estaban en su misma situación.
Pero pasando Kaluga, algo alteró la marcha de la caravana, y de repente ya no eran miles, sino sólo cientos y los hombres eran enganchados en el ejército, mientras que las familias debían proseguir la marcha.