—Te has puesto una venda en los ojos a propósito, taponándote los oídos, asumiendo una postura y ¿llamas a eso inteligencia? Según tu criterio, la inteligencia es negar el crecimiento.
—La inteligencia es objetividad.
—¿Tú, objetivo?
—Absolutamente —declaró Rubin con dignidad.
—En mi vida he conocido una persona con tan poca objetividad como tú.
—Saca la cabeza fuera de la avena, mira las cosas en su perspectiva histórica. No debería citarme, lo sé, pero:
La ley natural —¿entiendes el significado de ese término? Inevitable, condicionado; la ley natural—. Todo sigue su inevitable curso y es inútil indagar cualquier clase de escepticismo podrido.
—No creas Levka que me resulta fácil. Mi escepticismo es tal vez, un tinglado al borde del camino donde me puedo sentar hasta que pasa el mal tiempo. Pero el escepticismo es una forma de liberar la mente dogmática; allí está su valor.
—¿Dogmática? ¡Eres estúpido!
—¿Cómo voy a ser dogmático? — los grandes ojos cálidos de Rubin lo miraban con reproche— soy la misma clase de prisionero que tú. De la clase 1945. Y cuatro años en el frente, una esquirla de granada en mi costado y cinco años de prisión hace que vea las cosas como tú. Lo que debe ser, debe ser. El estado no puede existir sin un sistema penal bien organizado.
—No quiero oír eso, no lo acepto.
—Desde luego. Ahí va el escepticismo ¡Sonido de pífano y de tambor! ¡Qué clase de Sextus Empiricus tenemos aquí! ¿Por qué estás tan afectado? ¿Es esa la manera de ser un escéptico de verdad? Se supone que un escéptico se abstiene de juzgar; se supone que es imperturbable.
—Sí, tienes razón —dijo Gleb desalentado agarrándose la cabeza—. Sueño con refrenarme. Solamente trato de tener... pensamientos elevados. Pero las circunstancias me sobrepasan y me mareo y peleo contra ellas, ultrajado.
—¡Pensamientos elevados! Y me atacas porque en Dzherzkazgan no hay agua suficiente para beber.
—Te deberían mandar allí, degenerado. Eres el único entre nosotros que cree que el Pajan tiene razón, que su método es normal y necesario. Si te destinaran a Dzherzkazgan, muy pronto cantarías otra cantilena.
—¡Oye, oye! — ahora era Rubin el que tomaba a Nezhin por su
—¡Es el hombre más grande! algún día entenderás. Es el Robespierre y el Napoleón de nuestra revolución amalgamados en uno solo. Tiene sabiduría, tiene realmente sabiduría. Ve mucho más allá de lo que tú puedes ver.
—Deberías creer lo que ven tus propios ojos —interrumpió Nerzhin—. Oye, cuando yo era chico, empecé a leer sus libros después de haber leído a Lenin y no pude leerlos. Después de un estilo directo, ardiente, preciso; de golpe apareció una insípida papilla de sémola. Cada una de sus ideas es tosca, estúpida, ni siquiera se da cuenta que siempre deja de lado lo que es importante.
¿Descubriste todo eso cuando eras chico?
—Cuando estaba en los años superiores. ¿No me crees? Bueno, tampoco el juez de instrucción que el expuso el caso en mi contra. Toda esa pretensión, la condescendencia didáctica de sus proclamas me indignan. Cree seriamente que es más inteligente que cualquier ruso...
—¡Pero es!
—¡...y que nos hace feliz dejándonos admirarlo!
Embalados en esta discusión, los amigos se descuidaron y su conversación podía, ahora, ser oída por Simochka; durante un rato había estado observando a Nerzhin con severa desaprobación. Estaba dolida, no solamente por el hecho que él no aprovechara que estaba de turno, sino que ni siquiera mirara en esa dirección.
—Estás equivocado —principalmente porque te estás metiendo en un terreno en el cual no sabes nada. Eres matemático y no tienes verdaderos conocimientos de historia o filosofía; entonces: ¿cómo te atreves a llegar a esta conclusión?
—Óyeme, basta ya de esas leyendas de gente que ha descubierto el neutrino y pesado Beta Sirius sin haberlos visto; son tan infantiles que no se pueden orientar en los simples problemas de la existencia humana, No tenemos elección. Si tus historiadores no se atienen a la historia, ¿qué nos queda por hacer a nosotros, matemáticos y técnicos? Veo quién se gana los premios y quién gana los salarios académicos. No escriben historia, lamen con la lengua un lugar conocido. Entonces nosotros, la
—Vamos, qué dramático suena.
—Y lo que es más, nuestro acercamiento es técnico y los métodos matemáticos no son tan malos. La historia se beneficiaría con algo de ellos.
En el escritorio vacío del ingeniero mayor Roitman del jefe de laboratorio de Acústica, sonó el teléfono interno del instituto. Simochka se levantó a contestar.