Comulgabas con ella, la tomabas como a un sacramento. Como el prana de los yoguis. La comías despacio, la comías de la punta de su cuchara de madera, la comías completamente absorbido en el proceso de alimentación, en el pensar en la comida— y se extendía por tu cuerpo como néctar. Temblabas ante la dulzura que emanaban esos granitos recocidos y el roñoso líquido en el cual flotaban. Y después —casi sin alimentarte: — seguías viviendo seis meses, doce meses ¿Puedes comprender la grosería de devorar un bife como este?
Rubín no podía soportar oír a otros durante largo rato. En cada, conversación era él quien impartía los tesoros de inspiración que llevaba dentro. Iba a interrumpir, pero Nerzhin lo tomó con sus cinco dedos de su
—En nuestros pobres cueros y de nuestros miserables camaradas, aprendemos la naturaleza de la saciedad. La saciedad no depende para nada de
Rubín hizo una mueca irónica —Eres un ecléctico. Arrancas plumas brillantes de todos lados y las entremezclas en tu cola.
Nerzhin sacudió la cabeza. El pelo le cubrió la frente. El tema le interesaba y en ese momento parecía de 18 años.
—No trates de mezclar las cosas, Levka. Esa no es la forma de hacerlo. No saco mis conclusiones de la filosofía que he leído, pero sí, de los cuentos que he oído de gente de carne y hueso, en la prisión. Y después, cuando tengo que formular mis propias conclusiones, ¿por qué tengo que descubrir América por segunda vez? En el planeta de la filosofía, todos los países han sido descubiertos hace tiempo. Hojeando los filósofos de la antigüedad, encuentro allí mis más nuevos descubrimientos —¡No interrumpas!— Iba a darte un ejemplo. Si en un campo de concentración —más aun en una
Rubín sonrió benignamente. Esta sonrisa trasuntaba asentimiento y un matiz de condescendencia hacia su alucinado amigo.
—¿Y qué dicen los grandes libros de los Vedas de eso? — preguntó sacando los labios como una trompa. Lo que dicen los libros Vedas no lo sé —contestó firmemente Nerzhin—, pero los libros de Sankhya dicen “Para aquellos que comprenden, la felicidad humana es el sufrimiento”. — Indudablemente tienes todo preparado —musitó en su barba Rubín —¿Lo sacaste de Mitiay?
—Tal vez. ¿Idealismo? ¿Metafísica? ¿sí? Sigue y pega etiquetas, ¡barba hirsuta! ¡Oye! La felicidad de la victoria incesante, la felicidad del éxito y de la saciedad total,
Rubín río. Reía a menudo cuando categóricamente rechazaba en una discusión, los puntos de vista de su contrincante.
—¡Toma nota, muchacho! Hablas con la inmadurez de una mente joven. Prefieres tu experiencia personal a la experiencia colectiva de la humanidad. Te ha envenenado el olor a letrina de la charla de los prisioneros, y quieres ver el mundo a través de esa niebla. Si nuestras vidas se han ido al tacho porque nuestros destinos no han resultado, ¿por qué los hombres tienen que cambiar sus convicciones?
—Y tú, ¿estás orgulloso de mantener tus convicciones?
—¡Sí!
—¡Cabeza dura! Esa es la metafísica, en vez de aprender aquí, en la prisión, en lugar de absorber la vida real.
—¿Qué vida? ¿El amargo veneno del fracaso?