Читаем En el primer cí­rculo полностью

Nerzhin se puso tenso. Intuyó que la entrevista tomaba ya un mal rumbo. Se había manifestado la misma ironía en sus labios, ni gruesos ni delgados de la boca grande, cuando le había dicho a Nerzhin, unos días antes; que aunque él, Nerzhin, fuera objetivo acerca de los resultados del trabajo sobre articulación pero su actitud hacia la TAREA SIETE, no era el trato que se da a un muerto querido sino el que se da al cadáver de un borracho desconocido encontrado bajo la verja de Mavrino.

La TAREA SIETE era el caballo favorito de Yakonov, pero el trabajo allí andaba mal —... por supuesto valoro mucho sus éxitos personales en la técnica de la articulación... (Se estaba burlando de él).

—... y siento tanto que su original monografía fuese publicada en una edición pequeña, privándolo de la gloria de ser reconocido como un George Fletcher ruso.

(Se burlaba descaradamente).

—De todos modos, me gustaría poder extraer más "rendimiento", como dicen los anglosajones, de su trabajo. Después de todo, usted sabe que a pesar de toda mi consideración por las ciencias abstractas, soy un práctico hombre de negocios.

—El coronel de ingenieros Yakonov tenía un puesto importante, pero no estaba tan cerca del Líder de las Naciones como para tener que disfrazar su inteligencia o abstenerse de tener opiniones personales.

—Bueno, de todas maneras le voy a preguntar francamente: ¿qué está usted haciendo en el Laboratorio de Acústica, en este preciso instante?

No pudo haber preguntado nada más cruel. Yakonov no tenía tiempo de estar en todo; de haberlo tenido, bien lo hubiera sabido.

—¿Por qué diablos se está preocupando por ese trabajo de locos "Stir", "Smir"? Usted, un matemático, un universitario. — Dese vuelta.

Nerzhin se dio vuelta y luego se puso de pie. Había una tercera persona en la oficina. Un hombre de aspecto modesto, vestido de negro con ropa civil, se levantó de un diván y se acercó a Nerzhin. Sus anteojos redondos brillaban por la luz generosa del techo. Nerzhin reconoció a Petr Trofimovich Verenyov, asistente de profesor en su propia universidad, antes de la guerra.

Pero, acostumbrado al hábito adquirido en la prisión, Nerzhin no dijo nada y no hizo ningún movimiento. Imaginó que la persona que tenía delante era también un recluso, y temía hacerle algún daño si se apuraba con una señal de reconocimiento. Verenyov sonrió, él también parecía incómodo. — La voz de Yakonov tronaba tranquilizadora:

—Verdaderamente, hay un envidiable despliegue de reserva entre la secta de los matemáticos. Toda mi vida he considerado a los matemáticos como rosacruces de alguna especie y siempre lamenté no tener la oportunidad de haber sido iniciado en sus secretos. Por favor, pónganse cómodos. Dense la mano y siéntense como en sus casas; los dejo por media hora para que recuerden tiempos idos y también para permitirle al Profesor Verenyov explicarle la tarea que se nos ha asignado.

Yakonov se levantó de su enorme sillón —sus charreteras, azul y plata, acentuaban la imponente masa de su cuerpo pesado y se dirigió ágilmente y con soltura hacia la puerta. Cuando Verenyov y Nerzhin se dieron la mano, estaban solos.

Este hombre pálido cuyos anteojos brillaban con el reflejo de la luz, fue para el prisionero Nerzhin, un fantasma que volvía ilegalmente de un mundo olvidado. Entre ese mundo y el mundo de hoy, habían trascurrido selvas bajo el lago Ilmen; colinas y cañadas de Orel; arenas y pantanos de Belorusia; granjas polacas generosas; tejas de las ciudades alemanas. En un período de nueve años que los separaba, se interponían resplandecientes celdas desnudas; como "cajas” y cámaras de la Bolshaya Lubyanka; grises, apestosas prisiones de tránsito; sofocantes compartimientos de trasportes "Stolypín"; el viento cortante de la estepa sobre los hambrientos zeks qué temblaban de frío. Todo esto, hacía imposible recobrar los sentimientos que había experimentado cuando escribía las funciones de una variable independiente, sobre la blanda superficie de un pizarrón de linóleo.

¿Por qué Nerzhin se sentía inquieto?

Ambos se sentaron y encendieron cigarrillos, separados por una pequeña mesa barnizada.

Este no era el primer encuentro de Verenyov con uno de sus antiguos estudiantes de la universidad de Moscú o de R— donde antes de la guerra, durante luchas entre escuelas teóricas, se lo mandaba a poner las cosas en orden. Pero para él, también había elementos fuera de lo común en ese encuentro; lo aislado de ese instituto en los suburbios de Moscú, envuelto en una niebla de secreto y adornado con alambres de púa; los extraños over-allazul-oscuro en vez de ropa común...

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