Читаем En el primer cí­rculo полностью

Lyuda estaba terminando su relato sobre el poeta, diciendo que si se casaba con él, no tendría más remedio de fingir ser una virgen, y empezó a explicar cómo se proponía concretar esta superchería en su primera noche.

Una mirada de sufrimiento cruzó la cara de Muza. No pudo contenerse y golpeó la mesa.

—¿Pero cómo puede ser? ¿Cuántas heroínas de la literatura mundial por eso?.

—¡Porque eran tontas! — contestó alegremente Lyuda, complacida porque alguien la escuchaba. Porque ellas mismas se crearon problemas—. ¡Todo es tan simple!

Olenka puso una manta en un extremo de la mesa común y probó la plancha. Su nueva chaqueta marrón grisácea y la pollera haciéndole juego eran todo para ella. Olenka había tenido que subsistir con patatas y "Kasha", y no recordaba un momento, desde el principio de la guerra, en que hubiera tenido realmente suficiente alimento. Si podía pasar en el troleybus sin pagar los cuarenta kopeks, lo hacía, pero este traje era de primera clase; no había nada en él que no fuere perfecto. No tenía que avergonzarse por ningún detalle. Hubiera sido preferible para ella estropear su propio cuerpo con la plancha, antes que el vestido.

Considerando todos los puntos de vista, Lyuda no sabía si debía casarse con el poeta: —No es miembro de la Unión de Escritores Soviéticos; escribe sólo en español, y no puedo imaginarme cómo andarán las cosas con sus derechos de autor.

Erzhika se asombró tanto que bajó sus pies al piso y se sentó. ¿Qué?

—preguntó—. ¿En la Unión Soviética también uno se casa por interés?

—Te acostumbrarás y comprenderás —dijo Lyuda, sacudiendo su cabeza de lado a lado frente al espejo. Se había quitado los ruleros y una profusión de rizos rubios temblaban en su cabeza. Uno solo de ellos hubiera bastado para capturar al joven poeta.

—Chicas, he llegado a la siguiente conclusión —comenzó Erzhika, pero observó la mirada extraña de Muza dirigida al piso, cerca de ella, y levantó rápidamente las piernas, sobre la cama.

—¿Qué?... ¿Pasó corriendo?-gritó alarmada. Las chicas rieron. Nada había pasado corriendo. A veces, en el cuarto 418, aun durante el día, y particularmente de noche, horribles "ratas rusas" pasaban por el suelo, chillando. Durante todos estos años de lucha subterránea contra Horthy, Erzhika no había temido a nada tanto como ahora temía que las ratas saltaran a su catre y corrieran sobre ella. Durante el día, entre las risas de sus amigas, el terror pasaba, pero de noche se arropaba en las mantas por todos lados y sobre su cabeza, jurando que si vivía hasta el día siguiente dejaría Stromynka. Nadya, la química, trajo veneno y lo desparramaron en los rincones. Las ratas se calmaban por un tiempo; luego volvían a sus hazañas. Un par de semanas antes se había producido una crisis. Por supuesto, tuvo que ser Erzhika la que, sacando agua del cubo esa mañana, encontró una pequeña rata ahogada en su taza. Temblando de disgusto y recordando la carita aguda y pacífica del roedor, Erzhika fue ese mismo día a la Embajada de Hungría y pidió ser trasladada a un departamento separado. La Embajada cursó el pedido al Ministerio de Relaciones Exteriores de la U.R.S.S., el Ministerio de Relaciones Exteriores lo pasó al Ministerio de Estudios Superiores y el Ministerio de Estudios Superiores lo giró al rector de la Universidad, quien dirigió un pedido de informes al Sector Administrativo y Económico; el Sector contestó que no existían departamentos privados y que, hasta ahora no habían existido quejas sobre ratas en Stromynka. La correspondencia siguió su curso inverso a través de las mismas vías. De todos modos, la Embajada le dio a Erzhika esperanzas de conseguir un cuarto.

Ahora Erzhika, abrazando sus rodillas, estaba allí sentada, como un pájaro exótico, con su bandera brasileña.

—Chicas, chicas —dijo en un sonsonete plañidero—, "las quiero tanto, que no las dejaría por nada sino fuera por las ratas".

Esto era sólo parcialmente cierto. Las quería realmente, pero no podía hablarle de su preocupación por el destino de Hungría, aislada en el continente Europeo. Desde el juicio de Lászlo Rajk, algo incomprensible estaba ocurriendo en su tierra. Existían rumores de que los comunistas que habían estado con ellas en los movimientos secretos habían sido arrestados. Un sobrino de Rajk, que también había estado estudiando en la Universidad de Moscú, y otros estudiantes húngaros que estaban con él, habían sido repatriados a Hungría, y nadie había recibido cartas de ellos.

Se oyó un golpe especial a la puerta, que significaba "No escondan la plancha, soy de la casa". Muza se levantó y rengueó hasta la puerta — le dolía la rodilla por reumatismo precoz. Levantó el picaporte, y Dasha entró apurada. Era una muchacha sólida, con una boca grande y ligeramente torcida.

—Chicas — dijo riendo, sin olvidar de trancar la puerta tras de sí —. Acabo de zafarme de un admirador. ¡Adivinen quién!

—¿Tienes tantos seguidores? — preguntó Lyuda sorprendida, mientras buscaba algo en su valija.

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