Dasha las miró triunfante. A causa de su notable perspicacia y penetración, sus compañeras la habían apodado "El Investigador". Todo lo que hace falta es saber escuchar. ¿Alguna vez habló de él como muerto? No. Incluso, trata de no decir "él era" y se las arregla para no decir ni "era" ni "es". Si hubiera desaparecido, podría hablar de él, aunque más no fuera una vez, como de un muerto.
—¿Pero, entonces, qué ha sido de él?
—¿Qué? — gritó Dasha, apartando su costura—. ¿No está claro? No, no estaba claro para ellas.
—Está vivo, pero la ha abandonado, y ella tiene vergüenza de reconocerlo. ¡Es humillante! Por eso, se le ocurrió la idea de tenerlo por "desaparecido".
—Esto lo creo, esto lo creo —admitió Lyuda, chapoteando mientras se lavaba detrás de la cortina.
—¡Significa que ella se está sacrificando para su dicha! — exclamó Muza—. Significa que, por algún motivo, siente que debe callar y no casarse.
—¡Exactamente, eres lista, Dasha! — dijo Lyuda, saliendo de atrás de la cortina, sin su "robe de chambre", sólo con su combinación, sus piernas desnudas, que la hacían parecer aun más alta y esbelta. Está desesperada, y por eso asumió el papel de una santa, fiel a un cadáver. No está sacrificando un bledo, está ansiando que alguien la acaricie, ¡pero nadie la desea! Después de todo, una chica puede caminar por la calle y todos volverse a mirarla —pero puede querer echarse en los brazos de alguno sin qué nadie quiera recibirla.
Volvió tras la cortina.
—Pero, por cierto, no es necesario esperar que la gente se dé vuelta a mirarla —objetó Olénka vigorosamente—. Hay que estar por encima de eso.
—¡Ja, ja! — contestó Lyuda—, es fácil para ti porque la gente efectivamente te mira.
—Pero Shchagov la visita —dijo Erzhika, pronunciando con dificultad la-"shch" rusa.
—La visita, pero eso no significa nada todavía —dijo con convicción la invisible Lyuda—. ¡Tiene que morder el anzuelo!
—¿Qué quiere decir "morder"? — dijo Erzhika sin comprender. Todas rieron.
—No, díganme —dijo Dasha insistiendo en su punto de vista—, puede ser que ella espere todavía recuperar a su marido de la otra mujer.
Se sintió el golpe cifrado en la puerta —"No escondan la plancha, soy una amiga".
Todas estaban en silencio. Dasha levantó el cerrojo.
Nadya entró, con paso arrastrado, el rostro agobiado y envejecido, como confirmando las peores burlas de Lyuda. No saludó siquiera a las presentes ni les dijo "Acá estoy" o "Qué hay de nuevo, chicas". Colgó el saco y se fue a su cama.
La cosa más difícil en el mundo hubiera sido para ella decir unas pocas palabras corteses e intrascendentes.
Erzhika leía. Olénka terminaba su planchado ya con la lámpara del techo encendida.
Ninguna supo decir nada. Entonces, deseando romper el silencio embarazoso, Dasha recogió su costura y dijo otra vez: —No, chicas... no, chicas, la vida no es una historia de amor.
LA SOLTERONA
Después de su entrevista con Gleb, Nadya sólo quería estar con gente tan desgraciada como ella y hablar únicamente de prisiones y prisioneros.
De Lefortovo fue directamente a Krasnaya Presnya, a través de todo Moscú, a decir a la esposa de Sologdin las tres palabras sagradas de su marido.
Pero no la encontró en su casa, como era de suponer. El domingo era el único día en que la señora Sologdin podía hacer diligencias para sí y para su hijo. Nadya no pudo ni siquiera dejarle un mensaje a los vecinos, porque la señora Sologdin le había dicho, y podía creerlo, que ellos estaban en su contra y la vigilaban.
Nadya había trepado rápidamente la escalera oscura, entusiasmada con la idea de conversar con esta simpática mujer que compartía su secreta aflicción. Bajó, no solamente desilusionada, sino abrumada. Así como las imágenes aparecen paulatinamente sobre el papel en el cuarto oscuro del fotógrafo, todas las ideas sombrías y los presentimientos vagos que habían arrancado en el presidio comenzaron a pesar sobre el corazón de Nadya, después de su fracasada visita a la casa de Sologdin.
Él había dicho —sí, lo había dicho—. "No te sorprendas si me mandan lejos de aquí, si mis cartas se interrumpen". ¡Podía ser enviado lejos! Entonces, ¿aun esas visitas de una vez al año, terminarían? ¿Qué haría ella?
... Y algo sobre el curso superior del Angara...
... ¿Y no había dicho algo sobre Dios —alguna u otra frase? La prisión estaba paralizando su espíritu, llevándolo al idealismo y al misticismo, enseñándole la sumisión. Estaba cambiando; cuando volviera ya no lo reconocería.
Pero lo peor había sido oírlo decir, casi amenazador. "No debes esperar demasiado el término de mi condena. Un término es algo condicional". En la entrevista Nadya exclamó: "No quiero creerte. Sencillamente, no puede ser". Ahora, horas después, mientras regresaba de Krasnaya Presnya a Sokolniki, a través de todo Moscú, sus densos pensamientos todavía la agobiaban; no podía sacudírselos.
Si el término del encarcelamiento de Gleb nunca tendría fin, ¿qué objeto tenía esperar? ¿Para qué seguir viviendo?