Читаем En el primer cí­rculo полностью

Hubo una época, durante las clases, en una espaciosa escuela de troncos en su pueblo, en que le gustaba ser una estudiante aplicada. También se alegraba de usar el Instituto como una razón para obtener pasaporte y registrarse en la ciudad. Pero ahora iba siendo mayor y había estudiado ininterrumpidamente durante dieciocho años. Estudiar le producía jaquecas. ¿Y por qué estudiaba, al final? La felicidad para una mujer era simple: tener un bebe; pero no había con quién tenerlo, ni para quién tenerlo.

Pensativa, en el cuarto ahora silencioso, Dasha expresó su frase favorita: "No, chicas, la vida no es una historia de amor".

Es cierto que en su Estación de Maquinaria y Tractores había un agrónomo que le escribía constantemente a Dasha pidiéndole que se casara con él. Pero ella estaba a punto de graduarse y todo el pueblo diría, "¿Para qué estudió esta chica —para casarse con un agrónomo? Cualquier muchacha de la granja hubiera sido igualmente buena para él". Pero, por otra parte, Dasha sentía que aun como candidata de ciencias no podía pisar firme en la sociedad a la cual aspiraba a pertenecer; no poseía la vivacidad, ni la despreocupación que poseía la descarada Lyuda.

Mirándola a los ojos, dijo Dasha, "Lyuda, te aconsejo que te laves los pies".

Lyuda se miró los pies. "¿Te parece?"

Pero el agua sólo podía ser entibiada en el calentador, (que estaba ahora escondido), y la plancha ocupaba el enchufe clandestino.

Dasha quería borrar su tristeza con alguna clase de trabajo. Recordó que había comprado ropa interior de una medida que no era la suya, pero había que aprovechar cuando era posible conseguirla. La sacó ahora y empezó a arreglarla.

Estaban todas calladas. El escritorio se bamboleaba bajo la plancha. Muza se encontraba verdaderamente en su carta, pero no salía bien. Releyó las últimas frases. Cambió una palabra. Retocó varias letras poco claras. ¡No, la carta no resultaba! Era una mentira y sus padres lo sentirían de inmediato. Comprenderían que las cosas iban mal para su hija y que algo espantoso había pasado. Se preguntarían por qué Muza no lo decía abiertamente, por qué estaba mintiendo por primera vez.

Si hubiera estado sola en el cuarto, Muza habría estallado en sollozos. Hubiera llorado fuerte, y tal vez eso habría mejorado las cosas. Pero, en las presentes circunstancias, tiró la pluma y hundió la cabeza en las manos, escondiendo el rostro. ¡Así son las cosas! La decisión de su vida entera y nadie para conversarla, nadie para pedirle ayuda.

El martes debía, pues, enfrentarse de nuevo con esos dos hombres envalentonados, con sus frases hechas, capaces de cualquier cosa. Así debe ser la manera en que un fragmento de granada penetra en el cuerpo —extraño, acerado, pareciendo mucho más grande de lo que es. Qué bueno sería vivir sin ese fragmento de acero en el pecho, pero ahora ya no podía ser quitado; todo había terminado, porque ellos no cederían y ella tampoco claudicaría. No claudicaría porque no podría juzgar las calidades humanas de Hamlet y don Quijote recordando que era una soplona, que tenía un nombre clave como "Margarita", o algo así, y que debía reunir información contra estas chicas o contra su propio profesor.

Muza trató de enjugar, sus lágrimas disimuladamente.

Olenka, por fin, había terminado de planchar la pollera. Ahora le tocaba a la blusa crema con botones rosados.

—¿Dónde está Nadya? — preguntó Dasha.

Nadie contestó. Nadie sabía.

Pero Dasha, mientras cosía, estaba decidida a hablar sobre Nadya. "¿Cuánto tiempo puede seguir así una mujer? Está bien; él había desaparecido en acción, pero hacía cinco años que había terminado la guerra. Ya era tiempo de terminar, ¿no? De mirar a la vida".

—¿Qué dices?, ¿Qué dices? — exclamó Muza con dolor, alzando las manos—. Las anchas mangas de su vestido gris a cuadros se deslizaron hasta sus codos, mostrando sus brazos fláccidos y blancos. "¡Esa es la única forma de amar! El verdadero amor va más allá de la tumba".

Los labios llenos y húmedos de Olenka expresaban desaprobación.

—¿Más allá de la tumba? Esa es una idea trascendental, Muza. Uno puede conservar agradecimiento y tiernos recuerdos —¿pero amor?

—Durante la guerra, — interrumpió Erzhika—, mucha gente fue llevada lejos, a ultramar. Tal vez esté en alguna parte, también.

—Podría estar —admitió Olenka—. En tal caso, ella podría tener esperanzas, pero Nadya es el tipo de persona que disfruta hasta el fondo su propia pena, y sólo la suya. La gente así tiene que tener pena en su vida.

Dasha dejó la costura, moviendo vagamente su aguja sobre una hilera y esperó hasta que todas hubieran hablado. Sabía, cuando inició la conversación, cómo las sorprendería.

—Óiganme, chicas —dijo—. Nadya nos está engañando, nos ha mentido. No cree que su marido haya muerto ni espera que esté desaparecido. Sabe que está vivo y también sabe dónde se encuentra.

Las chicas estaban perplejas.

—¿Dónde te enteraste de eso?

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