Читаем En el primer cí­rculo полностью

Despreciaba a los zeks y había expresado la opinión de que debían ser todos fusilados. Hizo este comentario entre otros empleados libres, pero los zeks pronto se enteraron. Había denunciado personalmente dos zeks, uno por mantener relaciones con una de las chicas y otro por fabricar una valija con materiales del gobierno. Ruska, sin misericordia, la hizo objeto de una falsa denuncia, informando que había despachado cartas para los zeks y robado condensadores de los gabinetes. Aunque no presentó una sola prueba ante Shikin y pese a las protestas del marido, un coronel del MVD, el poder de la denuncia secreta, tan irresistible en nuestro país, surtió su efecto y la señora en cuestión fue despedida y debió partir llorando.

A veces Ruska denunciaba también a los zeks, pero por hechos insignificantes y advirtiéndolos previamente. Después dejó de advertirles y ellos tampoco le preguntaban. Entendían por instinto que seguía informando, pero sobre asuntos que prefería no admitir.

Ruska sufrió así el destino habitual de los agentes dobles. Como antes, nadie lo denunció a él ni al juego que estaba llevando, pero comenzaron a eludirlo. El hecho de que les dijera que Shikin —tenía un programa bajo el vidrio de su escritorio, mostrando las horas en que los soplones podían llegar sin ser citados —lo cual los hubiera dejado en evidencia— no compensaba, en forma alguna, su adherencia a la cofradía de los alcahuetes.

Nerzhin, que simpatizaba con Ruska y admiraba sus intrigas, no sospechaba que era él quien lo había denunciado por poseer un ejemplar de Esenin. Ruska nunca pudo suponer que la pérdida del libro le podía causar tanta pena. Pensó que el libro pertenecía a Nerzhin, que de todos modos sería descubierto, que nadie se lo quitaría y que en cambio Shikin podía ser atraído hacia otra pista mediante la imputación de que el libro hallado en la valija de Nerzhin probablemente le habría sido entregado por un empleado libre.

Con el gusto dulce salado del beso de Clara todavía en sus labios, Ruska salió al patio. La nieve en los tilos le parecía capullos y sentía el aire tan tibio como en primavera. En sus dos años de secretos rodeos, con todos sus pensamientos juveniles concentrados en burlar a los pesquisas que lo perseguían, nunca había buscado el amor de una mujer. Había entrado virgen a la prisión, y por las noches, tal pensamiento gravitaba sobre él como una pesada carga.

Pero en el patio, la vista de los edificios bajos y largos de la Dirección le recordaron que al día siguiente, en horas del almuerzo, quería montar un espectáculo. Había llegado el momento de anunciarlo; no podía haberlo hecho antes porque el proyecto podía fracasar. Envuelto en la admiración de Clara, que lo hacía sentirse triplemente capaz e inteligente, miró a su alrededor y vio a Rubin y Nerzhin en el límite más lejano del patio de ejercicios, junto a un tilo corpulento, y se dirigió decididamente hacia ellos. Su gorra estaba echada a un lado, y su pelo enrulado expuesto al aire apacible.

Al acercarse a ellos, Rubin se encontraba de espaldas, Nerzhin de frente. Evidentemente no estaban discutiendo temas triviales, porque Nerzhin parecía ceñudo y muy absorto. Mientras Ruska se aproximaba, Nerzhin no lo miró, no cambió su expresión en lo más mínimo ni interrumpió el ritmo de su conversación; no hizo un gesto, pero era indudable que las palabras que oyó Ruska no era parte de su diálogo.

—En principio, si un compositor escribe demasiado, estoy siempre predispuesto en su contra. Por ejemplo, Mozart compuso cuarenta y una sinfonías. ¿Es posible producir tanto y evitar obras apresuradas?

No, no confiaban en él. Esas palabras eran, por supuesto, un desvío, y advertían a Rubin que alguien se acercaba, porque se volvió. Viendo a Ruska dijo: —Oiga joven. ¿Qué piensa usted?, ¿son compatibles el genio y la villanía?— Rostislav contempló a Rubin con una mirada directa. Su cara reflejaba pureza y picardía. — En mi opinión no, Lev Grigorich, pero desde hace algún tiempo todos me evitan como si yo reuniera esas dos condiciones. Caballeros, he venido a hacerles una propuesta ¿les gustaría que yo denunciara durante el almuerzo de mañana a todos los Judas en el momento en que reciben sus treinta monedas de plata?

—¿Cómo puedes hacer eso?

—Bueno, ustedes conocen el principio general de una sociedad justa de que todo trabajo debe ser remunerado. Mañana cada Judas recibirá sus monedas de plata por el tercer trimestre del año.

Nerzhin expresó falsa indignación: ¡Qué ineficiencia! ¡Estamos ya en el cuarto trimestre y recién pagan el tercero! ¿Por qué esa demora?

—La lista de pagos debe ser aprobada por muchas instancias—, explicó Ruska en tono apologético. — Yo también recibiré el mío.

—¿Por qué te pagan el tercer trimestre? — preguntó Rubin sorprendido—. Después de todo sólo trabajaste la mitad de él.

—¿Y qué? ¡Me he distinguido! — dijo Ruska mirándolos con una sonrisa conquistadora.

—¿Así nomás, en efectivo?

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