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ESTO ES FÁCIL DE DECIR: AFUERA A LA TAIGA

Sin conocer una décima parte de Moscú, Nadya conocía todas las prisiones y su geografía maligna. Estaban distribuidas a través de toda la capital de modo que en ninguna parte de la ciudad faltase una. Nadya había aprendido gradualmente a conocerlas realizando visitas, llevando presentes, haciendo preguntas. Sabía distinguir la Lubyanka de la Unión de la Lubyanka provincial; había descubierto que había prisiones para interrogatorios llamadas KPZ en cada estación de ferrocarril. Más de una vez había estado en Butyrskaya y en Taganka. Sabía qué tranvías llevaban (aunque no figuraba indicado en el trayecto), cómo ir a Lefortovo o Krasnaya Presnya. Conocía la prisión Paz del Marino, que había sido destruida en 1917 y luego restaurada y por fin fortificada; vivía al lado de ella.

Desde que Gleb había retornado de un campo distante a Moscú y no a otro campo esta vez, sino a una asombrosa clase de institución, una prisión especial donde el alimento era excelente y donde trabajaba en materias científicas, Nadya había comenzado a verle de nuevo de vez en cuando. Las esposas no debían saber dónde estaban sus esposos y por eso cada vez eran llevadas a distintas prisiones.

Las más alegres visitas eran en Taganka. Era una prisión para ladrones y no para presos políticos y sus reglas eran más laxas. Las visitas se realizaban en el club de los guardias donde los carceleros entraban en contacto con las musas, tocando sus acordeones. Los prisioneros eran llevados a través de las desiertas calles de Kamenshchikov en ómnibus descubiertos. Sus mujeres los aguardaban en las veredas y cada prisionero podía abrazar a su esposa aun antes que el oficial iniciase la visita. Podían quedar cerca de ellas, decir todo lo prohibido por las regulaciones y aun pasarse algo de mano en mano. Las mismas visitas eran conducidas de una manera libre y fácil. Las parejas se sentaban uno junto al otro y había un guardia para vigilar las conversaciones de cuatro parejas.

Butyrskaya, que esencialmente era una suave y feliz prisión también, parecía maligna a las esposas. Los prisioneros que llegaban a ella desde Lubyanka se sentían atraídos inmediatamente por la disciplina relajada general. No había luz enceguecedora en los boxes, se podía caminar por los corredores sin tener la obligación de llevar las manos a la espalda y se podía hablar con voz normal en las celdas y espiar afuera por los "bozales" de las ventanas; descansar en los lechos de tablas durante el día y hasta, a veces, dormir debajo de ellos. Butyrskaya era más liberal en otros aspectos: de noche se podía conservar las manos bajo el propio saco y no le quitaban a uno sus anteojos; permitían fósforos en las celdas y no quitaban el tabaco de los cigarrillos; y cortaban el pan en sólo cuatro partes y no en pequeños trozos solamente.

Las mujeres no sabían de estas indulgencias. Veían una fortaleza con muros de cuatro estaturas humanas, abrazado en un solo bloque por la calle Novoslobodskaya. Veían portones de hierro entre poderosos pilares de cemento y otros portones que se deslizaban silenciosamente operados mecánicamente en forma insólita para dejar entrar y salir al coche celular. Y cuando las mujeres eran admitidas para sus visitas, eran introducidas por paredes de dos metros de ancho y dejadas entre altos muros circulares que rodeaban la pavorosa torre de Pugachev.

Los zeks comunes veían a sus visitas tras dos verjas. Un guardia caminaba en el espacio entre ellas, como si estuviese en una jaula. Los zeks de alta categoría —los de la sharashka— recibían a sus visitantes sentados a lo largo de una gran mesa, bajo la cual un panel sólido impedía que se tocasen con los pies o hicieran otras señales. Al final de la mesa el guardia estaba sentado como una estatua, vigilante, oyendo todas las conversaciones. Pero lo más opresivo era que el marido parecía surgir desde el fondo sombrío de la prisión, emergía durante una media hora de las densas paredes, sonreía como un fantasma, aseguraban a sus mujeres que estaban viviendo bien, que no necesitaban nada y luego volvían a sus celdas.

Esta era la primera vez que Nadya visitaba Lefortivo.

El guardia puso una marca en su lista y apuntó a Nadya en dirección a un edificio de un piso.

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