Por la noche, cuando los habitantes de la prisión no podían verlos, arribaban trenes de vagones para ganado y destacamentos de guardias con linternas y perros ladrando y con esporádicos golpes, maldiciones y gritos, encerraban cuarenta prisioneros en un coche y los distribuían por miles en otras prisiones estables. Pechora, Inta, Vorkuta, Sovetskaya Gavan, Norilsk, Irkutsk, Chita, Krasnoyarsk, Novosibirsk, Asia Central, Karaganda, Dzhezkazgan, Pribalkhash, Irtysh, Tobolsk, Urales, Saratov, Vyatka, Vologda, Perm, Solvychegodsk, Rybinsk, Potminsk, Sukhobezvodninsk y muchos otros campos sin nombre y más pequeños. Otros prisioneros en grupos de cien o doscientos eran llevados durante el día en los camiones a lugares cerca de Moscú como Serebryany Bor, Novy Jerusalen, Pershino, Khovrino, Beskudnikovo, Khimki, Dimitrov, Solnechnogorsk, y por la noche, encerrados en el mismo Moscú, donde detrás de barreras de cercos de madera y alambrado de púa, construian la gran capital.
El destino regaló a Nadya una inesperada pero bien merecida recompensa: Gleb no fue enviado al Ártico sino encarcelado en Moscú mismo, en un pequeño campo de concentración que estaba construyendo una gigantesca casa de departamentos para los cabezas del MVD, un edificio semicircular en los portones de Kaluga.
Cuando Nadya trasportada, corrió hacia él para su primera visita, le pareció que ya medio lo habían liberado.
Las limusinas, a veces con chapas diplomáticas, hacían su viaje por la calle Bolshaya Kaluzhkaya. Los ómnibus y troleys se detenían en los portones del jardín Neskuchny, donde estaba ubicada la sala de guardia del campo, como una entrada ordinaria de un proyecto de construcciones. Más arriba, la edificación pululaba de gente vestida con trajes destrozados y sucios, pero así parecen siempre los albañiles y ninguno de los paseantes sospechaba que fuesen zeks. Y quienes lo sospechaban, se callaban la boca.
Era la época del dinero barato y el pan caro. Nadya economizaba en comida, vendía cosas, y llevaba regalos a su marido. Las autoridades siempre se quedaban con ellos. Pero aun así no permitían visitas frecuentes. Gleb no estaba rindiendo como ellos exigían, su cuota de trabajo.
En las visitas era imposible reconocerlo. Como en todas las personas autosuficientes, la desgracia tenía un tremendo efecto sobre él. Se ablandaba, besaba las manos de su mujer y seguía en sus ojos las chispas. Ya no se sentía en la prisión entonces. La vida del campo de concentración excedía todo lo conocido para los caníbales y las ratas con su crueldad y, ahora sí, lo doblegaba. Pero se había dejado ir conscientemente hasta ese límite tras el cual uno no siente ya piedad por sí mismo y sinceramente y tozudamente, repetía: —¡Querida!, no sabes lo que te está esperando. Me aguardarás uno, tres, aun cinco años, pero cuando más se acerque el final, más ardua será tu espera. Y el último año será el más intolerable. No tenemos niños. No destruyas tu juventud por mí. ¡Déjame! ¡Cásate! Nadya meneaba su cabeza tristemente: —¿Quieres librarte de mí? Los prisioneros vivían en un inconcluso sector de la casa departamental que estaban construyendo. Cuando sus mujeres traían paquetes en el troleybus, veían dos o tres ventanas de sus dormitorios sobre la cerca y los hombres a su vez se amontonaban en esas ventanas para verlas llegar. A veces se veían también las prostitutas del campamento. Una prostituta había abrazado a "su marido" de campo mientras desde, la ventana le gritaba a su mujer legal: —¡ Basta de caminar las calles, so puta! ¡Deja tu paquete y vete! ¡Si te veo otra vez en la sala de guardias te escupo en la cara!
Las primeras elecciones de posguerra para el Soviet Supremo se aproximaban. En Moscú preparábanse enérgicamente para ellas. Era indeseable mantener los detenidos por el artículo 58 en Moscú. Eran buenos trabajadores por supuesto, pero podían ser embarazosos. Y la vigilancia se hacía más débil. De modo que para asustarlos, era bueno mandarlos un poco lejos, por lo menos a algunos. Los rumores amenazantes cruzaban el campo y se deslizaban entre los zeks, de que pronto habría trasporte de prisioneros hacia el norte. Los zeks que conseguían papas, las cocinaban ya para el viaje.
Para proteger a los votantes, todas las visitas al campo fueron prohibidas antes de las elecciones. Nadya envió a Gleb una toalla con una nota cosida adentro que decía:
"Mi amadísimo, no importan los años que pasen o las tormentas que estallen sobre nuestras cabezas (ella amaba expresarse en términos floridos), tu muchacha te será fiel mientras viva. Dicen que tu sección será enviada lejos. Estarás en una región distante, lejos de nuestros encuentros por largos años, lejos de nuestras miradas secretas a través de los alambrados de púa; si alguna diversión puede aliviar tus dificultades en esta vida desesperada, diviértete. Consiento, amado, y aún insisto, seme infiel, toma otra mujer. Después de todo, volverás a mí, ¿no es cierto?"