Читаем Círculo de espadas полностью

—El servicio de información militar me cogió en cuanto tu gente abandonó el planeta. Fui interrogada.

Al principio se quedó completamente inmóvil. Después preguntó:

—¿Cómo? —Su voz era serena.

—Con drogas. No me hicieron daño, pero deben de saber todo lo que yo sé sobre ti y sobre el Pueblo.

—Ah. —Apartó la mirada—. Bueno, el servicio de información nunca ha sido generoso en lo que se refiere a compartir información. Tal vez no contaron nada al resto de tu equipo.

—¿Te importa?

—Supongo que sí. No es una historia muy agradable. Lo que menos me gustaría es entrar mañana en esa sala e imaginar que los demás piensan: Aquí está el pobre cabrón que trabaja para la gente que lo torturó.

—¿Es eso verdad?

Él iba a cerrarse. Lo supo por su expresión y por la postura de su cuerpo. Iba a cerrarse, a guardar silencio y a decirle que se ocupara de sus asuntos.

—Nicholas, no voy a decirte que me debes una explicación.

—Estupendo.

—Pero mi carrera es un desastre, y no estoy segura de poder enderezarla. A punto estuve de acabar en la cárcel.

—Fue elección tuya, Anna. Yo no te pedí nada.

—La mirada que me lanzaste en aquella habitación fue como una súplica. Intenté ayudarte. El general dijo que no era necesario, pero hice lo que pude.

La miró como diciendo: ¿y qué?

—Sabía que ellos eran unos cabrones. Pensaba que tú eras relativamente normal.

—Sabías que durante la guerra había cambiado de bando. Eso nos lleva a una palabra de siete letras que comienza por «t» y que tengo problemas para pronunciar: alguien que actúa con perfidia y con falsedad. ¿A eso llamas normal? En cualquier caso, ¿con quién tratas?

—Santo cielo, qué bien hablas. Nunca lograré ponerte en un aprieto. En realidad creo que me debes una explicación. Había dicho que no lo diría. He faltado a mi palabra.

»¿Crees que puedes eludir todas las obligaciones porque has hecho eso que comienza por “t”? ¿A quién le importa si traicionaste a esos locos del servicio de información? Yo también los traicioné. Todo el mundo debería hacerlo. Al demonio con tus sentimientos de culpabilidad y al demonio con tu irresponsabilidad.

Él miró a su alrededor.

—Sabes, me interesa poco la comida, pero no quiero mantener esta conversación en una cocina. Salgamos de aquí.

Se acomodaron en las sillas de la sala. Nicholas se quitó las sandalias y apoyó los pies en una mesa nacarada; luego miró a Anna.

—¿Qué quieres saber?

Anna vaciló, intentando encontrar las palabras adecuadas. Quería ciertas garantías de que no estaba tan loco como la gente del servicio de información. ¿Qué clase de persona podía trabajar para un hombre que la había torturado?

—No sería el primer caso —dijo Nicholas. Ella intentó hablarle del abismo. Era el lugar donde uno aprendía cosas de otras personas a las que en realidad no quería conocer. Fijabas la vista en él y veías oscuridad, fealdad, locura y dolor, y pensabas que tal vez fuese una lástima que los dinosaurios se hubieran extinguido. Podrían haber hecho un buen trabajo. Él se echó a reír.

—Creo que será mejor que me cuentes lo que te dijo el general.

Así lo hizo. Él escuchó con los ojos entrecerrados y expresión inmutable. Cuando ella concluyó, dijo:

—Vaya, ha logrado convertir una historia desagradable en algo aún más desagradable, y no sé por qué. Tendré que preguntárselo.

—¿Sucedió?—preguntó Anna.

—Sí.

—El general dijo que él estaba allí.

—No lo recuerdo. Cada vez que querían hacerme preguntas me llevaban a una habitación. Siempre a la misma. En una pared había un espejo… enorme, del techo al suelo y de pared a pared. Así es como suelen comenzar mis sueños, entrando en esa habitación y viendo mi imagen, y sabiendo que va a suceder algo terrible.

»Detrás del espejo había una cabina de observación. Podía oír a la gente moviéndose y voces que sonaban por el intercomunicador. Haga esta pregunta. Pregunte esto otro. Deténgase. Continúe. Gwarha debía de estar allí. Nunca lo vi en la habitación.

»Creo que nunca oí su voz por el intercomunicador. En aquellos tiempos él no tenía un rango superior, y su especialidad nunca han sido los interrogatorios. Lo más probable es que observara y escuchara.

»No creo que pudiera trabajar para él si recordara haberlo visto en aquella habitación. No tengo ni idea de lo que haría si alguna vez me encontrara con alguno de esos individuos. Nunca los he visto, salvo en sueños, y por lo general, no sé por qué, los veo como imágenes en el espejo. Tal vez un terapeuta fuese capaz de explicarlo. A mano no hay ninguno, ni nadie que comprenda a los humanos. Consultar a un adivino hwarhath podría ser interesante, pero no creo que fuese terapéutico.

Se sentaba con los codos apoyados en los anchos brazos del sillón y las manos cruzadas. No había muestras de tensión en su postura ni en su voz serena y uniforme. Pero Anna la percibía.

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