—La primera vez que lo vi, por lo que recuerdo, fue cuando se acercó y me dijo que todo había terminado. Los interrogatorios iban a concluir. No habría más dolor. Y luego… —Nicholas sonrió—. Muy formalmente, con sus hermosos modales, se disculpó. No de la mayor parte de las preguntas ni de la mayor parte del dolor. Aquello había sido necesario; y Gwarha no se disculpa de nada que sea necesario; pero sí de las preguntas del final. No sirvieron para nada útil y, en su opinión, estaban motivadas por el tipo de curiosidad maliciosa característica de los niños. ¿Conoces esa clase de actitud? Es lo que yo llamo la etapa científico-juvenil. ¿Qué ocurre si arrancas la pata trasera de un saltamontes? ¿Qué ocurre si arrancas un ala a una mosca? Oye, Nicky, ¿quieres ver lo que sucede si prendes fuego a una rana?
»No trabajo para el hombre que me torturó. Trabajo para el hombre que me dijo que todo había terminado y que me ofreció una disculpa.
Sin embargo, trabajaba para el enemigo y para un grupo de personas que le habían tratado muy mal. ¿De qué servía una disculpa en una situación como aquélla? «Vaya, lamento haber convertido tu vida en un absoluto infierno.» No le pareció adecuado.
—Parte de mi explicación es ésta. El resto es… que si no perdonaba a Ettin Gwarha, ¿cómo podía perdonarme a mí mismo?
—¿A qué te refieres?
—¿De dónde crees que salía la información que utilizamos para descifrar la lengua
—Tú eras como él.
Nicholas asintió. Aún estaba en la misma posición y seguía sin mostrar señales físicas de tensión. Su voz aún era tranquila y regular.
—Nunca me ensucié las manos. Nunca toqué a un prisionero
Otra vez el abismo. Estaba segura de que las personas decentes no se metían en situaciones semejantes. Las personas decentes llevaban una vida respetuosa de las leyes y nunca dañaban a alguien directamente y jamás cooperaban a sabiendas cuando se trataba de infligir dolor.
—Recibí una buena educación metodista del Medio Oeste —comenta Nicholas—. íbamos a la iglesia todos los domingos por la mañana, después de comer beicon. Aprendí lo que es el mal y aprendí qué es lo que más complace a Dios. Dios se siente más complacido cuando nos ocupamos de la viuda y del huérfano, del pobre y de los extranjeros. Bueno, nadie más extranjero que los
—Aún sigo allí.
—No es fácil comprender a la gente; después de decir algo tan profundo, me voy. —Se puso de pie y le sonrió—. ¿Sabes? No has mencionado el problema real que tengo con Ettin Gwarha. No se trata de que él sea un alienígena, o un enemigo, o de que tenga que ver con el trato menos que agradable que recibí al ser capturado. Hemos podido enfrentarnos a todo eso.
»Pero hay un consejo que toda madre debería dar a sus hijos antes de dejarlos salir al universo. Nunca folies en el trabajo y nunca folies con tu jefe. Nunca te metas en una situación en la que no puedas separar tu vida personal de lo que haces en la oficina. El general y yo hemos pasado años negociando y fijando reglas acerca de cómo comportarnos cuando los dos estamos trabajando y cuando no lo hacemos. Nunca ha sido fácil.
»Has estado preguntándome, con mucha cortesía, cómo puedo meterme en la cama con mi enemigo. Bueno, los enemigos no lo son para siempre. Uno siempre puede tratar de hacer las paces. Pero piensa en lo que significa hacer el amor con un hombre que redacta una evaluación semianual de tu actuación en el trabajo. Es una situación de perspectivas desagradables. Aunque en el formulario no hay ni una sola línea destinada a la actuación en el plano sexual. Me pregunto cómo Gwarha logra intercalar esto. ¿Hablará de la “Actitud hacia los más importantes”?
—¿Por qué lo haces? —preguntó Anna.
Él se echó a reír.
—Anna, eres increíble. Las preguntas no terminan nunca. Pero he llegado al límite de mi capacidad para responderlas. —Se marchó.
VIII
Al día siguiente, él estuvo presente en las negociaciones. Ella observó a solas desde la antesala. Él entró exactamente detrás del general, vestido con su uniforme gris de cadete especial, que le sentaba tan bien. Nunca lo había visto junto a Ettin Gwarha. Le llevaba casi una cabeza. ¡Qué extraña pareja! Por primera vez no tenía los hombros caídos y tampoco sonreía. Su rostro delgado y pálido mostraba una expresión vigilante, distante.
Cuando todos estuvieron sentados, se presentó.