—Hemos aprendido muchas cosas sobre las mujeres humanas gracias a la información que conseguimos y gracias a Sanders Nicholas. Pero es información incompleta, y Nicholas es un hombre. Queríamos ver por nosotras mismas cómo es una mujer humana. Queríamos descubrir qué se siente siendo una mujer entre los tuyos.
Lugala Minti la interrumpió y habló con retumbante voz.
—La mujer de Lugala quiere saber cómo os habéis mezclado tanto. Sin duda comprendéis lo peligroso que resulta tener hombres en casa, salvo durante una breve visita. ¿Cómo podéis permitir que la gente se entrene en la violencia cerca de vuestros niños? ¿Cómo podéis permitir que personas capaces de asesinar y violar vivan en vuestras casas día tras día y año tras año? Sin duda os dais cuenta de que algo terrible ocurrirá tarde o temprano. Perdón, he cometido un error, Anna. La palabra no es «asesinar». Es «matar intencionadamente a otra persona», aunque eso no es necesariamente un crimen. El contenido moral del acto depende de las circunstancias. Casi nunca es malo matar a un enemigo masculino. Suele ser malo matar a un individuo de sexo masculino que sea pariente o aliado. Lo mismo se aplica a la palabra que he traducido como «violar». Ésa significa «practicar el sexo con violencia y sin el consentimiento de la otra persona», pero no es invariablemente un acto criminal; a menos, por supuesto, que la víctima sea una mujer o un niño.
Anna intentó explicar que la mayoría de los hombres eran inofensivos. Las mujeres alienígenas no parecieron convencidas, aunque en realidad no estaba segura de lo que ocurría detrás de aquellos anchos rostros cubiertos de pelaje.
—No —le dijo Ettin Sai finalmente, en inglés—. No puede ser correcto. Sabemos… hemos experimentado… —Se interrumpió y siguió hablando en su lengua; luego Nick tradujo.
—Hemos experimentado la violencia de los humanos. Tu gente no es inofensiva, Pérez Anna. Dos de mis hermanos se encontraban en una nave que fue volada por los humanos, y mi hermana Aptsi perdió a un hijo. Los hombres de tu especie pueden matar como matan los hombres del Pueblo. Pero vosotros no habéis sido capaces de separar la violencia de todo lo demás, como hemos hecho nosotros, al menos en gran medida. Vosotros no tenéis lugares seguros. Vuestros hijos deben crecer dominados por el miedo. Vuestras mujeres deben vivir dominadas por el miedo, a menos que sean como vuestros hombres. ¿Y quién se ocupa de criar a los niños?
Lugala Minti habló en voz alta.
—La mujer de Lugala dice que los humanos son horribles y perversos, una vergüenza para cualquier otra especie inteligente y un insulto a la Diosa, alabado sea su nombre. Y oye, Anna, ni siquiera hemos asumido los hábitos sexuales de la humanidad.
—Sí —dijo Ettin Sai en inglés.
Tsai Ama Ul volvió a hablar.
—Esto no es cortés, dice la mujer de Tsai Ama, y no conduce al conocimiento. No debemos pedir a Pérez Anna que defienda a los suyos como si fueran criminales. Háblanos de tu infancia. Cuéntanos cómo es ser criada como mujer entre los humanos.
Así lo hizo. Las mujeres formularon preguntas. ¿Cómo era tener un padre en la casa? ¿Cómo se llevaba con él y con su hermano? ¿Su padre la amenazaba? ¿Era violento?
Era un historiador afable, cuyo único crimen como padre era su incapacidad para prestar atención al siglo en que vivía. El XIV le resultaba mucho más interesante, aunque existían semejanzas entre ambos: plagas terribles, una sociedad que se derrumba y un vasto universo que empezaba a ser visible; el mundo entero esperaba la llegada de exploradores y los cielos estaban a punto de abrirse para los astrónomos.
—Indiferencia —dijo Ettin Sai—. Eso no es bueno. Pero hay mujeres que no se interesan por sus hijos. En una familia grande, eso no tiene importancia. En una casa grande siempre hay madres suficientes.
¿Por qué los seres humanos tenían familias tan minúsculas? ¿No se sentía sola sin una multitud de primos? ¿No se sentía apretujada en un puñado de habitaciones?
No, les dijo. Era lo corriente, la vida que conocía. No se había sentido sola. El apartamento de su familia resultaba espacioso. Después de todo, sus padres eran profesionales y habían ganado mucho dinero.
Las mujeres escuchaban con expresión grave, pero Anna no captó ninguna señal de que comprendieran. Las preguntas continuaron. ¿Cómo era vivir entre infinidad de personas que no estaban conectadas por linajes sino separadas? Familias diminutas como olas que rompen y desaparecen sin dejar nada detrás salvo un espacio vacío en el que otra ola —otra familia— puede formarse.
¡Nueve mil millones de personas! ¡Era incomprensible! Y la mitad de ellos hombres, siempre presentes. Las calles de las ciudades, de ciudades espantosamente enormes, llenas de violencia masculina. ¿Cómo era para la mujer de Pérez caminar entre hombres con los que no tenía relación? Y sin ninguna protección, si lo que Nicholas les había contado era cierto.