—Caballeros, es el oxígeno lo que hace inmortal a un zek. Hay veinticuatro hombres en el cuarto, y no hay escarcha ni viento afuera. Estoy abriéndola sólo un tomo de Ehrenburg.
—Abra uno y medio ¡Está sofocante aquí arriba!
—¿Un Ehrenburg a lo ancho o un Ehrenburg a lo largo?
—Un Ehrenburg a lo largo, por supuesto. Calza en el marco perfectamente.
—¡Un tipo se puede volver loco aquí! ¿Dónde está mi capote de Campamento?
—Yo mandaría a todos estos adictos al oxígeno a Oy-Miakon. Para trabajos generales. A sesenta grados bajo cero, doce horas por día, se arrastrarían hasta dentro del establo de las cabras con tal de repararse del frío.
—Por principio, no estoy en contra del oxígeno, pero, ¿por qué siempre tiene que ser oxígeno frío en vez de oxígeno cálido?
—¿Qué diablos pasa aquí? Por qué está oscuro el cuarto? ¿Por qué han apagado la luz blanca tan temprano?
—Valentulya, usted está actuando como un inocente. Usted estaría aún rondando hasta la una. ¿Qué luz necesita a medianoche?
—Y usted un petimetre.
—¿Tienen el lugar todo lleno de humo otra vez? ¿Por qué fuman todos ustedes? ¡Puf, qué porquería...! y la tetera está fría.
—¿Dónde está Lev?
—¿Cómo no está en su cama?
—Hay allí un par de decenas de libros, pero Lev no está.
—Sin duda estará cerca del baño.
—¿Por qué? Al lado.
Allí han atornillado una lámpara blanca, y la cocina calienta la pared. Probablemente está leyendo. Me voy a lavar. ¿Qué le digo?
—Si, i... me tiende un lecho en el suelo para mí y ella se acuesta en la cama. ¡Qué mujer jugosa, jugosa!
—Amigos, por favor. Hablen de alguna otra cosa, no de mujeres. Con nuestra dieta de carne ese es un tema socialmente peligroso.
—Vamos, camaradas, ¡terminen! La campana para apagar las luces sonó hace un largo rato!
—No sólo la campana; creo que se oye el himno.
—En África estuve al servicio de Rommel. Lo malo era que hacía mucho calor y había poca agua.
—En el Océano Ártico hay una isla llamada Majotkim. Majotkin era un piloto del Ártico. Ahora está preso por propaganda anti-soviética.
—Mikhail Kuzmich, ¿para qué está dándose vuelta?
—Tengo derecho a darme vuelta ¿no es así?
—Sí, pero recuerde que cada vueltita allí abajo se siente aquí enormemente amplificada.
—Ivan Ivanovich, usted no conoce los campamentos. Si allí alguien se trepa a una litera para cuatro, tres hombres son bamboleados y luego alguien de la litera de abajo cuelga una cortina, mete adentro a una mujer y empieza... Es un terremoto. Pero la gente duerme de todos modos.
—Grigori Borisovich, ¿cuándo entró por primera vez a una
—Estaba pensando en poner un pentodo allí y un pequeño reóstato.
—Era una persona independiente y cuidadosa. Cuando se sacaba los zapatos de noche, no los dejaba en el piso, se los ponía bajo su cabeza.
—En aquellos tiempos uno no dejaba nada en el piso.
—Yo estaba en Auschwitz, era horrible: te llevaban derecho al crematorio desde la estación, tocando música.
—La pesca allí era maravillosa, por lo menos era algo, y también la casa. En otoño se podía salir por una hora y tenías faisanes dando vueltas arriba tuyo por todos lados. Si ibas a los cañaverales, había jabalíes, y afuera en los campos, liebres.
—Todas estas
—¡Amigos, hay novedades! A Bobynin se lo han llevado a algún lado.
—Valentulya, basta de chillar o te ahogo con mi almohada!
—¿A dónde, Valentulya?
—¿Cómo se lo llevaron?
—Vino el segundo lugarteniente; le dijo que se pusiera su sobretodo y su gorra.
—Con sus pertenencias.
—Sin sus pertenencias.
—Probablemente fue llamado por los superiores,
—¿Por Oskolupov?
—Oskolupov hubiera venido aquí él mismo. Piensa en alguien más alto.
—El té está frío, ¡qué vulgaridad!