Ruska se dio vuelta al oír el susurro pero lo miró sin comprender. Su ceño se frunció en el esfuerzo por entender lo que le preguntaban.
—Digo, que ¿cómo va tu teoría sobre cambios cíclicos?
Ruska suspiró profundamente y la tensión desapareció de su cara junto con el bullicioso pensamiento que lo había absorbido cuando estaba fumando. Se dejó caer sobre un codo, echó la colilla apagada en el paquete vacío que Nerzhin le había dado y dijo desganadamente, — Todo me aburre, los libros y las teorías, ambas cosas.
Nuevamente se quedaron en silencio. Nerzhin estaba por darse vuelta para el otro lado cuando repentinamente Ruska se rió y comenzó a susurrar dejándose llevar gradualmente y hablando más rápido.
La historia es tan monótona que es repulsiva para leer. Cuanto más noble y honrado es un hombre más vilmente lo tratan sus compatriotas. El cónsul Spurius Cassius Vecellinus quería darle tierras al pueblo, y éste lo condenó a muerte. Spulius Maelius quería alimentar a los hambrientos, con pan y fue ejecutado porque alegaron que buscaba el trono. El cónsul Marcus Maelius, que despertó con el graznido de los legendarios gansos y salvó el Capitolio, fue ejecutado por traidor. ¿Entonces? — se rió—. Y el gran Aníbal sin el cual nunca hubiéramos sabido el nombre de Cartago, fue exiliado por esa insignificante Cartago, confiscaron sus propiedades y su casa fue arrasada. Todo esto ocurrió antes. Pusieron preso a Gnaeus Naevius para que no escribiera más comedias liberales y valerosas. Y los etolianos declararon una falsa amnistía para inducir a los emigrados a volver y asesinarlos. También en los tiempos romanos descubrieron la verdad, luego olvidada, de que es antieconómico dejar que un esclavo pase hambre, aquél tiene que ser alimentado. Toda la historia es una continua pestilencia. No hay verdad y no hay ilusión. No hay dónde apelar ni dónde ir.
En la mortecina luz azul el estremecimiento del escepticismo sobre labios tan jóvenes era particularmente inquietante.
Nerzhin mismo había sembrado estos pensamientos en Ruska, pero ahora que Ruska los expresaba, sintió el deseo de protestar. Entre sus más antiguos camaradas, Gleb estaba habituado a ser el iconoclasta, pero se sentía responsable por los prisioneros más jóvenes.
—Quiero prevenirte, Ruska —replicó Nerzhin muy despacio, reclinándose más cerca del oído de su vecino— que por más inteligentes y absolutos que sean los métodos del escepticismo o agnosticismo o del pesimismo, debes comprender que por su misma naturaleza nos predestinan a una pérdida de la voluntad. No pueden realmente influenciar la conducta humana porque la gente no puede estarse quieta. Y eso significa que no pueden renunciar a los sistemas que afirman algo, que los intima a avanzar en alguna dirección.
¿Aunque sea adentro de un pantano? ¿Sólo por seguir adelante? — preguntó Ruska irritado.
—Aunque sea eso. ¿Quién diablos sabe? — titubeó Gleb.
—Mira, yo personalmente creo que la gente necesita seriamente del escepticismo. Se necesita para romper los escollos. Para atorar las gargantas de los fanáticos. Pero el escepticismo nunca puede proporcionar una base sólida para los pies de un hombre. Y quizá, después de todo, nosotros necesitamos una base sólida.
—Dame otro cigarrillo —dijo Ruska—. Fumó nerviosamente. "Qué gran cosa fue que la MGB no me diera oportunidad para estudiar", dijo en un susurro claro, un tanto fuerte. "Hubiera terminado con la Universidad y quizá hasta hubiera llegado a un nivel de graduado; todo el proceso idiota. Me hubiera convertido en un científico. Podría haber escrito un librote grueso. Podría haber hecho investigación sobre los primeros distritos administrativos de Novgorod enfocada desde algún octogésimo tercero punto de vista, o sobre la guerra de César con los Helvéticos. ¡Cuántas culturas que hay en el mundo! E idiomas, y países. ¡Cuánta gente inteligente hay en cada país y más aún, cuántos libros inteligentes! — y ¿qué necio los va a leer a todos? Cómo fue que dijiste: "Cualquier cosa que piensen los grandes cerebros, a costa de grandes esfuerzos, eventualmente aparece, ante cerebros aún superiores, como algo fantasmal. ¿Era eso?"
—¡Muy bien! contestó Nerzhin acusadoramente. "Estás perdiendo de vista todo lo sólido, todas las metas. Uno puede ciertamente dudar, uno está obligado a dudar. ¿Pero acaso no es también necesario amar algo?"
—¡Sí, sí, amar! Ruska lo reprochó con un triunfal y ronco susurro. "Amar pero —¡no a la historia ni a la teoría, sino a una mujer! Se inclinó sobre la litera de Nerzhin y lo asió del codo. ¿De qué nos han privado en realidad, dime? ¿Del derecho de ir a reuniones o de suscribirnos a bonos del estado? La única manera en que el Pajan podía herirnos realmente era en privarnos de mujeres. Y lo hizo. ¡Durante veinticinco años! ¡Perro! ¿Quién puede imaginar —y se golpeó el pecho con el puño— lo que una mujer significa para un prisionero?