Читаем En el primer cí­rculo полностью

La palabra era nueva para él. Durante toda la guerra, cuando todo el país estaba invadido por "hornos", nunca había encontrado uno. Pero las estúpidas burlas de esta noche hacían muy apropiada la presencia de un "horno" para la ropa. (La palabra le evocó una imagen de sartén enorme, diabólica).

Hizo un esfuerzo para pensar con tranquilidad en su situación y decidir qué podía hacer, pero al perder claridad mental pensó en temas tan triviales como los calzoncillos ajustados o la sartén donde se estaba friendo su chaqueta, o el ojo avizor tras la mirilla, cuando movían la tapa.

El baño le había quitado el sueño, pero la debilidad que pesaba sobre él lo dominaba por completo. Quería tenderse sobré algo seco y caliente, no moverse y recobrar sus fuerzas perdidas. Pero no quería de ningún modo tenderse sobre las tablas húmedas y puntiagudas del banco.

La puerta se abrió, pero no para traerle su ropa del "horno". Una muchacha rubicunda y cariancha, vestida de civil, estaba junto al guardia del baño. Tratando de cubrir avergonzado las brechas de su ropa interior, Innokenty caminó hasta el umbral. La chica le dio un recibo rosado, ordenándole firmar una copia del mismo, atestiguando que hoy, 26 de diciembre, la Prisión Interna del MGB de la U.R.S.S, había, recibido de Volodin, para guardar a salvo: un reloj de metal amarillo con tapa, número del reloj, número del mecanismo; una lapicera fuente con decoraciones de metal amarillo y punta del mismo metal; un alfiler de corbata con piedra roja montada; un par de gemelos de piedra azul. Otra vez esperó, la cabeza cayéndosele de cansancio. Por fin le trajeron su ropa. El sobretodo volvió frío y en buen estado. La túnica, pantalones y camisa estaban arrugados, desteñidos y calientes.

—¿Por qué no cuidaron el resto del uniforme tan bien como el sobretodo? — protestó indignado.

—El sobretodo tiene piel: entienda las cosas —contestó el herrero en tono sentencioso.

Su propia ropa le parecía ajena y repulsiva después de pasar por él "horno" y con este atuendo, que ahora era extraño e incómodo, Innokenty fue llevado de nuevo al "box" N° 8.

Pidió dos tazas de agua y las bebió con avidez. Las tazas con el mismo gato.

Llegó otra muchacha y, cuando firmó una copia, le dio un recibo celeste atestiguando que hoy, 27 de diciembre, la Prisión Interna del MGB de la U.R.S.S. había recibido de Volodin, I. A., una camiseta de seda, un par de calzoncillos de seda, tirantes y una corbata, ¿Ya era el 27?

La máquina seguía zumbando, siniestra.

Encerrado de nuevo, dobló los brazos sobre la mesita, reclinó la cabeza y trató de dormirse sentado.

—Esto está prohibido —dijo un nuevo guardia que había abierto la puerta.

—¿Qué está prohibido?

—Está prohibido reclinar la cabeza.

Innokenty esperó, la mente en blanco.

Volvieron a traerle un recibo, esta vez en blanco, atestiguando que la Prisión Interna del MGB de U.R.S.S. había recibido de Vodolin, I. A., 123 rublos.

Vino alguien más, una persona nueva, un hombre con guardapolvo azul oscuro sobre un traje marrón, caro.

Cada vez que le traían un recibo le preguntaban su apellido. Y ahora volvían a preguntárselo: ¿apellidó?, ¿nombre?, ¿año de nacimiento?, ¿lugar de nacimiento?

—Tranquilo ahora —ordenó el recién llegado.

—¿Qué? — preguntó Innokenty, sorprendido.

—Venga tranquilo; deje sus cosas aquí; manos a la espalda —en el corredor todas las órdenes se daban en voz baja para que los otros "boxes" no pudieran oír.

Chasqueando la lengua para llamar al mismo perro invisible, el hombre del traje marrón llevó a Innokenty por la salida principal a un corredor que a su vez llevaba a un cuarto grande, diferente de los otros de la prisión: ventanas con celosías bajadas, muebles tapizados, escritorios. Lo sentaron en una silla en medio de la habitación. Estaba seguro de que iban a interrogarlo de nuevo.

Pero, en cambio, sacaron de algún lado una cámara de madera parda lustrada y lo enfocaron de ambos lados con fuertes luces. Lo fotografiaron de frente y de perfil.

El hombre del guardapolvo azul que lo había traído tomó cada dedo de su mano derecha y lo pasó por un cilindro negro y pegajoso untado al parecer de tinta; las puntas de los cinco dedos quedaron ennegrecidas. Sosteniéndole firmemente la mano apretó los dedos sobre una hoja de papel y los levantó con rapidez. Cinco huellas negras con remolinos blancos quedaron en el papel. Luego hizo lo mismo con la mano izquierda.

Sobre las huellas se leía: "Volodin, Inocencio Artemievich, 1919, Leningrado", y sobre eso, en grandes y gruesas letras negras:

GUARDAR PARA SIEMPRE

Al leer esas dos palabras se estremeció. Había algo místico en ellas, algo suprahumano, sobrenatural.

Lo dejaron lavarse los dedos con jabón, cepillo y agua fría. La tinta pegajosa era difícil de quitar y el agua fría no la tocaba. Se frotó las yemas con el cepillo jabonoso sin analizar la lógica de tener que bañarse antes.

Su mente pasiva y atormentada estaba hipnotizada por esta fórmula aplastante, cósmica:

GUARDAR PARA SIEMPRE

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