—¿Cómo pudo suceder, Dushan? Cuando perseguíamos a Kolchak, ¿quién se hubiera imaginado que recibiríamos semejantes pruebas de ingratitud por parte de nuestros hijos?
Le contó el cuento del zapato.
Radovich sacó un sucio trozo de gamuza del bolsillo y limpió con él los cristales de sus anteojos, empañados por la emoción. Era muy corto de vista, no podía ver sin ellos. Luego dijo:
—Un magnífico joven vive cerca mío. Un oficial dado de baja. A veces viene a conversar conmigo. Una vez me dijo que en el ejército compartía los parapetos con los conscriptos. Cuando alguno de sus superiores pasaba por allí, siempre le decía: "¿Por qué no se hace construir un refugio aparte? ¿Porqué no consigue un ordenanza para que le cocine? ¡Usted no se da su lugar! ¿Por qué cree que recibe ración de oficial?" Ahora bien, este tipo tenía nuestra educación, nuestra instrucción leninista; uno simplemente no podía hacer una. cosa así. Sería como ofenderse a uno mismo. De modo que fue necesaria la orden del comandante. "¡No desprestigie su rango de oficial!", para que se volviera hacia sus soldados y les dijera: "¡Constrúyanme un refugio nuevo! "¡Y coloquen en él mis enseres!" Y sus superiores lo alabaron por este gesto. "Debería haberlo hecho hace mucho tiempo", le dijeron.
—Bueno, ¿y qué quieres? — le preguntó el fiscal frunciendo el ceño. El viejo Dushan se había tornado desagradable con los años. Estaba celoso porque no había llegado a ninguna parte, así que tenía que recriminar a otros las posiciones que habían sabido hacerse.
—¿Qué es lo que quiero? — repitió Radovich colocándose nuevamente los anteojos y poniéndose de pie, delgado y tieso como era—. La chica tiene toda la razón del mundo, y eso se nos ha avisado ya. Uno tiene que aprender hasta de sus enemigos.
—¿Sugieres que aprendamos de los anarquistas? — preguntó asombrado el fiscal.
—Para nada, Pyotr. ¡Sólo apelo a tu conciencia como miembro del partido! — exclamó Dushan, levantando su mano y apuntando al cielorraso con su largo índice—. El ancho mundo está inundado de lágrimas, ¿y hablas de trabajo acumulado? ¿Y probablemente algunas pagas adicionales? Ganas unos ocho mil rublos, ¿no es así? Y una fregona gana doscientos cincuenta, ¿no?
La cara de Makarygin se convirtió en un perfecto rectángulo. Una de sus mejillas se contraía espasmódicamente.
—¡Te has vuelto loco en esa cueva donde vives! ¡Has perdido todo contacto con la realidad! ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Ir mañana y pedir que me rebajen el sueldo a doscientos cincuenta rublos? ¿De qué viviría? ¡Sin contar con que en una de esas me toman por loco y me echan! Los otros no renunciarán a su sueldo.
Para darle más fuerza a su respuesta, Radovich, apuntando con su dedo como si se tratara de una lanza, acompañaba sus palabras con estocadas imaginarias.
—Lo que necesitamos es purgarnos de la podredumbre burguesa. Una limpieza general; he ahí lo que hace falta. Mira lo que eres y las ideas que tienes incrustadas en la cabeza. ¡Pyotr, mira en lo que te has convertido!
Makarygin se protegió con la mano abierta.
—¿Para qué vivir entonces? ¿Para qué hemos luchado? ¿No te acuerdas de Engels? ¡La igualdad no significa igualar el todo a cero! ¡Vamos hacia el momento histórico en el cual todos podrán triunfar y prosperar!
—¡No te escondas detrás de Engels! El ejemplo que das se parece a Feuerbach: Tu primera responsabilidad es hacia ti mismo. Si eres feliz, ¿harás también felices a los demás?
—¡Mag-ní-fi-co! — rió Makarygin, batiendo palmas en señal de aprobación—. Nunca había leído eso. Muéstrame dónde lo sacaste.
—"Mag-ní-fi-co" —rió Radovich, y toda su persona se conmovió presa de una horripilante risa mezclada con tos—. ¡Esa es la moral del Molinero del cuento de Oscar Wilde! No. Decididamente, alguien que no ha sufrido por veinte años, no está autorizado a meterse en filosofía.
—¡Eres un fanático disecado! ¡Una momia! ¡Un comunista prehistórico!
—¿Y tú no te has vuelto
—¡Deja eso! —ordenó Makarygin, palideciendo de repente—. No ofendas su memoria. ¡Reaccionario! ¡Reaccionario!
—No soy un reaccionario. ¡Lo único que pido es que volvamos a la pureza de los tiempos de Lenin! — Radovich bajo la voz.— Nadie escribe una palabra de eso por aquí. En Yugoslavia los obreros controlan la producción. Aquí...
Makarygin sonrió irónica y hostilmente.
—Eres un servio. Es difícil que un servio sea objetivo. Te comprendo y te excuso. ¿Recuerdas lo que dijo Marx acerca del "localismo balcánico"? Dushan, amigo mío, el mundo no se acaba en los Balcanes.