Читаем En el primer cí­rculo полностью

Innokenty se inclinó rápidamente sobre la mesa y tomó la mano de Galakhov. Le dijo, ahora sin ironía: —Nikolai, ¿es que la literatura debe forzosamente repetir los estatutos militares? ¿O los diarios? ¿O los slogans? Mayakovsky, por ejemplo, consideraba un honor el usar un recorte de un diario como epígrafe para un poema. ¡O sea que consideraba un honor el no elevarse por encima de un diario! Pero entonces, ¿para qué queremos la literatura? Después de todo, un escritor es un educador del pueblo; ¿no es eso lo que siempre se ha entendido? Y un gran escritor, perdóname, quizás no debería decir esto, bajaré la voz, un gran escritor es, por así decirlo, un segundo gobierno. Es por eso que ningún régimen ha simpatizado con sus grandes escritores; sólo ha respaldado a los mediocres.

Los dos concuñados se trataban poco y no se conocían muy bien. Galakhov contestó con cautela: —Lo que estás diciendo es válido sólo para un régimen burgués.

—Bueno, es claro, es claro, — dijo Innokenty con soltura—. Nosotros tenemos leyes completamente diferentes. Estamos ante el magnífico ejemplo de una literatura creada, no para los lectores, sino para los escritores.

—¿Quieres decir que no somos muy leídos? — Galakhov podía escuchar e incluso hacer comentarios bastante amargos sobre literatura en general y también sobre sus propios libros, pero había una creencia que nunca podría abandonar: que se lo leía, y que se lo leía mucho. Del mismo modo, Lansky estaba convencido de que sus ensayos críticos formaban el gusto y hasta el carácter, de un gran número de personas.

—Estás errado en eso. Se nos lee, quizás más de lo que merecemos.

Innokenty hizo un rápido movimiento de negación.

—No, no es eso lo que quería decir. ¡Oh qué insensatez la mía! El padre de Dotty me ha dado demasiado vino y es por eso que me estoy expresando tan mal. Kolya, créeme. No digo esto porque seamos parientes; realmente deseo tu bien. Hay algo en ti que me gusta mucho, así que siento que mi deber es preguntarte de la única manera que puedo hacerlo. — ¿Lo has pensado alguna vez? ¿Cómo ves tu propio lugar dentro de la literatura rusa? Después de todo, con tus trabajos a la fecha se podría hacer una edición de seis volúmenes. Tienes treinta y siete años; a ésa edad, Pushkin ya había sido liquidado. Tú no corres un peligro parecido. Pero, igualmente, no puedes evadir la cuestión de determinar quién eres. ¿Qué ideas nuevas has aportado a esta angustiada época en que vivimos, aparte, por supuesto, de las ideas indiscutibles de que nos provee el Realismo Socialista?

Oleadas producidas por la contracción de pequeños músculos ondulantes, recorrieron la frente y los pómulos de Galakhov.

—Estás tocando un punto débil, — contestó, mirando fijo al mantel—. ¿Qué escritor ruso no se ha medido secretamente para ver si cabía en el traje de Pushkin? ¿O en la camisa de Tolstoi? — Jugueteó con su famoso lápiz sobre el mantel y miró a Innokenty con una mirada que, ahora, ya no ocultaba nada. Estaba deseando desahogarse, iba a decir lo que no podía decir en círculos literarios.

—Cuando era un muchacho, al principio del Plan Quinquenal, me parecía que iba a morir de felicidad el día que pudiera ver mi nombre impreso al pie de algunos versos. Me parecía haber alcanzado la inmortalidad, pero aquí...

Apartando las sillas a su paso, Dotty avanzó hacia ellos.

—¡Kolya! ¿No me van a echar? ¿Están teniendo una conversación muy inteligente?

Tenía los labios en forma de una atractiva O.

Innokenty la miró con fijeza. Su pelo rubio le caía libremente sobre los hombros, exactamente como hacía ya nueve años. Jugaba con las puntas de su cinturón mientras esperaba que le contestaran. Su blusa color guinda resaltaba el rojo de sus mejillas.

Hacía tiempo que Innokenty no la había visto así. Durante los últimos meses ella estuvo insistiendo en su independencia y en la diferencia entre su concepción de la vida y la suya. Pero después parecía que algo se había roto dentro de ella, ¿o era que una premonición de su pronta separación había entrado en su alma? Se tornó tan sumisa, tan afectuosa; y aunque él no podía perdonarle ese largo período de incomprensión y alienación y sabía que ella no podía volver atrás, la dulzura que de ella emanaba reanimó su espíritu. La hizo sentar a su lado; aunque esto resultara una intempestiva interrupción de la interesante charla que sostenía, con Galakhov. Por toda contestación, Dotty se sentó, estrechándose contra él con su cuerpo aún flexible. Estando allí sentada, tan cerca suyo, era evidente para todos que amaba a su marido y era feliz en su compañía. De pronto se le ocurrió a Innokenty que, en previsión del futuro, no debían hacer gala de una intimidad que, por otra parte, ya no existía. Pero continuaba acariciándole el brazo suavemente.

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