Dotty también se fue a bailar y la dueña de casa consiguió que su amiga la ayudara a levantar la mesa, dejando así a cinco hombres solos en la mesa de los mayores: el propio Makarygin, un viejo y querido amigo de la época de la Guerra Civil; el Servio Dushan Radovich, que había sido profesor en el Instituto del Profesorado Rojo, abolido hacía mucho tiempo; una amistad más reciente, Slovuta, también fiscal, también general, que había completado sus estudios de Alta Jurisprudencia junto con Makarygin y sus dos yernos: Innokenty Volodin, que se había puesto, a instancias de su suegro, su uniforme gris ratón con las ramas de laurel doradas, y el famoso escritor Nikolai Galakhov, laureado con el Premio "Stalin".
Makarygin ya había ofrecido un banquete a sus colegas para festejar su nueva orden, y esta fiesta era para los jóvenes, en un ambiente más familiar. Pero Slovuta, un colega importante, se había perdido la primera fiesta, pues estaba en el Lejano Oriente, (donde había tomado parte importante en un resonante juicio entablado contra militares japoneses que estaban trabajando con armamento bacteriológico). Como había vuelto el día anterior, Makarygin lo tuvo que invitar esta noche, pero, por otra parte, ya había invitado a Radovich, que era una persona casi "non grata" en círculos oficiales. Resultaba embarazoso para el fiscal tener a su actual colega y a su viejo camarada sentados a su mesa mismo tiempo: había invitado a éste último a la fiesta familiar para deleitarse recordando los viejos tiempos. Podía haberle dicho a Radovich a último momento que no viniera, pero le repugnaba tener que actuar con tanta cobardía. De modo que decidió contrapesar la presencia sospechosa de Radovich con sus dos yernos: el diplomático con sus "galones de oro y el escritor con su medalla de laureado.
Ahora que habían quedado los cinco solos en la mesa, Makarygin tenía miedo que Radovich saliera con algo inconveniente. Era un hombre inteligente, pero dado a decir insensateces cuando perdía los estribos. Así que Makarygin quería llevar la conversación a un plano seguro, sin implicancias políticas. Bajando el tono vigoroso de su voz, sé dedicó a regañar amistosamente a Innokenty por no haber alegrado su vejez con nietos.
—Después de todo, ¿qué son estos dos?, — protestaba—. He aquí a una pareja —un carnero y una oveja sin corderitos. Viven para sí mismos, crían grasa y no tienen preocupaciones. Todo se les da hecho. ¡Despilfarrando su vida! Pueden preguntarle a él, parece que el tipo es un epicúreo. ¿Y qué dices, Innokenty? Debes admitirlo, eres un seguidor de Epicuro.
Nadie, ni siquiera en broma, podía decirle a un miembro del Partido Comunista Unido, que era un Neo-Hegeliano, un Neo-Kantiano, un |Subjetivista, un Agnóstico y menos un Revisionista. Pero "epicúreo" sonaba tan inocente, que a nadie le pareció posible que pudiera implicar que uno no fuera un Marxista ortodoxo.
En ese momento Radovich, que conocía al detalle las vidas de los Fundadores de la doctrina, acotó: —Bueno, Epicuro era una buena persona, un materialista. El propio Karl Marx hizo una vez una disertación sobre Epicuro.
El apologista de Epicuro, era flaco y seco, con el oscuro pergamino de su piel fuertemente estirado sobre sus huesos.
Innokenty sintió una oleada de entusiasmo... En este cuarto donde bullían la animada conversación, la risa y los colores brillantes, la idea de que podía ser arrestado de repente le parecía absurda. Los últimos resquemores que abrigaba en el fondo de su corazón desaparecieron. Tomó con rapidez, se caldeó un poco, y miró alegremente la gente a su alrededor, que nada sabía de sus temores. Se sentía nuevamente el favorito de los dioses. Makarygin, y hasta Slovuta, quienes en otra ocasión le podrían haber inspirado un cierto desprecio, le parecían humanos y amables, como si contribuyeran a protegerlo.