Читаем En el primer cí­rculo полностью

Llegó a Stromynka demasiado tarde para entrar al comedor, y esto era lo único que faltaba para llevarla a la desesperación total. Se acordó de la multa de diez rublos que le habían aplicado dos días atrás, por bajar de la plataforma trasera de un ómnibus. ¡Diez rublos! Era realmente dinero en ese tiempo.

Una nieve ligera y agradable comenzaba a caer. Un chiquillo con una gorra calada hasta los ojos vendía cigarrillos Kazbek sueltos. Nadya se le acercó y compró dos.

—¿Fósforos? — se preguntó en voz alta.

—Aquí tiene fuego, tía. El chico le alcanzó una caja de fósforos. "No cobramos el fuego".

Sin pensar en lo que podía parecer, Nadya se las arregló para encender el cigarrillo, de costado, con el segundo fósforo. Le devolvió la caja al chico y, sin deseos de entrar todavía, empezó a pasearse lentamente. Aunque este no era su primer cigarrillo, no acostumbraba a fumar. El humo era caliente en su boca y la mareaba; esto calmaba un poco el dolor de su corazón.

Después de fumar la mitad del cigarrillo, Nadya lo tiró y subió a la habitación 418.

Pasó disgustada al lado de la desordenada cama de Lyudá y cayó pesadamente en la suya, deseando más que nunca que la dejaran sola.

Sobre el escritorio estaban las cuatro pilas de papel mecanografiado con su tesis. Le había dado un trabajo interminable los dibujos, las fotocopias, la primera revisación, la segunda y ahora estaba lista para la tercera.

Desesperanzadamente, ilegalmente, la mantenía en suspenso. Ahora mismo podía entregar ese trabajo secreto y especial que le traería tranquilidad y buen sueldo, pero ello implicaría tener que llenar esas terribles ocho páginas del cuestionario de seguridad y llevarlas el martes a la Sección Personal.

Informar las cosas tal cual eran, significaba la expulsión a fin de semana de la Universidad, de la residencia, de Moscú.

De otra manera tenía que obtener el divorcio en el acto.

Y Gleb no le aconsejó nada.

Su cabeza confusa y dolorida no encontraba la salida.

Erzhika arregló su cama como pudo. No lo hacía muy bien; durante toda, su vida los sirvientes habían hecho ese trabajo por ella. Se puso rouge y partió para la Biblioteca Lenín.

Muza trataba de leer, pero no podía concentrarse. Notaba la tristeza de Nadya y la mirada con preocupación, pero no se atrevía a preguntarle qué le pasaba.

Dasha dudaba entre planchar o no. Nunca podía quedarse quieta, — He oído, — dijo—, que nos doblarán la asignación para libros este año. Olenka saltó.

—¡Estás bromeando!

—Es lo que el Decano informó a nuestras compañeras.

—Un momento. ¿Cuánto sería? La cara de Olenka ardía con el placer que el dinero sólo puede traer a la gente que sin estar acostumbrada a él, tampoco es codiciosa. "Trescientos más trescientos son seiscientos. Setenta más setenta son ciento cuarenta. Cinco y cinco son —¡eh!" gritó, palmeteando, "¡setecientos cincuenta! ¡Ahora es algo!"

—Ahora te comprarás por tu cuenta las obras completas de Soloviev, dijo Dasha.

—No sé, no sé, dijo Olenka sonriendo. "Tal vez un vestido granate, hecho con el "crepé" de Georgette. ¿Te lo imaginas?" Levantó el borde de su pollera. "Con doble vuelo".

Existían muchas cosas que Olenka no tenía. Recién este año había empezado a reaccionar, desde la muerte de su madre. Al faltarle esta última, no le quedaba ningún otro pariente vivo. En una sola semana, en 1942, ella y su madre habían recibido subsidios por fallecimiento en acción de guerra de su padre y su hermano. Poco después, su madre se había enfermado de gravedad y Olenka había tenido— que perder el primer año de su curso de historia. Un año después lo recuperó, a través de una escuela por correspondencia. Había trabajado por las noches en un hospital y atendido la Casa durante el día. Había tenido que salir a buscar leña en el bosque y a cambiar su ración de pan por leche.

No quedaba ninguna huella de todo esto en la cara dulce y llena de sus veintiséis años.

Consideraba que uno debía sobrellevar cualquier cosa, sin dejar que sus preocupaciones se convirtieran en una carga para el prójimo.

Por eso estaba molesta con el espectáculo del manifiesto sufrimiento de Nadya, que sólo servía para deprimir a todas Olenka le preguntó: —¿Qué te pasa, Nadya? Estabas bastante contenta esta mañana.

Las palabras eran amables, pero su sentido era irritante. A través de su entonación, la voz humana puede revelar sentimientos que escapaba al análisis.

Nadya se percató del fastidio de Olenka, no sólo por su voz; sus ojos vieron cómo se vestía delante de ella, cómo pinchó el prendedor en forma de flor en la solapa, cómo se perfumaba.

El perfume, que confería a Olenka un invisible ambiente de alegría, llegó hasta Nadya como el aroma de su propia pérdida.

Sin cambiar de expresión y hablando con gran dificultad, dijo Nadya:

"¿Te molesto? ¿Echo a perder tu buen humor?"

Aunque las palabras no contenían ningún reproche en la superficie, existía un reproche latente en la manera de decirlas.

Olenka se enderezó. Sus labios se volvieron angostos y apretados y su mandíbula tomó una forma recta y firme.

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