—Ah, sí, sí, por supuesto, — contestó el artista, también quedamente, mirando a su visitante en los ojos, o tal vez recordando qué Nerzhin acababa de ver a su esposa. Se volvió, señalando con su pincel y paleta el bloque de madera.
Recogiendo los faldones de su capote (se las había ingeniado para que éstos no fueran cortados en la prisión), Nerzhin se sentó en el bloque y recostó su espalda contra el pasamano. Aunque sentía fuertes deseos de fumar, no lo hizo.
El artista se concentraba en la pintura.
Ambos callaban.
Los sentimientos que evocaba Nerzhin eran gratamente dolorosos. Una vez más quiso tocar sus dedos con los cuales al decirle adiós, había tocado las manos de su esposa, sus brazos, su cuello, su pelo.
Uno vivía durante años sin aquello para lo cual el hombre fue puesto en la tierra.
Uno podrá conservar la inteligencia que haya tenido, sus convicciones si ha alcanzado la madurez necesaria para poseer alguna y, sobre todo, la capacidad de sacrificio y la preocupación por el bien público. Uno parecería el ciudadano ateniense, el ideal humano. Pero no hay corazón en ello.
El amor de una mujer, del cual uno se ve privado, parece más valioso que cualquier otra cosa en el mundo.
Las simples palabras: "¿Me quieres?" y "Te quiero ¿y tú"? dichas con miradas o con labios susurrantes, llenan el alma de gozo silencioso.
Fue una lástima no haberse decidido a besarla desde el primer momento de su visita, porque ahora no podía obtener por ningún medio ese beso.
Los labios de su mujer no eran como antes. Los sentía débiles. Y qué cansada parecía. Cuan atormentada y perseguida cuando habló de divorcio
Un divorcio legal —¿qué importaba? Gleb no tendría remordimiento en romper el documento oficial.
Pero él había sido suficientemente golpeado por la vida como para saber que los acontecimientos tienen su propia lógica implacable. La gente ni sueña que de sus actos ordinarios se seguirán consecuencias que son lo opuesto a lo que se pretende. Así ocurriría con Nadya. Se divorciaría para evitar persecuciones. Una vez divorciada, ni se daría cuenta al volver a casarse.
De alguna manera, por el último ademán de su mano sin anillo, él había sentido, con el corazón estrujado, que ésta es la forma en que la gente se despide para siempre.
Nerzhin se quedó allí sentado un largo rato en silencio y luego recapacitó. El exceso de alegría que había sentido después de la visita se había apaciguado, desplazado por consideraciones sombrías; sus pensamientos se habían estabilizado, y era otra vez un recluso. — "Te sienta este lugar", — había dicho ella. En otras palabras, la prisión.
Había algo de cierto en ello. A veces no sentía en absoluto haber pasado cinco años prisionero. Esos años habían llegado a significar algo de por sí.
¿Dónde podía uno conocer a la gente mejor que aquí? ¿Qué mejor lugar para reflexionar sobre uno mismo? ¿De cuántas vacilaciones juveniles, de cuántas iniciativas equivocadas, le habían salvado los caminos férreos de la prisión?
Como dijo Espiridon: "Tu voluntad es un tesoro, pero los demonios no le quitan la mirada".
tomemos este soñador aquí presente, tan poco receptivo a las burlas de la época —¿qué había perdido por permanecer encarcelado? Por supuesto, no podía vagar por los montes y bosques con una caja de pinturas. ¿Y las exposiciones? Nunca pudo haber organizado una; en cincuenta años no había expuesto ni un solo cuadro en una sala respetable. ¿Dinero? Tampoco había recibido nada afuera por sus pinturas. ¿Admiradores de su trabajo? Bueno, los tenía más aquí de los que había tenido allá. ¿Un estudio? En libertad ni siquiera había tenido este frío descanso de la escalera. Había debido vivir y pintar en un mismo sitio: un cuarto angosto y largo como un pasillo. Para tener espacio y poder trabajar, había tenido que poner una silla sobre otra y enrollar el colchón; las visitas le preguntaban si se estaba mudando. Había una sola mesa, y cuando armaba una naturaleza muerta, debía comer de pie con su mujer, hasta que el cuadro quedara concluido.
Durante la guerra no habían óleos para pintar. Debía hacerlo con aceite extraído de las semillas de girasol de sus raciones. Tuvo que emplearse para obtener tarjeta de racionamiento, y fue enviado a una división química militar a hacer retratos de damas distinguidas de las esferas políticas y militares. Se suponía que debía ejecutar diez retratos, pero sólo trabajó en uno, enloqueciendo a la modelo con poses interminables, y no la pintó de la manera en que los oficiales esperaban, de forma que después nadie quiso el retrato, que fue llamado "Moscú 1941".