De modo que por ocho años Clara fue la única niña de la casa. Nadie dijo de ella que era bonita y pocas veces fue llamada linda. Pero tenía una cara limpia y sincera, con una cierta fortaleza. Esta firmeza parecía comenzar en alguna parte, cerca de los ángulos de su frente; había firmeza también en los calmos movimientos de sus manos. Raramente se reía. No le gustaba hablar mucho, pero sí escuchar.
Clara había terminado su noveno año de escuela cuando todo cayó sobre ella al mismo tiempo: los casamientos de sus dos hermanas, el principio de la guerra, su partida con la madrastra hacia Tashkent. (Su padre las había enviado el 25 de junio). Y también la partida de su padre hacia donde estaba el ejército, como fiscal divisional.
Pasaron tres años en Tashkent en la casa de un antiguo amigo de su padre, el ayudante de uno de los principales fiscales de allí. En su quieto, callado, departamento del segundo piso cerca del Club de Oficiales del Distrito Militar. No participaron ni del calor sureño ni del aburrimiento de la ciudad. Muchos hombres fueron tomados del ejército de Tashkent, fueron alistados para el ejército, pero diez veces más llegaron a la ciudad. Aunque cada uno podía probar que su lugar estaba allí y no en el frente, Clara tenía un sentimiento incontrolable de que estaba sumergida en una corriente de cloacas. Implacablemente la eterna ley de la guerra funcionó: aunque la gente que iba al frente iba reluctante, aun los mejores y los más espirituales encontraron allí su camino y por la misma ley de selección inversa, perecieron la mayoría. La cima del espíritu humano y la pureza del heroísmo estaban cinco mil kilómetros más lejos y Clara estaba viviendo entre poco atractivos segundones.
Allí terminó su escuela. Hubo discusiones sobre en qué institutos de educación superior tenía que entrar. Por algunas razones nada la atraía particularmente, ya que aún nada se había definido en ella. Dinera eligió por ella. En cartas y cuando fue a decirle adiós antes de irse al frente, insistió intensamente en que Clara se especializase en literatura.
Y eso fue lo que hizo, aunque sabía desde la escuela que esa clase de literatura la aburría: Gorky estaba bien pero era algo pesado; Mayakovsky era muy correcto pero algo difícil; Saltykov Shchedrin era progresista, pero uno podía morirse bostezando tratando de interpretarlo profundamente; Turguenev estaba limitado a sus ideas de noble; Goncharov estaba asociado con los comienzos del capitalismo ruso; Tolstoi estaba a favor del campesinado patriarcal, (y su profesor no recomendaba la lectura de sus novelas porque eran muy largas y confusas y tergiversaban los claros ensayos escritos sobre ellas). Y luego hicieron revisión de un grupo de autores totalmente desconocidos para todos ellos: Dostoievsky, Stepnyak-Kravchinky y Sukhovo-Kobylin. Era cierto que no se tenían que acordar ni siquiera de los títulos de sus obras. En toda esta larga procesión sólo Puchkin relumbraba como un sol.
Todos los cursos de literatura de la escuela consistían en un intensivo estudio de lo que estos escritores habían tratado de expresar, cuáles eran sus posiciones, y qué ideas sociales sostenían. Eso se aplicaba a los escritores soviéticos y a los de los países socialistas hermanos: hasta el final continuó incomprensible para Clara y sus condiscípulos porqué esta gente recibía tanta atención. No eran los más inteligentes. Los periodistas y críticos y especialmente los líderes partidarios, eran más sagaces que ellos. A menudo cometían errores, se ponían en contradicciones que aun un alumno podía detectar. Caían en influencias extranjeras. Y uno tenía que escribir ensayos sobre ellos y temblar en cada coma o letra equivocada. Esos vampiros de las almas jóvenes no podían inspirar otro sentimiento que el odio. Los detestaba.
Para Dinera la literatura era una cosa completamente diferente, algo agudo y alegre, y había prometido que la literatura sería así en los institutos. Para Clara sin embargo, no fue más divertida que en la escuela. Las lecturas eran sobre cartas de la vieja Eslavonia, historias religiosas, las escuelas mitológicas y de historia comparada, y todo era como escribir en el agua. En los grupos de estudio literario hablaban de Louis Aragón y Howard Fasta y la influencia de Gorky en la literatura de Uzbek. Sentada en las lecturas y oyendo a esos grupos, Clara continuaba esperando escuchar algo importante acerca de la vida, sobré Tashkent en tiempo de guerra.