Читаем En el primer cí­rculo полностью

—Clara, yo no soy así, sólo las circunstancias pueden forzar a uno a ser un demonio. Sabe que la forma en que vivimos determina la forma en que pensamos. Era un muchacho tranquilo, obediente con mi madre; leía "Rayo de luz en el reino de la oscuridad", de Dobrolyubov. Si un policía me llamaba con su dedo delante de mi, mi corazón se quebraba. Uno crece, cae en todo esto imperceptiblemente. ¿Pero qué remedio me quedaba? ¿Quedarme como un conejo esperando qué me cazaran y me liquidaran una segunda vez?

—No sé lo que podría haber hecho, pero ¡qué modo de vivir! Puedo imaginarme qué espantoso debe ser estar siempre fuera de la ley. Es una especie de hombre superfluo. Perseguido por todos.

—Bueno, algunas veces es horrible y otras, no lo es. Porque cuando uno mira alrededor en el bazar Tezikov, después de todo, si un hombre está vendiendo una decoración flamante y el certificado que le corresponde; ¿con quién cree que está trabajando ese hombre? ¿En qué organización? ¿Puede imaginárselo? Óigame, Clara, yo mismo estoy en favor de una vida honesta, pero honesta para todos, ¿entiendes?, para uno y cada cual...

—Pero si todos esperan que el otro la haga, nunca comenzará nadie.

Cada uno debe.

—Cada uno debe, pero no cada uno lo hace. Escuche Clara, se lo voy a explicar más sencillamente. ¿Contra qué se hizo la Revolución? Contra los privilegios. ¿De qué estaba harto el pueblo ruso? De los privilegios: algunos vestidos de mamelucos y otros con marta sibelina, algunos caminando a pie y otros en carrozas, algunos condicionados a los silbatos de las fábricas y otros engordando en los restaurantes. ¿No es verdad?

—Por supuesto.

—Bien. ¿Y entonces por qué esta gente no elimina los viejos privilegios, sino que se siente atraída por nuevos? ¿Qué decir sobre mí, sobre un muchacho? ¿Es que empezó conmigo? Miré a mis mayores. Miré con cuidado. Vivía en una pequeña ciudad de Kasakhstan y ¿qué fue lo que vi? Las esposas de las autoridades locales nunca iban a los almacenes. Me enviaban a mí a buscar sus cajas de fideos al Primer Secretario del Comité del Distrito del Partido Comunista. Un cajón entero sin abrir. Se puede suponer que no sólo este cajón, ni en este día.

—Sí, ¡es horrible! Eso siempre me pone mal del estómago. ¿Me cree?

—Por supuesto, le creo. ¿Por qué no voy a creerle a una persona y sí creer a un libro que se ha vendido con un millón de copias? Y luego esos privilegios idiotas, rodean a la gente como una plaga. Si un hombre puede comprar cosas en un almacén diferente que el usual, nunca compra en otra parte. Si una persona puede ser tratada en una clínica privada, jamás buscará que la traten en otra. Si una persona puede viajar en su propio auto, jamás buscará hacerlo en otro. Y si hay un lugar privilegiado donde ir en que la gente es aceptada sólo con un pase, la gente tratará de lograr dicho pase de cualquier manera.

—Es verdad y es horrible.

—Si una persona puede construir una cerca a su alrededor, de su propiedad, lo hará. Cuando yo, bastardo, era un chico acostumbraba a trepar por sobre las cercas de los comerciantes y robar manzanas y creía que tenía razón de hacerlo. Ahora pone una alta y sólida cerca que nadie puede sobrepasar, porque le produce placer. ¿Y esta vez también cree que tiene razón para hacerlo?

—Rostislav Vadimich...

—¿Por qué me llama Vadimich? Dígame Rusya.

—Es difícil para mí llamarle así.

—En ese caso me levanto y me voy. Ahí suena la campana para el almuerzo. Soy Rusya para todo el mundo y especialmente para usted. Y no acepto otro nombre.

—¡Bueno, está bien Rusya! Si usted lo quiere no importa demasiado. ¡No soy tonta! Pensé mucho. Debemos luchar contra todo esto. Pero no creo en la forma que lo hace usted.

—En realidad no he luchado nada todavía. Simplemente he llegado a ciertas conclusiones sobre que si alguna vez habrá de haber igualdad, deberá ser para todos y si no la habrá, entonces a la miércoles, perdón, no quise... Vimos todo esto en nuestra infancia: en la escuela nos dicen bellas palabras, pero no se puede caminar un paso sin empujar, y no se llega a ninguna parte sin untar una mano tendida. De modo que crecemos atrevidos y astutos, el descaro es nuestra segunda dicha.

—No, no puede ser así. Se ha hecho ya mucho en nuestra sociedad. Está exagerando. No puede ser así como dice. Ha visto usted mucho y es cierto que ha sufrido demasiado, pero "el descaro es nuestra segunda dicha" no es filosofía de la vida. ¿No puede ser así!

—Rusya, ha sonado la campana de almuerzo, ¿no la ha oído?

—Gracias, Zemelya, vete. Iré en un segundo. ¡Clara! Lo que le he dicho lo he pensado cautamente, solemnemente. Con todo mi corazón me alegraría de vivir diferente, pero si tuviese un solo amigo, con un amigo razonable o una amiga... Si pudiésemos planear juntos cómo vivir la vida en la mejor forma, por el buen sendero. Ni siquiera sé si puedo decirle todo esto a usted.

—Puede.

—¡Con qué confianza dijo eso! Y sin embargo es imposible. Con su origen. Y es de una clase diferente también.

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