—¿Dónde estaba? Sí, cuando salí de la Lubyanka, me sentí casi enfermo de felicidad. Pero algo dentro de mí era como un perro guardián preguntándome ¿qué clase de milagro es éste? ¿Cómo pudo ser? Después de todo nunca han dejado salir a nadie, me lo habían dicho en las celdas: culpable o inocente, te dan diez años y cinco en los cuernos y al campo de concentración.
—¿Qué significa en los cuernos?
—Un "bozal" de cinco años.
—¿Qué significa un "bozal"?
—Mi Dios, qué inculta es usted. Y siendo una hija de fiscal. ¿Por qué no se interesa en lo que hace su padre? Un bozal significa que no se puede morder, en que uno está privado de los derechos civiles, no puede votar o ser electo.
—Espere un segundo, alguien viene.
—¿Dónde? No tema usted, es Zemelya. Siéntase como estaba antes. Por favor. No se aleje. Abra este libro. Estúdielo. Ese mismo. Y entonces comprendí que me habían liberado para continuar vigilándome, para ver con quién me encontraba, dónde iba a ver a norteamericanos y si me iba a su residencia otra vez y supe que así no podría vivir. De modo que los engañé. Dije adiós a mi madre. Dejé mi casa de noche. Y me fui a ver a un viejo amigo. Era el que me había iniciado en todas estas triquiñuelas. Desde entonces buscaron dos años a Rostisav Doronin. Me continué moviendo por todas partes con falsos nombres. Fui a Asia Central, el lago Issyk Kul, Crimea, Moldavia, Armenia, el Lejano Este. Y luego tuve muchas ganas de ver a mi madre, pero no podía volver a casa. Fui a Zagorsk y logré trabajo en una fábrica como una especie de aprendiz que todo el mundo utilizaba, y mamá vino a verme los domingos. Trabajé allí unas semanas y un día me quedé dormido y falté al trabajo. Me llevaron ante el tribunal.
—¿Se descubrió todo?
—De ninguna manera. Me sentenciaron a tres meses pero bajo mi alias. Estuve en una colonia de trabajo mientras tanto y toda la Unión continuó buscándome por otro lado como Rostislav Doronin. De ojos azules, nariz recta, pelo castaño, una marca de nacimiento en el hombro izquierdo. Les costó sus buenos rublos esa búsqueda. Trabajé gratis mis tres meses, obtuve mi pasaporte del jefe de la cárcel y me fugué al Cáucaso.
—¿De nuevo viajando?
—¿Por qué no?
—¿Y luego qué sucedió?
—¿Cómo me agarraron? Quise estudiar.
—Ve, quiso llevar una vida honesta. Se debe estudiar. Es importante. Es muy noble.
—Creo y temo, Clara, que no siempre es tan noble. Lo descubrí luego en las prisiones y los campos de concentración. Si sus profesores desean ganar sus salarios y tienen miedo de perder sus puestos, ¿cómo se puede aprender algo noble de ellos? ¿En la Facultad de Humanidades? Después de todo usted estudió en la Facultad de Técnica.
—Se equivoca, estudio Humanidades también.
—Pero ha dejado, ¿verdad?; me contará luego. Sí, debería haber tenido paciencia y esperado la chance de comprar una graduación del colegio, certificada. No hubiera sido difícil lograrla. Pero el descuido es lo que nos mata. Pensé: ¿qué estúpidos podían estar buscando a un muchacho, del que probablemente se habrían olvidado hace mucho tiempo? De modo que tomé mi viejo certificado propio y lo presenté a la universidad, pero en Leningrado, en el departamento de Geografía.
—¿Pero en Moscú no había estado estudiando historia?
—Me empezó a gustar la geografía después de tanto vagabundear. Era fascinante como el infierno. Uno viaja y mira alrededor: montañas, valles, taigas, el subtrópico. Toda clase de gente diferente. Bueno, ¿y qué pasó? Fui a la universidad una semana cuando me atraparon. Y de nuevo adentro. Ahora me condenaron a veinticinco años y en la tundra, donde nunca había estado. ¡Para que tuviese una nueva experiencia práctica geográfica!
—¿Y puede usted reír de una cosa semejante?
—¿Para qué ponerme a llorar? Si llorase sobre todo, Clara, no me alcanzarían las lágrimas. Y no soy yo solo que siente así. Me enviaron a Vorkuta y ¡qué cantidad de muchachos había allí! Estaban extrayendo carbón. Todo Vorkuta depende de los zeks, todo el Norte. Era el sueño de Thomas Moro cumplido.
—¿Cuál sueño? Perdón, hay tantas cosas que no sé.
—Thomas Moro, el inglés que escribió "Utopía". Tenía la ciencia para admitir que la sociedad siempre requiere varias clases de trabajadores manuales y tareas humillantes. Nadie aceptaría hacerlas voluntariamente. ¿Cómo resolverlo? Moro pensó y halló la solución: obviamente habría gente en una sociedad socialista que desobedecería las órdenes y reglas. Se los destinaría a los trabajos humillantes y especialmente difíciles. De modo que los campos de concentración fueron diseñados según las antiguas ideas de Moro.
—No sé qué pensar. Vivir así en nuestros tiempos: falsear pasaportes, cambiar de ciudades como una hoja al viento. Nunca conocí nadie como usted en mi vida entera.