Nadie se dio cuenta que el teniente segundo Shusterman había entrado en la habitación en puntas de pie. No tenía derecho a entrar y se detuvo cerca de la puerta. Obligó a Nerzhin a ausentarse inmediatamente aunque no lo siguió él mismo,— esperando un momento para emplazar a Rubín. Lo quería para que le rehiciese su cama en la manera de regulación. Y no era la primera vez que reclamaba de Rubín esa tarea atormentadora.
Rubín acababa de resolver la frase y parecía haber logrado la traducción confirmada. Roitman exultaba no sólo porque compartía su triunfo sino también porque estaba honestamente complacido con todo éxito del trabajo.
Pero Rubín miró accidentalmente y se encontró con la mirada helada de Shusterman, a pesar de lo cual le devolvió una significativa insinuación silenciosa: —¿A ver si es capaz de hacerlo usted?
Concluyó su revisión y confirmó que la última frase era
Sevastyanov no lo podía creer: —Asombroso, discúlpeme ¿cuál es su nombre y patronímico?
—Lev Grigorich.
—Mire Lev Grigorich, ¿puede distinguir voces individuales en las voces impresas?
—Las llamamos el discurso individual tipo. Sí, en efecto, ese es el motivo de nuestra búsqueda.
—Perfecto. Creó que habrá un cargo i-n-t-e-r-esante para usted. Shusterman se retiró en puntas de pie.
BESARSE ESTA PROHIBIDO
La máquina del celular que debía trasportar los prisioneros afuera para sus visitas no estaba en condiciones. Había habido una dilación mientras los llamados telefónicos iban y venían y se conformaban nuevos arreglos y citas. Alrededor de las II, cuando Nerzhin, que fue llamado del laboratorio llegó al lugar, los otros seis que lo iban a acompañar ya estaban allí, listos para la requisación personal. Algunos de ellos todavía eran revisados y otros ya lo habían sido y estaban esperando, algunos apoyados por el pecho en una gran mesa o bien paseando fuera del área de revisión. En el área junto a la pared se hallaba el teniente coronel Klimentiev, pulido y fregado, erecto, limpio, como un guerrero listo para el desfile. Un fuerte olor de agua de colonia surgía de su bigote nigérrimo y su pelo oscuro.
Con las manos por detrás de su espalda, estaba allí como si no tuviera nada que ver, pero su presencia compelía a los guardias a revisar concienzudamente a los prisioneros.
En la zona de revisión, Nerzhin era recibido por uno de los más maliciosos revisores, de nombre Krasnogubenky, quien inmediatamente preguntó: —¿Qué tiene en los bolsillos?
Nerzhin ya había superado hacía tiempo esa obsequiosa excitación que los prisioneros nuevos sienten ante los guardias. No se dio el trabajo de contestar y no dio vuelta los bolsillos de su cheviot que era tan nuevo para él. Miró a Krasnogubenky en los ojos y retiró sus manos de su pantalón y saco permitiéndole ver lo que contenían. Después de cinco años de prisión y tras muchas de esas revisiones no sintió como hubiera sentido un recién venido que eso era una violencia brutal, ya que los sucios dedos se aproximaban palpando cerca de su corazón lacerado. No, nada de eso que se le hiciera a su cuerpo podía nublar su disposición luminosa creciente.
Krasnogubenky abrió la cigarrera que Potapov le había regalado recién, miró en cada uno de los cigarrillos y sus marquillas, para ver si había algo oculto; revisó bajo los fósforos de la cajita; palpó los dobleces del pañuelo y no halló nada más en los bolsillos. Luego recorrió con sus manos todo el cuerpo de Nerzhin, palpando bajo su camisa y casaca para ver que no hubiera nada bajo la tela da ambos o en forros ocultos. Se sentó sobre sus pantorrillas y con las manos en forma de garfio pasó sus palmas arriba y abajo por las piernas, adentro y afuera. Mientras Krasnogubenky actuaba, Nerzhin tuvo tiempo de mirar a su próximo prisionero a revisar y preguntarse por qué estaba tan nervioso. Era un artista del grabado que había descubierto que tenía talento para escribir historias cortas, y las escribió: sobre las experiencias de la prisión en Alemania, sobre encuentros en las celdas, sobre cortes de enjuiciamiento. A través de su esposa había ya trasmitido dos o tres de esos relatos al exterior pero, ¿a quién podían ser mostrados? Tenían que ser escondidos; tenían que ser escondidos allí también, dentro de la prisión. Y nadie podía tener la esperanza de sacar lo que hubiera escrito. Pero un viejo amigo de la familia había leído lo que había logrado filtrar al exterior y le había dicho, de nuevo por su esposa, que esa perfección y expresividad eran raras de encontrar aun en Chejov. Esa opinión dio alas al grabador y lo entusiasmó.