Читаем En el primer cí­rculo полностью

Dejó ocultar su cara entre las manos. Lo más bárbaro de todo era que ninguna persona razonable con una mente limpia podía confundir un problema médico con un secreto de Estado. Porque cualquier médico que preguntase la nacionalidad de un paciente para atenderlo no era digno de ser llamado médico de ningún modo. Y este hombre que tuvo la valentía de llamar a un departamento asediado (puede ser que ignorara este peligro) le era muy simpático.

Pero objetivamente, objetivamente el hombre que había querido hacer lo que a él le parecía lo correcto, había de hecho "atacado las fuerzas positivas de la historia". Dado el hecho de que la prioridad en los descubrimientos científicos era reconocida como importante y necesaria para el fortalecimiento del Estado, cualquiera que lo impide interpone objetivamente su camino al progreso. Y debe ser eliminado.

Además la conversación no era tan simple. La asustada repetición de la palabra "extranjeros". Para darles "algo". Podía significar algo distinto a una medicina. "Medicina" podía ser una palabra codificada. La historia sabía de casos semejantes. ¿Cómo se había comunicado la sublevación a los marineros del Báltico? Con una frase de código: "¡envíennos las regulaciones!" Y eso significó: "envíen un barco de guerra y desembarquen el partido".

La cinta se detuvo, Rubin levantó la cara de sus manos, miró al ceñudo Smolósidov y al tonto y pretencioso Bulbanyuk. Eran repulsivos. Prefería ni mirarlos. Pero allí en esa pequeña encrucijada de la historia eran los únicos que representaban su fuerza positiva.

Uno tenía que superar los sentimientos personales.

Eran carniceros como esos que habían aprisionado a Rubin en la sección Política del ejército porque no soportaban sus talentos y capacidad. Eran tales carniceros como los de la oficina de procuración militar, quienes habían arrojado por cuatro años docenas de protestas de Rubin reclamando su inocencia, en el canasto de basura.

Uno tenía que erguirse sobre la propia fatalidad maldita.

Y sin embargo estos dos eran dignos de ser volados por una granada poderosa allí y en seguida y uno tenía que servirlos y al propio país, su idea de progreso y su bandera.

Rubin aplastó su cigarrillo en el cenicero, tratando de mirar directamente a Sevastyanov que le parecía por el momento una persona decente y diciendo: —Bueno, está bien, lo intentaremos. — tomó aliento y continuó—: Pero si no tienen ningún sospechoso, no podré hallarlo... No se pueden registrar todas las conversaciones de Moscú. ¿Con qué voz quieren, que la compare?

Bulbanyuk le aseguró: —Hemos tomado cuatro del teléfono público. Pero probablemente no sea ninguno de ellos. Los he anotado aquí sin su rango y no le mostraré sus posiciones oficiales de modo que no tiene por qué asustarse en acusarlos.

Le dio una hoja de papel de un anotador. Había cinco nombres escritos:

1. Petrov.

2. Syagovity.

3. Volodin.

4. Shchevronok.

5. Zavarzin.

Rubín los leyó y pidió le dejaran la lista.

—No, no —advirtió Sevastyanov con sospecha—; Smolosidov conservará la lista.

Rubín la devolvió. Esa precaución no lo ofendió. Por el contrario, lo divirtió. Como si esos cinco nombres no hubiesen ya quedado grabados en su memoria: Petrov, Syagovity, Volodin, Shchevronok, Zavarzin. Sus largos estudios filológicos ya eran de tal modo parte de él, que ya había anotado al pasar las semiologías de los nombres: syagovity, una persona que salta lejos; shchevronok, una alondra.

—Pido —dijo secamente— que registren las voces de los cinco en el grabador.

—Las tendrá mañana mismo.

Rubín reflexionó un momento y exclamó: —Otra cosa más. Deseo la edad de cada uno —golpeó en la tapa del grabador— y necesitaré esa cinta sin interrupción y la necesitaré mañana mismo.

—El teniente Smolosidov la tendrá. Se les dará a los dos una habitación en la sección Ultrasecreta.

—La están preparando ahora —afirmó Smolosidov.

La experiencia había enseñado a Rubín evitar la peligrosa pregunta ¿cuándo? para impedir que se la repitiesen a él. Sabía que por lo menos tenía una o dos semanas de trabajo con la cinta y que si preguntaba a los jefes cuándo necesitaban le responderían mañana a la mañana. De manera que sólo preguntó: —¿Con quién puedo hablar de este trabajo?

Sevastyanov miró a Bulbanyuk y replicó: —Sólo con el mayor Roitman, Oskolupov y con el mismo ministro.

Bulbanyuk preguntó: —¿Recuerda todas mis advertencias? ¡Repítamelas!

Rubín se puso de pie sin permiso y miró al general como si fuera tan pequeño que fuese difícil de ver.

—Debo irme y ponerme a pensar —dijo sin dirigirse a ninguno en particular.

Nadie objetó nada.

Rubín, pensando profundamente, se retiró de la oficina, pasó por el oficial de servicio y sin darle corte inició la marcha por la alfombra roja de la escalera.

Tenía que incorporar a Nerzhin al nuevo grupo. ¿Cómo trabajar sin las advertencias de otro? El problema iba a ser muy difícil. El trabajo sobre voces sólo había comenzado. Las primeras clasificaciones, la primera nomenclatura.

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