Cuando Roitman pronunció las palabras "voces impresas" en la puerta, Rubín y Nerzhin quedaron atónitos. Su trabajo —del cual la gente se había reído hasta entonces— había surgido, de pronto, a la luz del día. Durante los cuarenta y cinco segundos que tomó Roitman para traer a Sevastyanov hasta Rubin, éste y Nerzhin, con la aguda percepción y rápida reacción característica de los zeks, ya habían entendido que se trataba de una demostración de la destreza de Rubin para leer voces impresas y que ese test sólo podía ser leído por alguien autorizado en el micrófono y que el único disponible allí era Nerzhin. También registraron el hecho de que si en realidad Rubin podía leer las voces impresas, también podría cometer un error en testimoniarlo y que no podía permitirse tal error porque podría terminar por saltar de la
Sin embargo no dijeron ni una palabra y sólo se miraron comprensivamente.
Rubín susurró: —Si lo haces tú y das la frase del test di: la voz impresa posibilita a la gente sorda utilizar el teléfono.
Nerzhin susurró a su vez: —Pero si lo dicen ellos, calcula por los sonidos. Si mi gesto es alisar el cabello, estás bien. Si me arreglo la corbata, te equivocaste.
Y entonces fue cuando Rubin se levantó e inclinó.
Roitman continuó con su voz hesitante y apologética que, aun así uno la escuchaba dándole la espalda, lo traicionaría siempre como persona culta: —Y ahora Lev Grigorich le mostrará lo que puede llegar a hacer.
Uno de los locutores... —digamos Gleb Vikentich— irá al gabinete acústico y dirá una frase en el micrófono y el V.I.R. la registrará y Lev Grigofich tratará de leerla.
De pie justo ante el diputado ministro, Nerzhin le dirigió una insolente mirada y le preguntó sutil: —¿Desearía usted pensar una frase?
—¡No, no! — contestó Sevastyanov cortésmente apartando sus ojos—, diga algo usted mismo.
Nerzhin obedientemente tomó una hoja de papel y escribió algo en ella y en el silencio que lo siguió la dio a Sevastyanov de modo que nadie más pudiera leerla, ni siquiera Roitman. "La voz impresa posibilita a la gente sorda utilizar el teléfono".
—¿Es así realmente? — preguntó Sevastyanov asombrado.
—Sí.
—Por favor, léalo.
El V.I.R. rugió y zumbó. Nerzhin entró en el gabinete. Pensó cuan terrible parecía la arpillera que lo rodeaba (por la eterna falta de material en la proveeduría). Se encerró a sí mismo. La máquina comenzó a cloquear y una cinta mojada de dos metros de largo marcada por una infinidad de rayitas y manchas de tinta fue puesta sobre la mesa de escribir.
Todo el laboratorio se detuvo y observó tensionado. Roitman mostraba visiblemente su nerviosismo. Nerzhin salió del gabinete y desde una distancia observó a Rubín con descuidada indiferencia. Todos lo rodeaban y sólo Rubín estaba sentado con su cabeza brillante y calva. Apiadándose de la impaciencia de los observadores no hizo secreto de su sabiduría y marcó la cinta húmeda aún con su lápiz indeleble que, como siempre, tenía la punta mal sacada y desprolija.
—Usted sabe que ciertos sonidos pueden ser descifrados sin la menor dificultad, por ejemplo, las vocales acentuadas o sonoras. En la segunda palabra el sonido
Pidió la lente de aumento a Antonina Valeryanovna aunque no la necesitaba, pero deseaba hacer la demostración completa a pesar que el VIR daba imágenes grandes. Pero se solía hacerlo tradicionalmente, en el campo, para impresionar. Nerzhin se reía íntimamente, ausente, acariciando su cabello y alisándolo a pesar de estar liso ya. Rubín le lanzó una mirada y tomó el magnificante cristal que le habían traído.
La tensión general aumentaba. Nadie sabía si Rubín había acertado, mientras Sevastyanov, atónito, susurraba: —¡Es asombroso, asombroso!