Todo el instituto esperó sentado la entrada de los dignatarios que quedaron, algunos, en la oficina del jefe mientras otros se dirigían hacia la TAREA SIETE. Solamente Sevastyanov y el mayor Roitman bajaron al departamento de Acústica porque, para sacarse ese nuevo dolor de cabeza, Yakonov había recomendado al departamento como una base conveniente para llevar adelante las instrucciones de Ryumin.
—¿Cómo planea descubrir a esa persona? — preguntó Savastyanov a Roitman en el camino.
Roitman no podía,
—Bueno, usted sabe —dijo sin asomo de servilismo llamando al diputado ministro por su patronímico y nombre propio— tenemos un servicio de discursos visibles llamado V.I.R. que nos produce lo que llamamos las "voces impresas" y hay una persona aquí, un cierto Rubín, que lee esos impresos.
—¿Un prisionero?
—Sí, un asistente del profesor de filología. Recientemente lo he tenido ocupado buscando e investigando los trazos individuales del discurso en voces impresas y comparándolos con las voces impresas de los sospechosos.
—Humm, tendremos que lograr la aprobación de Abakumov para usar a ese filólogo —dijo Sevastyanov meneando la cabeza.
—¿Debido a seguridad?
—Sí.
En Acústica todos sabían del arribo del comité pero no podían vencer la atormentadora inercia de la pereza. Por eso simulaban trabajar, revolvían sus cajones con lámparas de radio, examinaban diagramas de las revistas y bostezaban en las ventanas.
Las muchachas entre los empleados libres se habían reunido en un grupito y estaban chismeando y comentando. El ayudante de Roitman las alejó y dispersó. Simochka, afortunadamente para ella, no estaba de turno; le habían dado un día libre para compensar el día extra que había trabajado. Por lo tanto se libró de la angustia de ver a Nerzhin vestido en anticipación de su visita, con la mujer que tenía más derechos sobre él que Simochka.
Nerzhin se sintió como huésped de honor de la celebración. Había ido a Acústica por tercera vez sin tener allí ningún asunto, simplemente porque estaba nervioso esperando el coche celular que no llegaba. No estaba sentado en su silla sino en el alféizar de la ventana e inhalaba con placer el humo de su cigarro mientras escuchaba a Rubín. Rubín que no había considerado al profesor Chelnov un oidor digno de su balada sobre Moisés, la estaba recitando ahora plácida y fervientemente a Gleb Nerzhin. Rubín no era un poeta. Nunca había tenido la suficiente habilidad para pulir las rimas y trabajar correctamente con los ritmos, pero a veces lograba poemas que eran sentidos con el corazón e inteligentes. Ahora estaba ansioso por oír la opinión de Gleb y recibir su beneplácito.
Rubín no podía vivir sin amigos, se sofocaba sin ellos. La soledad le era tan intolerable que no permitía a sus pensamientos madurar en su cabeza y cuando hallaba media idea se apresuraba a compartirla. Toda su vida había sido rica en amigos, pero al ser arrestado comprendió que sus amigos no eran sus correligionarios y sus correligionarios no eran sus amigos.
De manera que en el departamento de Acústica nadie estaba trabajando realmente, excepto el irredimiblemente alegre y proficuo Pryanchikov que ya había vencido sus impresiones de Moscú y su loco viaje por él y estaba pensando en un nuevo hallazgo para un circuito y canturreando
Justo en ese instante llegaron Sevastyanov y Roitman. Esté decía: —En estas voces impresas el discurso es medido tres veces al mismo tiempo: frecuencia, del tape; tiempo, a lo largo del mismo; y amplitud, por densidad de la imagen. De tal manera cada sonido está determinado tan único y singular que se le puede reconocer fácilmente y todo lo que se ha dicho puede ser leído en el tape.
Tomo a Sevastyanov y lo introdujo en el laboratorio.
—Este aparato lo hemos dibujado en el laboratorio (Roitman mismo había olvidado que lo habían pedido prestado)
—Y aquí —continuó haciendo volver cuidadosamente al reemplazante del ministro hacia la ventana— está el candidato de Ciencias Filológicas, Rubin, la única persona en la Unión Soviética que puede leer un discurso visible.
(Rubin se había levantado y ahora se inclinaba silenciosamente).