—No tiene por qué preocuparse, miembro Pérez —dijo el general en inglés—. Jamás se me ocurriría hacer daño a una mujer, y no hay forma de hacerlo sin crear más complicaciones.
Nick soltó una carcajada. El general lo miró con furia.
—Te has destruido solo, estúpido pedazo de mierda, me has destruido casi con certeza a mí y probablemente has destruido las posibilidades que teníamos de alcanzar la paz. Por lo que sé, has destruido a los de tu propia especie. ¿Cómo pude confiar en ti?
Nick le respondió en la lengua
—Cállate —ordenó el general en inglés.
Entonces Nick se lanzó sobre la mesa. Todo ocurrió tan rápido que Anna no se dio cuenta de nada. Ambos se gritaban, uno a cada lado de la mesa. Un instante más tarde, el general estaba en el suelo y Nicholas encima de él. El ruido había cesado y sólo se oía la respiración de Nick, rápida y superficial. El general estaba inmóvil, su silla caída cerca de él.
Nick se incorporó y se quitó la chaqueta; luego cogió un cuchillo que había sobre la mesa. —¿Qué vas a hacer?
—Atarlo. Y llevarte hasta la nave de los humanos. —Cortó su chaqueta en tiras—. Mierda. Esta tela no servirá para atarlo. Malditos sintéticos.
—¿Puedo hacer algo?
—Que yo sepa, no. A menos que lleves encima un rollo de cinta adhesiva. —No.
Él se agachó y metió un trozo de tela en la boca del general y luego hizo rodar el cuerpo fláccido y le ató las manos.
—Esta porquería no aguantará. Recuerdo que mi madre siempre decía a mi hermana: nunca vayas a ninguna parte sin llevar al menos un par de imperdibles. Suponía que era uno de esos misterios femeninos y nunca presté atención. Ojalá hubiera algo así para los hombres. «No vayas a ninguna parte, hijo mío, sin llevar un buen rollo de cinta adhesiva.» —Ató los pies de Ettin Gwarha y se incorporó—. Seguro que no aguanta. Quédate quieto un rato. Necesito hablar un momento.
Tocó la superficie de la mesa del general y habló con alguien, y luego con otra persona. Su voz tenía un tono de brusca autoridad que ella nunca había percibido. Finalmente levantó la vista.
—Mats viene hacia aquí. Te escoltará hasta el vehículo y éste te llevará hasta la nave de los humanos. No sé qué sugerirte a partir de ahí. Dile al capitán lo que está ocurriendo. No creo que él pueda escaparse. Dudo que quiera abandonar al resto del equipo de negociación. No se me ocurre nada mejor. Ganaremos tiempo y significará que Gwarha no puede hacer nada para evitar que se propague la información, a menos que quiera llevarse la nave de los humanos. Mierda. No sé si esto arreglará o empeorará la situación.
—¿Qué harás tú?
—Quedarme aquí y asegurarme de que Gwarha no se suelta.
—Ven a la nave, Nick.
—No seas ridícula. No pienso ponerme en manos del servicio de información militar.
—¿Crees que eso sería peor de lo que va a ocurrirte aquí?
—Es cierto que no me gusta responder preguntas, y el Pueblo no va a hacerme ninguna.
Una voz dijo:
—Aquí estoy, Nicky.
—Adelante —repuso Nicholas y se acercó a la puerta—. Él no puede ver nada de esto; no le cuentes nada. No quiero causarle problemas.
Esperó a que ella se acercara a la puerta; luego la abrió, la hizo salir y salió tras ella. La puerta del despacho del general se cerró.
Matsehar lo miró.
—¿A qué viene tanta prisa?
—Anna necesita que la vea un médico humano.
—Espero que no sea nada serio.
Había un algo de surrealista —¿era ésa la palabra adecuada?— en toda la situación y en la pregunta amable de Matsehar. ¡Qué joven encantador! Un poco peludo, tal vez, y educado para pensar que no había nada malo en la violencia; pero, de todas formas, una compañía deseable en cualquier situación. ¡Hablaba tan bien el inglés!
—No —respondió ella—. Nada serio. Pero no puedo perder tiempo.
—Por supuesto.
La puerta que daba al pasillo se abrió. Los soldados se habían marchado. Un problema menos. Anna salió, seguida por Matsehar. Nick se detuvo en la entrada. Al llegar a mitad del pasillo, ella se volvió una vez para mirarlo. Nick seguía en la entrada, ahora con las manos en los bolsillos y una expresión de leve preocupación.
Matsehar empezó a hablarle a Anna de su versión de
Ahora su cruel hijo estaba solo, luchando con las consecuencias de sus actos. Había llegado a un estado de total desesperación.
—¡Escucha! —dijo Matsehar.