Pareció desconcertado.
—¿De eso se trata? ¿De una de vuestras discusiones? ¿Por qué no se lo dijiste a Anna? Estaba preocupada. Creo que estaba preocupada. Con los humanos nunca se sabe.
—Ya sabes lo que piensan los humanos de la conducta decente. Si hago algo que le recuerda lo que soy, se siente molesta.
Él arrugó el entrecejo, incómodo.
—No me gusta pensar que tiene la mente tan estrecha como el resto de su especie.
—Nadie es perfecto.
(Gwarha, si sabes cómo hacerlo, di a Matsehar que esto era una mentira. No quiero que tenga a Anna en mal concepto.)
—Tendrías que haber inventado algo para que ella no se preocupara, sobre todo si está enferma. ¿Por qué tenía que enterarse de que era una pelea de amantes? Hay muchas clases de peleas.
—Tienes razón, tendría que haberlo hecho pero no lo hice, y ahora tengo que volver a ese despacho. Sin duda tendrás algo mejor que hacer que quedarte en la antesala de Ettin Gwarha.
Inclinó la cabeza para expresar su acuerdo.
—Mañana y mañana.
—¿Qué?
—Nicky, ¿qué te ocurre? Deberías reconocer la frase. Es dé
—Te resultaría increíble la discusión en la que estoy metido; Pero debo resolverla solo. Márchate.
Salió y volví a entrar en el despacho.
El general estaba de pie junto a su mesa, con una mano en el intercomunicador. Me miró y levantó la otra mano. En ella sostenía el cuchillo: el emblema de su cargo, tan afilado como una navaja de afeitar.
Me detuve e hice el ademán que indicaba presentación y reconocimiento. La puerta se cerró a mis espaldas.
El general apagó el intercomunicador.
—Eran los de seguridad. Querían saber si debían investigar lo que sucedía en la antesala. Les he dicho que no. Siéntate, Nicky.
Me acerqué a una de las sillas que había delante de su mesa, me senté y me eché hacia atrás; estiré las piernas delante del cuerpo y las crucé. Una postura de la que resultaba difícil deshacerse, y una señal de que no tenía planes violentos.
—Nunca se te han dado bien los detalles prácticos —me dijo—. Cuando ates a alguien, no lo hagas a la altura de las botas. Así no se puede hacer un buen nudo. Y no dejes un cuchillo a su alcance.
Bajé la vista. El general estaba en calcetines.
—Es evidente que no tendría que haber abandonado la habitación; pero ha aparecido Mats, y he tenido que librarme de él.
—¿Está implicado en esto? ¿Has involucrado a un destacado dramaturgo en una traición? Es despreciable.
—Él no tiene ni la menor idea de lo que está sucediendo. Matsehar jamás tendría nada que ver con una traición al Pueblo.
Puso el cuchillo sobre la mesa pero lo dejó al alcance de su mano.
—Bien, ¿dónde está Anna?
—Averígualo.
Volvió a pulsar el intercomunicador y llamó a los del servicio de seguridad. Tardaron un par de minutos en localizarla. Estaba en el vehículo, y éste a mitad de camino de la nave de los humanos, que sabían que ella iba a su encuentro. Lo peor era que en el vehículo viajaba otro humano con Anna: Etienne Corbeau.
—Un correo —dijo alguien por el intercomunicador—. Los humanos han solicitado para esta persona un pasaje en la nave de mañana que sale en viaje regular. Les hemos informado de que hoy el vehículo hacía un viaje especial.
El general lanzó un silbido de enfado y golpeó la mesa con la palma de la mano. Bajé la vista.
La persona que hablaba por el intercomunicador dijo:
—No he comprendido su última orden, Primer Defensor.
—Comuníqueme con el piloto del vehículo.
Así lo hicieron, y el general preguntó por Anna. En el breve silencio que se produjo, sólo se oyó el ruido que hacía la singularidad al desintegrar la materia.
Entonces se oyó la voz de Anna.
—¿Primer Defensor?
—¿El otro humano está con usted?
—No. Le dijeron que se quedara en la cabina de pasajeros.
—¿Ha hablado con él? ¿Sabe lo que está ocurriendo?
Una vez más se oyó el crujido de la singularidad, que hacía su trabajo.
—Miembro, voy a indicar que regrese el vehículo. Como cortesía, y en la esperanza de que aún podamos conseguir la paz, no diga nada a Ettienne Corbeau.
—¿Nick se encuentra bien?
El general me hizo una seña. Me levanté y me acerqué al intercomunicador.
—Estoy bien, Anna.
—¿Hago lo queme dice Ettin Gwarha?
—No lo sé.
El general volvió a lanzar un silbido de disgusto. El cuchillo estaba entre ambos. Se me ocurrió cogerlo. ¿Para qué? ¿Para matarlo? Me puse las manos en los bolsillos. Él se dio cuenta y sonrió: sus dientes brillaron con un destello breve y hostil.
—Anna, haz lo que te parezca correcto. Pero recuerda que Corbeau es un verdadero imbécil. No creo que pueda ayudarte.
—Cuando regrese quiero que hable con mis tías. Es posible que ellas encuentren una salida a esta situación.
—Vaya, ésa es una buena idea —dije por el intercomunicador.
Anna guardó silencio y una vez más el único sonido fue el producido por la singularidad.
El general añadió:
—Esta conversación debería tener lugar rodilla-a-rodilla.
Y no por radio, donde otros pueden oírla. Pero él no podía decirlo.
—¿Nick? —preguntó Anna.
—Eres tú quien debe decidir.
—Colaboraré —dijo.
El general le indicó: