—Mi linaje y el de Tsai Ama han llegado a un acuerdo con los Ettin. Ocurrió antes de que Tsai Ama Ul se marchara de aquí, pero se decidió que yo debía quedarme y hacerte compañía. —Hizo una pausa—. No había ninguna prisa, y si ocurría algo realmente desagradable, si los Lugala lograban molestar seriamente a los Ettin, siempre podíamos retroceder. Aunque Tsai Ama Ul no pensaba que fuera a ocurrir algo así. Ella siente un gran respeto por los Ettin, y Ettin Gwarha es, sin duda, el mejor nombre de su generación.
—Volverás a casa y quedarás embarazada, y Ettin Gwarha será el padre.
—Sí —dijo Indil—. Una niña. Es parte del acuerdo. Me gustaría ponerle dos nombres. Eso es algo que se hace en mi linaje. Quisiera tener tu permiso para que uno de los nombres fuera Anna.
Ella se sintió halagada y también asustada.
—No tienes que decir nada ahora —añadió Indil—. Hay mucho tiempo. Pero Tsai Ama Ul está de acuerdo con la mujer de Harag. Si vamos a compartir el universo con los de tu especie, debemos encontrar la forma de llevarnos bien.
Entonces se marchó. ¡Estas increíbles mujeres! Estaban recibiendo a Anna con los brazos abiertos. Ella imaginó a un bebé de pelaje gris, la hija de Indil, la criatura de Ettin Gwarha… con su nombre. Probablemente cambiaran la pronunciación de la primera «a» de Anna para que sonara como «ah». Ama Tsai Ana. Sintió que se le erizaba la piel.
Al cabo de un par de días se encontró con Nick en la entrada de los aposentos de los humanos. Vaihar era su escolta.
—Yo te escoltaré —le dijo Nick y la acompañó hasta la sala de observación. Allí había dos sillas; Nick se sentó en una de ellas—. Se me ocurrió que podía ver cómo se desarrolla todo.
—No has vuelto para traducir.
—No bromeaba cuando dije que el general dejó que mi trabajo se amontonara. No tengo tiempo para estas tonterías. De todas formas, ya está casi terminado. ¿O no lo has notado?
—He estado tratando —dijo Anna— con una gris marea de matronas. Aquí hay una dama de Harag que podría competir con las tías y ganar.
Nick se echó a reír.
—Tal vez no. Pero es formidable. Ha estado diciéndole a Gwarha que deje de perder el tiempo y haga las paces, para que la gente se ocupe de sus asuntos sin tener que pensar en esta guerra absolutamente tediosa. ¡Hay mucho que hacer!
—Lo sé —coincidió Anna—. Enfermedades de los ojos por erradicar. Mares por desalinizar. Me ha invitado a Harag para que vea las rejillas de secar el pescado.
Nick pareció sorprendido.
—Y para que visite la nueva planta desalinizadora.
Ahora pareció reflexionar.
—No creo que eso sea posible en este momento… quiero decir que puedas viajar al planeta nativo. Pero es una invitación interesante.
—¿Hasta qué punto es segura esta habitación?
—Ven —Nick se puso de pie.
La guió por una serie de pasillos desconocidos, más allá de varios puestos de guardia. Los guardias reconocieron a Nick e hicieron el ademán de la presentación. Él asintió a modo de respuesta. Se acercaron a una puerta. Él la tocó con la palma para abrirla e hizo una seña a Anna para que entrara.
Anna se encontró en una sala de estar: alfombra gris, muebles grises y castaños; un sofá y dos sillones, un par de mesas bajas de metal. Mucho más espartano que sus aposentos; ni un toque de color o lujo en ninguna parte. Todo de aspecto absolutamente impersonal. No había nada que indicara que la habitación estaba ocupada.
La puerta se cerró.
—Siéntate —dijo Nick—. Ettin Gwarha ha decidido confiar otra vez en mí. En estas habitaciones no hay micrófonos ocultos, ni siquiera para él.
—Son las tuyas.
Nick asintió.
—¿Qué eres, un monje?
Él se echó a reír.
—Casi. —Miró a su alrededor, aún de pie y con las manos en los bolsillos—. No me gustan las cositas.
—¿Qué?
—Ya sabes, los chismes, las figuritas, el amontonamiento de objetos. Las porquerías que tienes que guardar cuando llega el momento de mudarte. Una vez leí un proverbio en un libro. «El que equipa su mente vivirá como un rey. El que equipa su casa, tendrá problemas para moverse.» Un proverbio a tener en cuenta, y yo lo hago. De modo que la mujer de Harag quiere que vayas de visita. ¿Te apetece algo? ¿Café, té, vino? Incluso tengo un nuevo tipo de alimento humano, algo muy divertido.
—No —respondió Anna—. Ama Tsai Indil me pidió permiso para poner mi nombre a su hija.
Nick se volvió y la miró fijamente.
—Cielos, esta gente se mueve muy rápidamente cuando decide que ha llegado el momento de hacerlo —se acercó a una de las mesas, la tocó y dijo algo en la lengua de los alienígenas.
La mesa respondió en el mismo idioma. Nick añadió algo más y obtuvo una respuesta; después se incorporó y se volvió hacia Anna.
—¿Qué le respondiste a Ama Tsai Indil?
—Todavía nada.