Durante el regreso de los grupos de rescate a la Base, uno de ellos descubrió el aeromóvil a apenas ciento veinte kilómetros de la orilla. El motor seguía funcionando y la máquina, intacta, flotaba a merced de las olas. Carucci, el único ocupante de la transparente cabina, estaba semiinconsciente.
El aeromóvil fue transportado a la Base y Carucci sometido a exámenes médicos. Recuperó la consciencia aquella misma noche, pero fue incapaz de informar sobre el paradero de Fechner. Lo único que recordaba era que, al poco de tomar la decisión de regresar, empezó a sentirse sofocado. Al parecer, la válvula de escape de su escafandra se había bloqueado así que, con cada respiración, una pequeña cantidad de gases venenosos penetraba dentro del sistema.
Al intentar reparar la válvula, Fechner se vio obligado a desabrocharse el cinturón de seguridad e incorporarse. Después de eso, Carucci no recordaba nada. Los expertos aventuraron un posible desenlace de los acontecimientos: mientras reparaba el aparato de Carucci, Fechner debió de abrir el techo de la cabina, probablemente para facilitar la movilidad dentro de la pequeña cúpula. Aquello resultaba factible, pues la cabina no era hermética, sino que apenas constituía una protección ante los factores atmosféricos y el viento. La botella de oxígeno de Fechner debió de estropearse durante la maniobra y, aturdido, trepó y salió por la trampilla del techo a la cubierta del aparato, desde donde debió de caerse al agua.
Esta es la historia de la primera víctima del océano. A pesar de que el cuerpo debería de haber flotado, al ir cubierto por la escafandra, la búsqueda no dio ningún resultado. De todas formas, quizás siguiera flotando: se consideró que barrer al milímetro una superficie de miles de kilómetros cuadrados de desierto ondeante, cubierto casi permanentemente de niebla, superaba con creces la capacidad de la expedición.
Antes del anochecer — vuelvo a los anteriores acontecimientos —, todos los aparatos de rescate habían regresado. Todos menos el más grande, el helicóptero de mercancías que pilotaba Berton.
Apareció sobre la Base, casi una hora después de la puesta de sol, cuando todos empezaban ya a preocuparse seriamente por él. Berton salió del aparato por sus propios medios, presa de una especie de
Los médicos sospechaban que también Berton había resultado envenenado. Transcurridos dos días desde el incidente, Berton, quien incluso tras recuperar un aparente equilibrio no quería ni por un momento abandonar el interior del cohete principal de la expedición, ni tan siquiera acercarse a la ventana que ofrecía una panorámica del océano, declaró que deseaba presentar el informe de su vuelo. Insistió en ello, aduciendo que era un asunto de la máxima importancia. Dicho informe, una vez leído por el consejo de la expedición, fue considerado el enfermizo fruto de un cerebro envenenado por los gases de la atmósfera y, como tal, anexado no a la historia de la expedición, sino al historial de la enfermedad de Berton, poniendo, de ese modo, punto final al asunto.
Eso es lo que decía el anexo. Me figuré que el quid de la cuestión era, por supuesto, el propio informe de Berton. Quizás allí pudiera hallar lo que pudo originar la crisis nerviosa de un piloto tan bregado como él. Me dispuse a revisar los libros por segunda vez, pero no conseguí encontrar el
En el piso superior, la temperatura era ligeramente más elevada. Por el pasillo, ancho y bajo, corría una leve brisa. Varias tiras de papel aleteaban frenéticamente por encima de las salidas de ventilación. La puerta del laboratorio principal consistía en una plancha de cristal rugoso, enmarcada en metal. Por dentro, alguien había colocado algo oscuro sobre el cristal para taparlo; la luz salía al exterior solo por unas claraboyas que se abrían a la altura del techo. Empujé el cristal. Tal como me figuraba, la puerta no cedió. En el interior, reinaba el silencio; de vez en cuando, se oía un soplido parecido al de una llama de gas. Llamé con los nudillos, pero no obtuve respuesta.
—¡Sartorius! — grité —. ¡Doctor Sartorius! ¡Soy yo, Kelvin! El recién llegado. Necesito verlo, ¡ábrame, se lo ruego!
Se escuchó un ligero susurro, como pasos sobre un papel arrugado, y después, de nuevo se hizo el silencio.