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-¡Él no estará sin ayuda! – agregó la Profesora McGonagall en alta voz, metiendo su mano dentro de su túnica.

-¡Oh, sí lo estará, Minerva! – exclamó Dumbledore con voz aguda - ¡Hogwarts te necesita!

¡Basta de toda esta basura! – gritó Fudge, sacando su propia varita - ¡Dawlish, Shacklebolt, atáquenlo!

Un rayo de luz plateada relampagueó alrededor de la habitación; hubo un ruido similar a un disparo y el suelo tembló; una mano agarró la nuca de Harry y lo obligó a bajar hasta el piso al tiempo que un segundo destello plateado estalló; varios de los cuadros gritaron, Fawkes chilló y una nube de polvo llenó el aire.

Tosiendo por el polvo, Harry vio una oscura figura caer al piso chocando delante de él; hubo un alarido y un ruido sordo y alguien gritó ¡NO!; luego el sonido de un vaso que se rompía, pasos que peleaban frenéticamente, un gemido......y silencio.

Harry luchó para ver quién estaba casi estrangulándolo y vio a la Profesora McGonagall encorvada a su lado; los había forzado a él y a Marietta a salir de la línea de fuego. El polvo todavía flotaba suavemente en el aire sobre ellos. Jadeando ligeramente, Harry vio una alta figura que se movía hacia ellos.

-¿Están todos bien? – preguntó Dumbledore.

-¡Sí! – contestó la Profesora McGonagall, levantándose y llevando a Harry y Marietta con ella.

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El polvo empezaba a esparcirse. La ruina de la oficina surgió amenazadoramente a la vista: el escritorio de Dumbledore había sido volcado, todas las mesas de análisis estaban tiradas por el piso, los instrumentos de plata destrozados. Fudge, Umbridge, Kingsley y Dawlish yacían inmóviles en el piso. El fénix Fawkes se remontaba en amplios círculos sobre ellos, cantando suavemente.

-Desafortunadamente tuve que aturdir también a Kingsley o hubiera resultado muy sospechoso – explicó Dumbledore en voz baja – El fue notablemente listo, modificando la memoria de la Señorita Edgecombe, mientras todos miraban hacia otro lado. Le agradecerás por mí, ¿verdad, Minerva?

-Ahora, ellos despertarán muy pronto y será mejor que no sepan que tuvimos tiempo de comunicarnos. Deben actuar como si no hubiera pasado el tiempo, como si acabaran de ser golpeados, ellos no recordarán.

-¿Dónde va a ir, Dumbledore? – susurró la Profesora McGonagall – ¿Grimmauld Place?

-Oh, no – contestó Dumbledore, con una sombría sonrisa – No voy a esconderme. Fudge muy pronto deseará nunca haberme desalojado de Hogwarts, lo prometo.

-Profesor Dumbledore…. – comenzó Harry.

-Escúchame, Harry – le dijo con urgencia – Debes estudiar Occlumencia(*1) tan duro como puedas, ¿me entiendes? Haz todo lo que te diga el Profesor Snape y practica, especialmente cada noche antes de dormir para que puedas cerrar tu mente a malos sueños. Entenderás el por qué muy pronto, pero debes prometérmelo.

El hombre llamado Dawlish se empezó a mover. Dumbledore aferró la muñeca de Harry

-Recuerda, cierra tu mente.

Pero mientras los dedos de Dumbledore se aferraban a la piel de Harry, un repentino dolor pasó como un relámpago sobre la cicatriz de éste, quien sintió nuevamente ese terrible, 628

serpenteante anhelo de golpear a Dumbledore, morderle, lastimarle.

-Tú entenderás – susurró Dumbledore

Fawkes siguió girando alrededor de la oficina y bajó en picada sobre él. Dumbledore liberó a Harry, elevó su mano y aferró la larga cola dorada del fénix. Luego de un destello de fuego, ambos se habían ido.

-¿Dónde está? – gritó Fudge, levantándose del piso - ¿Dónde está?

-¡No lo sé! – también gritó Kingsley, brincando sobre sus pies.

-¡Bueno, no puede haber desaparecido! – bramó Umbridge – No se puede hacer eso dentro de esta escuela.

-¡Las escaleras! – exclamó Dawlish, y se precipitó hacia la puerta, la abrió de un tiró y desapareció, seguido de cerca por Kingsley y Umbridge. Fudge vaciló, luego se inclinó lentamente hacia sus pies, sacudiendo el polvo de su parte delantera. Hubo un largo y doloroso silencio.

-Bien, Minerva – comentó Fudge, malvadamente, arreglando la manga rota de su camisa – Me temo que es el fin de tu amigo Dumbledore.

-¿Tú de verdad crees eso? – inquirió la Profesora McGonagall desdeñosamente.

Fudge pareció no escucharla. Miraba alrededor de la destrozada oficina. Unos cuantos retratos le sisearon; uno o dos le hicieron gestos groseros con las manos.

-Es mejor que lleve a estos dos a la cama – sugirió Fudge, mirando a la Profesora McGonagall, señalando con una despectiva inclinación de cabeza a Harry y Marietta.

La Profesora no dijo nada, sólo se encaminó con ellos hacia la puerta. Mientras ésta se cerraba detrás de ellos, Harry escuchó la voz de Phineas Nigellus.

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Денис Ратманов

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