Umbridge vino apresurada de una esquina alejada, sin respiración pero con una sonrisa de placer.
¡Es él! – exclamó jubilosa ante la visión de Harry en el piso. -
¡Excelente, Draco, excelente, oh, muy bien!¡Cincuenta puntos para Slytherin! Yo me haré cargo de él.....¡Arriba, Potter!
Harry se puso de pie, mirando intensamente a ambos. Nunca había visto a Umbridge luciendo tan feliz. Agarró su brazo con fuerza y se volteó, radiante, hacia Malfoy.
-Sigue adelante y mira si puedes acorralar a otro de ellos, Draco
– le ordenó – Dile a los demás que busquen a cualquiera que esté sin aliento; revisen en la biblioteca, en los baños, la señorita Parkinson puede hacerlo en el de las chicas.....te puedes ir...... y tú – agregó en su voz más suave, mas peligrosa, mientras Malfoy se alejaba, - ¡tú puedes venir conmigo a la oficina del director, Potter!
En minutes se encontraron frente a la gárgola de piedra. Harry se preguntaba a cuantos más habían capturado. Pensaba en Ron, la Señora Weasley lo mataría, y en como Hermione se sentiría si fuera expulsada antes que pudiera tomar su OWLs. Y esta había sido la primerísima reunión de Seamus......y Neville lo estaba haciendo tan bien.....
-“Fizzing Whizzbee” – canto Umbridge; la gárgola de piedra saltó a un lado, la grieta en la pared detrás de ella se abrió y ellos ascendieron por la escalera de piedra en movimiento. Alcanzaron la pulida puerta con un grifo de aldaba, pero Umbridge no se molestó en tocar, entró con grandes zancadas, todavía sujetando fuertemente a Harry
La oficina estaba llena de personas. Dumbledore estaba sentado detrás de su escritorio, con las puntas de sus largos dedos juntas.
La Profesora McGonagall estaba parada rígidamente a su lado, su rostro extremadamente tenso. Cornelius Fudge, el Ministro de 615
Magia, al lado del fuego se mecía hacia atrás y hacia delante sobre la punta de sus pies, en apariencia inmensamente complacido con la situación; Kimgsley Shacklebolt y un mago de mirada dura y un muy corto cabello estropajoso que Harry no reconoció, estaban colocados a ambos lados de la puerta en actitud de guardianes, y la pecosa forma con lentes de Percy Weasley permanecía en inmóvil excitación al lado de la pared, con una pluma y un pesado rollo de pergamino en sus manos, aparentemente dedicado a tomar notas.
Los retratos de antiguos directores y directoras no fingían dormir esa noche. Todos ellos se mantenían alertas y serios, observando lo que estaba pasando abajo. Cuando Harry entró, unos pocos se movieron hacia los marcos de al lado y murmuraron urgentemente en el oído de su vecino.
Harry forcejeó para liberarse del agarre de Umbridge mientras la puerta batía cerrándose detrás de ellos. Cornelius Funge lo miró con hostilidad, con una especie de viciosa satisfacción en su rostro.
-Bien – dijo – Bien, bien, bien....
Harry le replicó con la mirada de mayor desprecio que pudo lograr. Su corazón repicaba locamente dentro de su pecho, pero su mente estaba extrañamente fría y clara.
-Él estaba regresando a la Torre Gryffindor – señaló Umbridge.
Había una indecente excitación en su voz, el mismo insensible placer que Harry había escuchado cuando ella observó a la Profesora Trelawney desvanecerse con dolor en el vestíbulo principal – El chico Malfoy lo arrinconó.
-Lo hizo, lo hizo – comentó Fudge con aprobación – Debo recordar decírselo a Lucius. Bien, Potter......Espero que sepas por qué estás aquí.
Harry tenía toda la intención de contestar “sí”; su boca se abrió y empezaba a formar la palabra cuando divisó la cara de Dumbledore. Este no miraba directamente a Harry, sus ojos estaban fijos en un punto justo sobre sus hombros, pero mientras Harry lo miraba fijamente, él movió su cabeza una fracción de 616
pulgada para cada lado. Harry cambió la dirección de su respuesta.
-S….No
-¿Disculpa? – dijo Fudge.
-No – repitió Harry, firmemente
-¿Tú no sabes por qué estás aquí?
-No, no lo sé – contestó Harry.
Incrédulo, Fudge paseó la mirada de Harry a la Profesora Umbridge. Harry tomó ventaja de este momento de distracción para lanzar otra rápida mirada hacia Dumbledore, quien dio a la alfombra el más diminuto de los asentimientos y la sombra de un guiño.
-¿Así que tu no tienes idea – insistió Fudge, con la voz repleta de sarcasmo – de por qué la Profesora Umbridge te ha traído a esta oficina? ¿No estás consciente de que has roto las reglas de la escuela?
-¿Reglas de la escuela? – se sorprendió Harry – No.
-¿O los decretos del Ministerio? – enmendó Fudge, colérico.
-No sé de que debo estar consciente – replicó Harry , monótono.