¡En el Cáucaso un hombre de setenta era todavía joven! ¡Sobre la montaña, sobre el caballo, sobre una mujer! ¡Y él había sido tan sano! ¡...tan sano!... ¡Había estado seguro de vivir hasta los noventa! ¿Qué le había ocurrido? En los últimos años Stalin no podía gozar de su mayor placer en la vida, la buena comida. El jugo de naranja le ponía la boca rara, el caviar le daba dentera, y comía con torpe indiferencia hasta el cordero de Georgia con especias, que le era prohibido. No conseguía tampoco el antiguo placer del vino, sus proezas terminaban en opacas jaquecas. Hasta el pensamiento en mujeres le era repugnante.
Habiéndose establecido a sí mismo un límite de vida a los noventa, Stalin pensó tristemente en el hecho de que aquellos años no le aportarían ningún gozo personal, sino que simplemente debería padecer otros veinte años en nombre de la humanidad.
Un médico se lo había prevenido... (fue fusilado luego). Los estetoscopios temblaban en las manos de los más famosos médicos de Moscú. Nadie le prescribía inyecciones. (Él mismo había ordenado que se suprimiesen las inyecciones). Electroterapia de alta frecuencia y "mucha fruta". ¡Hablarle a un hombre del Cáucaso acerca de fruta! Mordió de nuevo y entrecerró los ojos.
Hacía tres días que había sido su glorioso septuagésimo quinto aniversario. Lo había celebrado en secuencias. La tarde del día veinte Traicho Kostov había sido golpeado a muerte. Los festejos no pudieron comenzar realmente sino cuando sus ojos de perro se volvieron vidriosos. El veintiuno fueron las ceremonias de la celebración en el teatro Bolshoi, y Mao Tse-Tung, Ibarruri y otros camaradas hablaron. A esto siguió un gran banquete. Después hubo otro más íntimo. Se bebieron viejos vinos de bodegas españolas. Debió beber con cautela, y todo el tiempo se pasó escudriñando la sorna en los rostros enrojecidos en torno suyo. Después, él y Lavrenty bebieron vino de Kakhetinskoye y cantaron cantos de Georgia. El veintidós hubo una gran recepción diplomática. El veintitrés se vio a sí mismo retratado en la pantalla en la segunda parte de
Aunque lo aburrían, le gustaban mucho ambos trabajos. (Un premio Stalin para los dos). En la actualidad su papel en la Guerra Civil así como en la Gran Guerra era descripto más seguidamente y con más agudeza. Se veía claramente qué gran hombre era ya entonces. Su propia memoria le decía cuan a menudo había él contenido y corregido el arrebato y la excesiva confianza de Lenin. Vishnevsky había estado bien poniendo en su boca: "Cada trabajador tiene derecho de decir lo que piensa. Algún día pondremos este párrafo en la Constitución". ¿Qué quería decir? Quería decir que mientras defendía Petrogrado de Yudenich, Stalin ya pensaba acerca de una constitución democrática futura. En aquel tiempo esto se llamaba "la dictadura del proletariado", pero eso no tenía importancia, ¡era verdad, era fuerte!
Aquella noche con el Amigo, en el escenario de Virta, estaba bien escrita. Aun cuando un tal Amigo leal no le quedase a Stalin, por la perfidia y constante insinceridad del pueblo. (Además, nunca en toda su vida había tenido ese Amigo. ¡Tal como las cosas habían sucedido, nunca lo hubo!). Pero mirando la escena de Virta en la pantalla, Stalin había sentido contraérsele la garganta y subírsele las lágrimas a los ojos (¡que gran artista!) pensando toda la noche en ese recto, generoso amigo, al que podía trasmitirle cuanto pensaba.
No había que preocuparse. El pueblo por lo común ama a su Líder, lo comprende y lo ama, esto era verdad. Tanto más, que pudo verlo en los diarios y en el cine, y a través del despliegue de obsequios. Su cumpleaños se había convertido en una fecha nacional, y hacía bien saberlo. ¡Cuántos saludos habían llegado! De instituciones, fábricas, organizaciones, ciudadanos.