Читаем En el primer cí­rculo полностью

—¿Qué es lo que hay que comprender? Nada absolutamente. Algún bastardo, algún cerdo. Probablemente un diplomático; de lo contrario ¿cómo podría haberlo sabido? telefoneó a algún profesor hoy. No recuerdo su nombre.

—Dobroumov, — sugirió Ryumin.

—Sí, Dobroumov. Un doctor. Bueno, en resumen, acaba de volver de un viaje por Francia, y mientras estaba allí prometió mandarles, hijo de perra, uno de sus nuevos medicamentos —una cuestión de intercambio de experiencia, dijo el bastardo. ¡Nunca se le ocurrió pensar en la prioridad de los descubrimientos! Y en realidad queremos que les de ese medicamento, y agarrarlo en el acto y luego hacer de ello una gran cuestión política, sobre adulación de los poderes extranjeros. Entonces algún roñoso cerdo telefonea al profesor y le dice que no les dé el medicamento. Vamos a arrestar al profesor y labrar, de cualquier forma, nuestro caso contra él, pero está estropeando en parte. Y bien, ¿qué me dicen? Averigüe quién fue y será bien visto.

Sevastyanov evitando a Oskolupov miró a Yakonov, quien hizo frente a su mirada, levantando apenas sus cejas. Estaba tratando de decir que esto era un nuevo arte; la investigación no había sido corroborada y tenían ya suficientes problemas como para dedicarse también a esto. Sevastyanov era lo suficientemente inteligente como para comprender tanto el movimiento de cejas de Yakonov como la entera situación. Estaba dispuesto a sacar el asunto a medias y perderlo.

Pero Foma Guryanovich Oskolupov tenía sus propias ideas sobre su trabajo. No deseaba ser un mero figurón como jefe de Sección. Desde que fue designado, se convenció del sentido de su propio valor y creía firmemente que era el amo de todos los problemas y que podía resolverlos mejor que ningún otro, de lo contrario nunca lo hubieran designado. Y aunque en su época no había siquiera completado siete años de escuela, ahora no hubiera admitido que alguno de sus subordinados pudiera entender el trabajo mejor que él, excepto en los detalles por supuesto, en los diagramas, donde era cuestión de conocimientos técnicos. No hacía mucho, había estado en cierto sanatorio de primera clase, vestido de civil, haciéndose pasar por profesor en electrónica. Allí encontró a un escritor muy conocido, y éste no podía quitarle los ojos de encima a Foma Guyanovich; se pasaba apuntando notas en su libreta y afirmando que basaría en él el retrato de un científico contemporáneo. Después de eso, Foma supo de una vez por todas que él era un científico.

De pronto percibió el problema, avanzando instantáneamente en su investigación.

¡Camarada ministro! ¡podemos hacerlo!

Sevastyanov lo miró asombrado. ¿Dónde?, ¿en que laboratorio?

—En el laboratorio de teléfonos de Mavrino, por supuesto. Hablaron por teléfono, ¿no es así?

—Pero Mavrino está ocupado en otro problema más importante.

—Eso no importa. Encontraremos la gente; tenemos trescientas personas allí, ¿por qué no habremos de encontrarlos?

Y clavó los ojos en el ministro con una mirada dispuesta, Abakumov no llegó a sonreír, pero una vez más su cara expresó una especie de aprecio por el general. Así era como él mismo había sido en su camino de ascenso, dispuesto de todo corazón a cortar en tiras a cualquiera que le ordenaran. Una persona más joven, que se le parezca a uno resulta siempre simpático.

—¡Bravo! — dijo—. Esa es la forma de hablar: los intereses del estado primero y todo el resto después. ¿Correcto?

—¡Perfectamente correcto, camarada ministro! ¡perfectamente, camarada coronel general!

Ryumin, al parecer, no estaba para nada sorprendido, ni parecía apreciar la dedicación desinteresada de Oskolupov. Mirando a Sevastyanov, dijo: será contactado a la mañana.

Intercambió miradas con Abakumov y salió silenciosamente.

El ministro se mondó sus dientes con una uña, tratando de alcanzar un trozo de carne introducido allí desde la comida.

—Y entonces —¿Cuándo? Me has estado estirando el plazo— el primero de agosto, luego las fiestas de noviembre, después las de año nuevo. ¿Y bien?

Posó sus ojos sobre Yakonov, forzándolo a contestar.

Yakonov parecía estar molesto por la posición de su cuello, lo movió un poco hacia la derecha, luego un poco hacia la izquierda, levantó su vista hacia el ministro con su mirada fría y azul y miró hacia abajo nuevamente.

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